De la prensa escrita al periódico digital, de la radio al pódcast y de la televisión a YouTube; el siglo XXI ha traído una auténtica transformación al mundo de la comunicación. Y es que el cambio es una constante en este sector, aunque no todos sepan verlo.
Hace tres años, día arriba, día abajo, supe a ciencia cierta que me quería dedicar al periodismo. Si por algún casual, tú, que lees estas líneas, te has planteado lo mismo, o directamente ya has empezado una carrera relacionada con la comunicación, todo lo que viene te puede interesar. Y si no es el caso, permíteme asumir que la comunicación forma parte de tu vida cotidiana de alguna manera y que, como poco, lo vas a encontrar curioso.
Una idea
Existe una idea extendida durante los últimos años en el imaginario colectivo, o al menos entre la parte de la población que tiene opinión sobre este tema, que afecta directamente al núcleo de profesiones como el periodismo y, en definitiva, al mundo de la comunicación. Esta idea podría resumirse en la siguiente frase, que, con distintas fórmulas, he escuchado repetidamente en los últimos meses: “Son malos tiempos para la comunicación”. Sin duda, es una afirmación contundente, que podría incluso tacharse de alarmista. La cuestión es… ¿Estoy de acuerdo con ella? Sí. ¿Creo que hay que matizarla? También. ¿El tema es más complejo de lo que puede parecer? Seguramente. Así que a eso me dispongo en este artículo, a matizar la frase en cuestión y, por el camino, a intentar descubrir sus causas.
Para empezar, una aclaración importante. La idea sobre la que gira este artículo no es una mera opinión de un conjunto de personas anónimas. Vale la pena apuntar que hay expertos del mundo de la comunicación y profesionales con años de experiencia en este sector que, en mayor o menor medida, concuerdan con este punto de vista. Por poner un ejemplo, Iñaki Gabilondo, uno de los periodistas más veteranos de nuestro país, trata este y otros temas relacionados con la profesión en su libro El fin de una época. El texto, que por supuesto recomiendo, gira alrededor de la idea que deja intuir su título. El mundo de la comunicación se enfrenta al abismo más oscuro y profundo de su historia, y del buen hacer de los profesionales del presente y del futuro depende que consiga sortearlo o que caiga al vacío.
Unas causas
Hecho ese inciso, vuelvo a la idea principal. ¿Cuáles son las causas de los supuestos malos tiempos para la comunicación? La respuesta es a la vez bien sencilla y muy complicada. La causa principal no es otra que el cambio. No es novedad que el ser humano es animal reacio a los cambios, por mucho que estos puedan traer consecuencias positivas. El sector de la comunicación está atravesando una época de transformación innegable que, en mi opinión, tiene tres características.
En primer lugar, es necesaria. La comunicación está cambiando porque tiene que hacerlo, porque se adapta a las nuevas tecnologías y sus formas de consumo, porque hay nuevas audiencias y nuevas demandas de contenido y, en resumen, porque ese es en parte su deber: evolucionar de la mano de la sociedad y acompañarla en su camino.
La transformación de la que hablo puede generar alarmismo por parecer algo nuevo y revolucionario. Pero nada más lejos de la realidad. Un vistazo al último siglo nos permite entender cómo el sector de la comunicación ha ido evolucionando al ritmo de las tecnologías y de las demandas sociales. Nuestros abuelos entronizaron durante años la radio, que en su momento pareció una revolución sobre la prensa escrita. Nuestros padres vivieron la expansión y plenitud de la televisión, de la que también se dijo que acabaría con la radio. Y ahora, vivimos en la era en la que Internet alcanza cada vez más y más aspectos de la vida cotidiana, y la comunicación no se queda fuera. Con esto quiero decir que no podemos descartar o tachar el cambio de negativo porque, en definitiva, es una constante en este sector.
La segunda característica de este cambio reside en que la comunicación se ha democratizado a un nivel nunca antes visto. Esta apertura del mercado de la atención, que es, al fin y al cabo, donde compiten todos los comunicadores, ha sido posible gracias a la tecnología. Los canales por los que el entretenimiento y la información fluían entre la minoría productora y la masa consumidora se han invertido de manera notable. Esa masa consumidora (los espectadores, los lectores y los oyentes) sigue existiendo, pero su papel ha cambiado.
Primero, ahora todos y cada uno de ellos tienen las herramientas a su alcance como para, desde la comodidad de su sofá o su habitación, convertirse en comunicadores. Para algunos, será un tuit que leerán unos cientos de personas. Para otros, un pódcast que escucharán unos miles, y para los menos, un stream de Twitch con millones de espectadores.
Y segundo, el conjunto de consumidores gana voz y voto, sobre todo a través de las redes sociales. El fenómeno de estas plataformas, y su repercusión en la cultura, la sociedad e incluso la política, es trascendental en nuestro siglo (y daría para otro artículo entero; me anoto la idea). Para el tema que hoy nos ocupa, basta con apuntar que en 2021 cualquiera puede plantar su opinión en medio de un enorme muro virtual adornado con un pajarito azul, y así comentar, al instante, sobre este programa o aquella otra noticia. Y así, señores y señoras, es como los medios de comunicación tradicionales han descubierto de pronto, después de una larga tradición en la que el flujo de información era unidireccional, las luces y sombras del feedback.
Y llega la tercera característica, consecuencia directa de la anterior: el cambio y la evolución, como casi siempre, traen consigo irregularidades y turbulencias. Es aquí donde hay que incidir especialmente. No podemos atacar de forma irracional el nuevo modelo comunicativo, pero mucho menos podemos ignorar que este trae consigo algunos de los peligros y retos más graves que esta industria ha afrontado nunca. Las noticias falsas, la posverdad, la manipulación masiva de opiniones, el clickbait indiscriminado, anteponer la información rápida a la de calidad, el consumo de entretenimiento de usar y tirar… todos estos son fenómenos, o bien generados a raíz de este nuevo modelo, o que simplemente han encontrado en las nuevas tecnologías un canal mucho más potente de transmisión.
Un futuro incierto
A pesar de todo, la realidad es que la comunicación no está muriendo. Los seres humanos llevan estableciendo formas de comunicación desde hace miles de años, y es algo innato de nuestra misma humanidad. La comunicación cambia y cambiará, cada vez más deprisa, cada vez más súbitamente. Así que hagámonos un favor y aprovechemos este cambio, sumémonos a él. Sin duda, necesitará mejoras y correcciones hasta que se establezca completamente, y, como apuntaba Gabilondo, es responsabilidad de los comunicadores hacer esta transformación, tan inminente como necesaria, lo menos traumática posible. Y yo brindo por ello.