¿Por qué este personaje es uno de los más interesantes de la historia de la franquicia?
Sentado en su rancho, dudo que un día George Lucas se levantase pensando que pudiera nacer un personaje que diera la vuelta al Star Wars que él creó. Dudo, además, que el vetusto creador (llamarle mayor parece de mala educación) imaginase que ese personaje encima saldría de una mente que no fuese la suya. Sin embargo, ocurrió. Ya lo dije la semana pasada, y lo repetiré cuantas veces sea necesario, hasta que un día alguien ponga la primera piedra que funde esta Iglesia: Kylo Ren es, por mucho, el mejor personaje del universo de Star Wars del siglo XXI.
La primera vez que pisé el cine para sumergirme en la experiencia que ofrecía esta nueva trilogía tan solo había visto la imagen de su sable en forma de cruz. Un modelo nunca antes visto que buscaba (como casi todo en la saga) vender muñecos a los más jóvenes y así generar unos ingresos extra en forma de merchandising. Era un acercamiento extraño, pero que había conseguido su objetivo: captar mi atención. Por lo demás, este extraño personaje encapuchado era una incógnita envuelta en elucubraciones que poco (o nada) tenían que ver con la realidad.
Recuerdo vagamente salir del cine discutiendo con mis amigos (como siempre) sobre qué nos había parecido la película y, en especial, este nuevo “villano” que nos ofrecía. Sorpresa: no estábamos de acuerdo. Muchos de ellos, como por otra parte fue común en el viejo fandom (no por mayor, sino por nostálgico), sostuvo la mirada en el pasado. La sombra de Vader pesaba mucho. No sorprendió mi actitud discordante, que me convirtió en el centro de burlas un tiempo, ya que siempre aposté por el personaje interpretado por Adam Driver. Me autoconvencí de que no fue por mi predisposición a adorar a los personajes con pelazo. No me equivoqué.
Episodio I: El despertar de Kylo Ren
El despertar de la Fuerza (J.J Abrams, 2015) fue un éxito porque, siendo justos, ya lo había sido en 1977 con Una nueva esperanza (George Lucas). Las coincidencias entre el Episodio VII y el IV eran obvias, como resultado de la decisión de no arriesgar por parte de Disney con esta primera entrega. Es una buena película, sí, pero porque la trama seguía el mismo camino y por la indiscutible inyección del factor nostalgia, que achicó el corazón de los espectadores más peligrosos: los warsies de toda la vida. Como consecuencia, El despertar de la Fuerza no innovó, salvo, como no podía ser de otra manera, con Kylo Ren.
¿Qué nos había enseñado de la maldad Star Wars hasta 2015? Tan solo asesinos y genocidas. El Emperador, Darth Maul… Sí, vale, Vader se redimió al final por el amor de su hijo y es un arco de personaje precioso; pero estamos hablando de un tío que en los primeros diez minutos de metraje mata a más de una docena de personas. Un tipo que, como otros malos malotes, utiliza la mentira y la matanza indiscriminada como herramientas para conseguir lo que busca. No es ninguna Madre Teresa. Por lo demás, se tira dos películas y media (más tres precuelas) demostrando que no está precisamente arrepentido, aunque luego se arrepienta.
Kylo Ren también mata gente, pero no duda solo al final. Kylo Ren es la duda personificada. Durante todo el Episodio VII se está intentando mostrar como el digno heredero de Vader. Es su nieto, al fin y al cabo, y debe terminar lo que él empezó. Esa sombra que pesa sobre el fan nostálgico de Star Wars pesa aún más sobre el joven Ben Solo. Pesa tanto que le hace dudar entre si todo lo que hace está bien, si merece la pena caer en el lado oscuro solo por demostrar que es capaz de ser alguien más allá de quienes lo precedieron. Todo esto queda palpable en aquella escena final del cara a cara contra Han Solo. Ahí, en aquella plataforma, Kylo Ren tan solo es capaz de matar a su padre cuando asume que es incapaz de hacerlo por sí mismo.
Es el primer personaje que muestra abiertamente esa duda y que convive con ella. En el Episodio VI, Luke tiene un solo instante de verdadera duda. Es una escena. Punto. Anakin, por su parte, es quien debería mostrar de verdad ese conflicto entre luz y oscuridad durante las precuelas. Por desgracia, la verdad es que esa duda casi no existe, ya que es un personaje creado para ser malo, que abraza la oscuridad cada instante que tiene oportunidad. Es abiertamente terco, obstinado y no sigue ninguna regla. Un jedi nefasto (bajo la nefasta luz jedi). Kylo es simplemente un niño perdido, justo lo que tiene que ser. Un niño perdido comido por lo que debe ser, no por lo que quiere ser.
