Los posibles efectos psicológicos de la crisis sanitaria y del confinamiento

Si algo ha quedado claro es que este 2020 quedará marcado para siempre en todos los libros de Historia. La humanidad se enfrenta a la que muchos denominan la Tercera Guerra Mundial contra un enemigo microscópico en la que profesionales sanitarios y demás personal esencial se han convertido de forma involuntaria en soldados de primera fila y héroes aplaudidos por sus vecinos. Médicos, enfermeras, auxiliares, cajeros, policías, transportistas, etc. reemplazan la habitual armadura por batas, mascarillas, guantes y desinfectante sin conocer cuáles son las posibles secuelas que puede dejar este combate en sus vidas. ¿Pueden ser estas consecuencias similares a los síntomas y trastornos experimentados por los excombatientes de otras grandes guerras?

El síndrome de la trinchera o locura de trinchera fue un trastorno psicológico común en los soldados que participaron en la Primera Guerra Mundial. Las nuevas tecnologías de combate de la guerra moderna provocaron que los soldados murieran de las maneras más salvajes e inesperadas haciendo que, mientras estos esperaban en las trincheras a la orden de correr hacia lo que muy probablemente sería su muerte, desarrollaran intensos sentimientos de miedo, estrés y ansiedad llegando a perder la razón. Si sobrevivían, el trastorno les acompañaba a su hogar dañando su mundo emocional para siempre con síntomas como pesadillas recurrentes, hipervigilancia, sensación de peligro constante, pérdida del habla, espasmos o mirada perdida.

De momento, ningún experto se atreve a predecir con exactitud el impacto psicológico que tendrá la COVID-19 en esta nueva generación de “soldados” apuntando, únicamente, que se parecerá al de una catástrofe o una guerra, solo que sin un fin palpable por tratarse de una crisis crónica. Como comparativa se pueden observar lo efectos en los trabajadores de la salud que cuidaron a los pacientes con SARS en Hong Kong que mostraron síntomas de estrés postraumático, ansiedad y depresión incluso dos años y medio después de la tragedia; una señales que ya parecen estar experimentado los primeros que se enfrentaron al coronavirus en Wuhan. Por su parte, los centros hospitalarios ya se preparan para una cuarta ola centrada en los problemas de salud mental que sucederá a los de enfermos del coronavirus, los enfermos crónicos y las operaciones no tan agudas.

Signos y constelaciones enamorados de una mujer de Joan Miró (1941)
Signos y constelaciones enamorados de una mujer de Joan Miró (1941).

Los grupos más vulnerables ante estos problemas psicológicos son aquellos que han sufrido una situación de máximo estrés y riesgo para su integridad y la de los suyos como los trabajadores sanitarios, policías, guardias civiles, ejército, transportistas… sometidos a una sobrecarga emocional que, una vez que se reduce la carga de trabajo, deriva en ansiedad y depresión. En ellos será común encontrar estrés postraumático, trastorno que pueden experimentar aquellas personas que hayan sufrido una situación traumática por el que entran en un bucle de sufrimiento en el que reviven los acontecimientos con temor, provocando que su organismo responda como si estuviera en una situación de peligro. A este grupo se suman los adolescentes, las mujeres con riesgo a violencia doméstica, los mayores y las personas con condiciones mentales preexistentes.

Sobre los efectos de la crisis sanitaria y el confinamiento en el gran sector de la población, la OMS advierte que se incrementarán los índices de depresión, ansiedad y suicido que podrían perdurar durante meses o años, mientras el Consejo General de la Psicología de España indica que más de diez millones de españoles podrían presentar trastornos psicológicos derivados de la pandemia. En el caso de los niños, esta puede provocar pesadillas en el que el coronavirus se reencarna en un monstruo, recreaciones del accidente con juegos repetitivos o la sensación de un futuro desolador en el que no llegarán a convertirse en adultos. Un estudio realizado por la ONG Save The Children revela que uno de cada cuatro menores entrevistados sufre ansiedad corriendo el riego de padecer trastornos psicológicos permanentes como la depresión.

Ahora que nos encontramos en plena desescalada, el desconfinamiento puede acarrear agorafobia y miedo a salir de casa, sobre todo entre las personas más inseguras y aquellos que hayan pasado estos meses solos. Todos los argumentos que hemos desarrollando para quedarnos en casa han hecho que la concibamos como nuestro lugar seguro sintiendo miedo, pánico o fobia al contacto social y a salir a la calle. Algunos expertos de la salud hablan del síndrome de la cabaña, un estado anímico, mental y emocional en el que la persona presenta dificultades para incorporarse a su vida tras un largo periodo de reclusión forzosa. Otro de los posibles síntomas es el llamado síndrome de burnout (también conocido como “síndrome de quemarse por el trabajo” o SQT). Está causado por el estrés laboral crónico combinado con la utilización de estrategias de afrontamiento inadecuadas provocando disfunciones conductuales, psicológicas y fisiológicas. Sus síntomas más comunes son el cansancio emocional, la baja realización personal y una despersonalización que causa actitudes y sentimientos negativos hacia las personas destinatarias del trabajo.

Con todo, aunque la incertidumbre genere inseguridad por naturaleza, es momento de aprender a vivir con ella y aceptar los sentimientos y problemas provocados por la pandemia en busca de herramientas y apoyo profesional. Los psicólogos explican que es totalmente normal sentir ansiedad, miedo y preocupación como respuesta a las amenazas y peligros percibidos por nuestro sistema límbico. Lo importante es encontrar la flexibilización psicológica, es decir, un equilibrio entre nuestra capacidad de control interna y las circunstancia externas para poder adoptar estrategias adecuadas al día a día sin pensar mucho en el futuro desconocido. Uno de estos métodos es la desensibilización sistemática, basada en la aproximación paulatina al temor ya que, al final, cada uno tiene sus propios ritmos para ir dando los pasos que nos acercan a la nueva normalidad.

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