Al mal se le puede temer o se le puede combatir, a lo desconocido solo se le puede temer
Longlegs (Oz Perkins, 2024) nos ubica en un Oregon, EEUU, aterrorizado por una serie de crímenes crípticos y reiterativos cuya forma y objetivo son de una naturaleza oscura y misteriosa.
Resalta en la producción la actuación vivaz, enérgica y corporalmente locuaz de Nicolas Cage como Longlegs, el antagonista principal de esta película que reensambla a un Charles Manson más mítico, y digo mítico porque la película se sustenta toda en una idea que bien podría encuadrarla dentro del género de Horror folclórico (moderno, si cabe distinción): ¿Qué pasaría si la sectas satánicas tuviesen acceso real a maldiciones y fantasmagorías malévolas? Y más allá: ¿cómo haríamos para enfrentarnos a tal situación?
Enfrentar el mal inherente
En este orden de ideas, la película construye un mundo solemne e impacientemente hostil, donde los amplios planos dejan volar la paranoia entre un boscaje que se encuadran en una iluminación ominosa, las casas parecen hechas de oscuridad, aun cuando es de día, y las esquinas siempre son opacas, como ocultando una sombra. Todo esto se agrava cuando se conoce la premisa que hace especial los asesinatos: la mayoría de las veces, no hay en la casa nadie más que las víctimas.
Durante todo su desarrollo, el misterio de la película se sugiere en la extrañeza de los hechos y las lagunas mentales de los recuerdos de la protagonista. Todo esto construye una atmosfera netamente malvada, donde las reglas de la policía se enfrentan a lo sobrenatural, a aquello que viola las bases sobre las cuales construyen sus casos, sus leyes y su mundo – de allí que varios diálogos hagan énfasis en la ridiculez de una explicación de cualquier forma mágica. “Ninguna magia negra ni ningún vudú” exclamaría en algún momento un personaje escéptico. Así, el misterio es doblemente tenebroso, pues los personajes enfrentarán situaciones cuyas dinámicas desconocen y los superan. No se puede enfrentar a lo desconocido, mucho menos cuando su único objetivo es eliminarte.
La película deja piezas para descubrir el plot twist a través de sus espacios vacíos. Y aunque la vuelta de tuerca de la trama no se ve venir directamente, la forma en la que está se desenvuelve se da a un ritmo vertiginoso que parece querer amarrar todos los cabos sueltos en poco tiempo, como quien se pone un tiempo máximo y encaja la obra dentro de este, como construyendo primero la jaula antes de medir al animal. Único defecto realmente anticlimático de la cinta. Sin embargo, esto solo disminuye el impacto de la sucesión de eventos, no tanto como el mérito de los hechos y su construcción amenazante.
El silencio impregna varios momentos importantes, es un set up adecuado para que algo nos salte en la cara, pero es la constante tonada de fondo la que nos hace caer en cuenta de que no se está seguro nunca, que la amenaza está tan segura de ganar que no necesita de la sorpresa. Importante más que nada es la forma en que el final, sin spoilers, nos enseña que a la hora de la verdad el mal, la malignidad pura, no se puede combatir solo con armas.
La moral de la propuesta
Hay aquí un monismo explícito: hay actos malvados que no pueden ser cometidos por los humanos per se. Esta exploración del horror da cuenta de cómo algunos crímenes considerados atroces entran en el imaginario colectivo como algo fantástico no solo por su malignidad, sino por la extrañeza al a que nos conduce la cultura de la motivación criminalística, el creer que todo tiene una causa prima que puede explicar su motivación, como si el horror y la desgracia fuesen ajenas a la naturaleza.
Esta perspectiva choca de frente con propuestas como la de Noche y Niebla (Resnais, 1956) o la de We need to talk about Kevin (Ramsay, 2011) donde la maldad tiene un ámbito entera y profundamente humano, dándonos a entender que puede que haya fuerzas que juegan más allá de nosotros, y que incluso el amor (el maternal, el verdadero pecado en toda la cinta) puede llegar a ser un motor atroz.
Dándose más la mano con el horror de Ari Aster, Longlegs nos muestra como el horror fantástico también crea mitos y se nutre de mitos: la numerología, la criptología, la religión y, por supuesto, las eternas maldiciones.
El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Longlegs subvierte esta premisa, aquí el camino lleva solamente a la toma de decisiones: lo atroz para otros o lo atroz para mí, ambos disfrazados del bien mayor o menor, que no es más que el mal malo o el mal peor, enmascarados ante la incipiente falta de opciones, ante el misterio del destino.
Es el misterio, al final, el que permite a esta fantasía malvada tomar forma.
Es el misterio, dice el Tao de Lao Tsé, la puerta a todas las maravillas.