Episodio II: Partes de un todo
El culpable que hizo que Kylo Ren pasara de ser “un personaje con potencial” a “el mejor personaje de Star Wars” no es otro que Rian Jonhson. El director de Los últimos Jedi (2017) interpretó mejor que nadie la inestabilidad que representaba Kylo Ren dentro de este universo. Pulió el diamante; lo transformó en la joya de la corona. Todo porque Johnson veía en Kylo la posibilidad de llevar a la galaxia su máximo deseo: hacerla humana. Si bien lo consiguió a través de todos sus personajes (a la vista queda el ermitaño Luke), Kylo fue protagonista indiscutible. Una vez más, gracias a Rey.
El Kylo Ren del Episodio VII se ocultaba tras una máscara, y a través de ella ocultaba sus inseguridades. El Kylo Ren del Episodio VII temía no llegar a ser quien debía ser; temía no ser “el nuevo Vader“. El Kylo Ren del Episodio VIII se liberó de todo eso. El Kylo Ren del Episodio VIII no tardó ni un cuarto de hora en liberar toda su inestabilidad y reventar su casco. Liberó toda su ira; toda su rabia contenida contra sus padres y también contra sus maestros (tanto en la luz como en la oscuridad), y deseó que no existieran. Por una vez, un personaje de Star Wars superó la moralidad del bien y el mal. Porque la Fuerza no es ni bien ni mal.
Como ya he dicho, Rey fue clave en todo este proceso. A través de sus esporádicas (pero bien escogidas) sincronizaciones, la chica chatarrera se transformó en algo más que protagonista: se volvió en nuestros ojos. Rey descubrió (y nos descubrió) que ella no era la contraparte de Kylo, sino que las charlas que mantenían gracias a la Fuerza le demostró que estaban conectados. Eran la parte de un todo. Juntos, unidos. Rey entendió la humanidad que había dentro de Kylo, y que todos (desde su padre Han Solo, hasta el legendario Luke Skywalker) habían dado por perdida.
Rey era una don nadie que podía ser una heroína; pero Kylo era un niño presionado desde pequeño a demostrar que era un dios. Era alguien que debía estar por encima de los demás, porque tenía unas habilidades fuera de lo común. Un chico al que le habían arrebatado la oportunidad de ser un chico normal por tratar de convertirlo en un héroe. Eran cara y cruz, pero también eran dos caras y dos cruces: eran dos niños asustados y solitarios. Se entendían, porque ningún otro era capaz de hacerlo tan bien como entre ellos. Eran, para el otro, un reflejo en el espejo que por fin sonreía.
Episodio III: El que miró hacia delante
Kylo, sin embargo, vio más allá de lo que lo hizo Rey. No porque lo hiciera mejor, sino porque su vida y su rabia lo cegaron cuando creyó que Rey ya era él. Su ambición pudo con él y, si bien destruyó el mal al matar a su maestro, aceptó su poder. Creyó que a través de este podría cambiar el mundo, no como este debía ser, sino como él quería que fuera. Fue el gran cortocircuito de la corriente que fluía con su, ahora ya sí, coprotagonista. Él fue radical y extremista; quería quemarlo todo y construir desde sus cenizas, y por ello volvió a estar solo.
Fue esa soledad la que reavivó su odio y su desesperación, que aumentaron exponencialmente cuando se enfrentó cara a cara contra Luke Skywalker. Kylo Ren fue un péndulo desbocado, un personaje gris que no era malvado, pero que creyó que necesitaba cambiar el mundo que un total de seis películas (más todo el universo expandido) habían obligado a toda su generación a aceptar. No es diferente a todos los que luchan día a día contra las injusticias en nuestro mundo, hartos de aceptar lo que sus padres, o los padres de sus padres, aceptaron.
Kylo Ren (obviando el Episodio IX, que preferiría borrar de mi memoria) fluyó entre el bien y el mal y quedó por encima de ello, pero por un momento su arrogancia lo empujó a creer que Rey también había sido capaz de captarlo. Kylo Ren fue realmente consciente de la Fuerza, como algo que era vida, pero también muerte. Era luz, y oscuridad. Lo era todo, y no era nada. Kylo Ren fue la viva imagen de la Fuerza en una película de Star Wars. Con Kylo Ren, Star Wars tuvo el valor de mirarse a la cara por primera vez y dudar de sí misma y de su falsa perfección nostálgica. Fue una anomalía perfecta y, como todas las anomalías perfectas, no supimos verlo.