“A veces se llama desorden a lo que es espíritu”
Los que me conocen saben que vivo desde hace mucho tiempo enamorada —y cada día más— de una mujer. Antes de que nadie se altere ante esta confesión, quiero aclarar que mi amor no se esconde y que todos aquellos cercanos a mí saben que hablo de la gran Teresa de Jesús.
Teresa de Ávila —como seguro ya sabes, querido lector— fue una monja del siglo XVI que tuvo mucho que decir al mundo, pero no de la forma en la que estamos acostumbrados: Teresa es palabra viva, pero también es silencio, contemplación, determinación y fraternidad. Una de las figuras más importantes de la mística, pero también del legado literario español del Siglo de Oro como lo fue su “medio fraile” y amigo San Juan de la Cruz. Ambos, envueltos en un halo distintivo dentro de la Iglesia de su tiempo y aún en el de ahora, fundaron la Orden de los Carmelitas Descalzos. La única orden religiosa fundada por una mujer —de lo que siempre presumo— y que se nota en el espíritu, carisma y cercanía de sus seguidores y amigos.
No obstante, Teresa traspasa fronteras y se hace hueco más allá de la Iglesia. Son muchos los que se han enamorado como yo de su carácter, dedicación, prosa y lírica. Entre ellos, dos personalidades de diferentes ámbitos nos han deleitado recientemente con sus preciosos proyectos en los que reflexionan sobre la figura de Teresa, su escritura y su alma. Estoy hablando del dramaturgo Juan Mayorga, Premio Princesa de Asturias y una de las personalidades más excelentes de nuestro teatro, y de Paula Ortiz, directora de cine que nos ha deleitado con películas exquisitas como La novia (2015).
Los dos, desde sus respectivos agnosticismos, se toparon con Teresa de diferentes formas, pero, como suele ocurrir con esta mujer, quedaron tan marcados por su esencia que padecieron eso que llamamos la metanoia (el cambio de mentalidad). Juan Mayorga es autor de obras excelentes, pero me atrevería a decir que La lengua en pedazos (2011) ha superado muchas más barreras de las que quizá es consciente. Cuando se conoce a Teresa y se acude a este pequeño libro, uno queda maravillado, entusiasmado e incluso llora al descubrir el perfecto trazado de la complejidad Teresiana. Pese a que Mayorga comparte en algunas entrevistas que su obra se inspiró en La vida, obra referente de Teresa, los lectores más devotos de la Santa pueden reconocer pensamientos, detalles y oraciones de toda su prosa.
Mayorga establece en esta obra un diálogo entre un inquisidor y Teresa. Esta premisa es atrayente, puesto que, pese a que sepamos que Teresa no llegó a padecer el examen de esta institución, estuvo cerca de sus zarpas. En este diálogo bien meditado y preciso conocemos a Teresa bajo las interpelaciones del inquisidor: ¿quién eres, Teresa? ¿Qué estás haciendo con la Iglesia? ¿No estarás confundida y tentada por alguien que no es Dios?
Conforme transcurre la conversación, advertimos que la realidad no es aquello que se presenta en primera instancia. El diálogo entre dos figuras contrapuestas se transforma en un diálogo interno. Un proceso de introspección del que no quiero hacer spoilers, pero que demuestra aquello que afirma Mayorga: “Todo escritor tiene su censor dentro”.
La directora Paula Ortiz se enamoró de Teresa en la universidad a través de su lírica y reconoció la calidad precisa de Mayorga, la cual le inspiró en su proyecto cinematográfico Teresa (2023), película estrenada el pasado noviembre. Paula transmite en su arte las distintas Teresas de las que habla. Sabe hacer visual la complejidad interior, esboza en el detalle un halo espiritual paradójico y plasma en una flamante Blanca Portillo la viva imagen de nuestra monjuela.
La Teresa de estos dos artistas parece envolverse en la duda incesante, algo que critica y expone la figura del inquisidor. La duda en la fe es, pese a que escueza a los inquisidores de todas las épocas, la clave de la creencia en sí misma. Quien duda, se pregunta, se detiene, se acerca. Quien asume sin preguntas ni interioridad puede encerrarse en sí mismo y autoconvencerse, pero no vive aquello que tantos santos y figuras han compartido: la experiencia mística, que no es otra cosa que una relación de amor, de profunda amistad.
Teresa es muchas cosas, tal y como afirma la directora de cine, pero lo que tengo claro, sin duda, es que es una amiga fiel y cercana. Su proyecto vital ha transformado la realidad de las mujeres en la Iglesia, a las que supo ver con ojos de Cristo: en igualdad, todas amigas y cariñosas, sin cotilleos que hieran ni clases sociales. Teresa funda, pero también reforma: nos descubrimos en sus palabras, consigue nombrar la emoción que nos mueve y no reconocemos.
Yo me enamoré de ella en plena adolescencia y desde entonces solo he tratado de aportar un granito de arena a su proyecto. Siento que a veces me anima, me consuela y me envalentona: “Nada te turbe, nada te espante”. “Dios anda entre pucheros” me evoca, pero también me inspira “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. En ocasiones, me sorprendo ante sus obras y consejos, me recuerda: “Humildad es andar en verdad”. Y, en otros momentos, nos acompañamos con profundo amor y sororidad: “Basta ser mujer para caérseme las alas”.
Invito al lector a descubrir a esta Teresa tan acertada y cercana, ya sea a través de Mayorga, de Paula o de la propia santa. Y es que, después de haber podido disfrutar de varios eventos literarios y espirituales sobre ella, su aniversario, sus fundaciones y su belleza carismática en tantas personas, solo me queda decir que, como el gran Lorca, mi amada Teresa es un alma única y que, hoy por hoy, está más viva que nunca.