Siempre que pienso en que algo se me da bien, en que tengo el talento suficiente como para poder decir “coño, soy bueno en esta cosa o en esta otra” me invade a la par el pensamiento intrusivo de que en realidad soy insuficiente para hacer cualquier cosa. Un síndrome del impostor permanente. Como si todas mis capacidades (sean más o menos ciertas) se esfumasen de repente, sin pedir permiso. 

Estar constantemente expuesto a lo que hacen o dejan de hacer los demás se ha convertido en uno de los hábitos más nocivos a los que me he enfrentado. Internet ha pasado a ser un escaparate, y desde ahí no paro de ser agredido con un spam continuo sobre cómo todo el mundo hace cualquier cosa infinitamente mejor de lo que yo lo hago. Y a veces desearía volver al siglo XII. Que la única fuente de información que estuviese a mi alcance fuera la de mi aldea, nada más.

Hay gente que cocina, y lo hace mejor que yo. Hay gente que hace fotos, y lo hace mejor que yo. Hay gente que escribe, y lo hace mejor que yo. Y también hay gente que, simplemente, existe mejor de lo que yo lo haré jamás. Que con su mera experiencia vital dejan claro que todo lo que yo consiga realizar a lo largo de todos mis años siempre parecerá estar a años luz de todo lo que ellos proclaman continuamente estar haciendo o viviendo.

Ese pensamiento de invalidez siempre me hace recordar a Paquita Salas. Pienso en cómo, a pesar de conseguir haberse hecho hueco por sí misma en una industria tan dura, competitiva y perecedera como es la de la farándula, llegó un punto en el que solo le hacían ver que todos sus esfuerzos hacía tiempo que habían dejado de ser suficientes. Que en cualquier momento podrían dejarla al margen de todo, que sería como si nunca hubiera existido.

Paquita Salas hablando de sus preocupaciones | Fuente: YouTube

Sin embargo, y por incoherente que pudiera parecer, creo que en realidad no envidio a quienes proclaman a los cuatro vientos lo bien que lo hacen todo. Más bien, asumo que cualquier persona podrá hacer todo lo que yo haga mucho mejor, al mismo tiempo que asumo que ellos lo harán de una manera —mejor o peor, pero la suya— y yo lo haré a la mía. Y ahí es donde reside todo el valor de mi existencia. ¿Que alguien hace fotos? Jamás lo hará como yo. ¿Que alguien escribe? Jamás lo hará como yo. Nunca podrá contar lo que yo tengo para contar, porque solo yo escribo desde mi propia perspectiva, desde mi propia percepción. Ahí nadie podrá llegar nunca. ¿Que alguien cocina? Seguro que lo hace bien. Pero que intente hacer mis lentejas. Las suyas nunca serán como las mías. Porque son las mías, de nadie más.

Paquita y Magüi, protagonistas de la serie, yendo a celebrar un trabajo bien hecho
Paquita y Magüi celebrando que, haciendo las cosas a su manera, han conseguido lo que querían | Fuente: Netflix (2019)

A Paquita le ocurría lo mismo. A pesar de todas las señales que le mandaba la vida, de ver cómo siempre se encontraría con gente que podría hacer las cosas mejor que ella, nunca perdió su verdadero valor: hacer las cosas a su manera. Y, al final, no le fue precisamente mal. 

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