Serra, Carax y Kurosawa
La tercera y cuarta jornadas del festival de San Sebastián han terminado con Albert Serra saliendo a hombros. Su película, para mí es, por ahora, la Concha de Oro de la Sección oficial del festival. Un torrente evocativo que te suma en la más provocadora de las miradas hacia la muerte. En Tardes de soledad (2024) se habla de brutalidad en cada uno de sus planos. Nunca antes en la historia del cine español se había ejercido una mirada así sobre la tauromaquia. Es el poder de los veinticuatro fotogramas por segundo usado para hablarnos de la victoria sobre la muerte de la que nos hablaba Noel Burch el que eleva a Albert Serra
De lo mismo también los habla Leos Carax en su C’est pas moi (2024). Un ejercicio ensayístico pensado para ser visto una única vez por encargo del museo Pompidou de París. Un magnífico vídeo-ensayo en el que es imposible no referenciar a Godard. Y de la gran mentira que es el cine también nos habla Kiyoshi Kurosawa. En su nueva versión de su película Hebi no michi (2024) juega como sólo él sabe con la subversión de expectativas y con un terror muy personal. No duda en abrazar lo cómico, lo patético para crear imágenes y situaciones rara vez encaradas con su agudeza.
Palomero, Oppenheimer, Arnold y Baker
Otra gran mentira, en forma de grandilocuente musical, es The End (2024). La cinta de Joshua Oppenheimer en la que realiza una interesante reflexión sobre la familia y sobre nuestras decisiones. Sobre la agencia que tenemos en el abandono y cómo éste forma parte de nuestras vidas y nuestras decisiones. Con un apocalipsis —lo de menos— de por medio, a todo esto. De abandono y de nuestra agencia para evitarlo, para cuidar nuestras relaciones incluso cuando éstas cambian, mutan, habla de una manera cándida Los destellos (2024), donde Pilar Palomero nos cuenta con un madurísimo aplomo y sin miedo al silencio cómo una madre y su hija se enfrentan a un duelo vivo, encarnado por un genial Antonio de la Torre. No siendo el mayor fan de esta nueva ola del cine catalán, Pilar Palomero me hizo llorar más de veinte minutos en una butaca del Kursaal.
Sin embargo ese llanto se ocupó de curarlo Bird (2024). Andrea Arnold explora el coming of age desde un fresquísimo surrealismo encarnado en una suerte de carismático ‘psicopompo’ que ayuda a la protagonista a afrontar su paso a la madurez: Bird. A ritmo de trap, Blur o Coldplay, todo en ésta película desprende vida, porque se pueden hacer historias sobre clase baja sin renunciar a la belleza. La belleza de la precariedad es algo de lo que, por ejemplo, Sean Baker se ha olvidado. Su Anora (2024) no sigue la línea de Florida Project (2017) en cuánto a cómo hacer un retrato de la clase americana que perdió hace tiempo ya su sueño. En esta película están estos temas, por supuesto, pero son puestos a un lado en favor de una comedia que funciona, y mucho. Con una protagonista entregadísima y algunas secuencias de enredo verdaderamente divertidas. Fue el colofón perfecto para la cuarta jornada y una de las mejores películas de lo que llevamos de festival.
Días 3 y 4: ¿todo bien?
Como podéis observar, todo de lo que he hablado en esta crónica me ha gustado. Ésta es mi selección, ha habido otras que no me han convencido. La nueva de François Ozon, When fall is coming, por ejemplo, me pareció una película de domingo que iba a por la lágrima fácil. Pero si hay tanto de lo que he sacado por qué centrarme en lo que no. Ya tendréis crónicas de sobra que se centren en lo mala que es una película o en lo poco que le ha gustado al señor que había en la butaca. Con estas, al menos, vuestro redactor se ha sentido movido, aquí en San Sebastián. Vivir tantísimas vidas en estos días es un privilegio.