“La pantera mata si se la persigue, mata si se le da rienda suelta, pero lo peor es dejarla escapar en la naturaleza después de haberla herido” — Identidades Asesinas, Amin Maalouf, 1998

Hay un matiz que convierte ver y mirar en acciones diametralmente opuestas. Parece que ver es algo más banal, que podrías hacer casi sin querer, que sucede porque sí. Creo que no podría decidir no ver. Hasta cerrando los ojos siento que veo. Quizá también lo relaciono con el instinto; ver es como darse cuenta de las cosas a tu alrededor. Veo la mesa delante del sofá, y aunque me levante con los ojos cerrados, sabré que tengo que esquivarla. Sé que está ahí. Sin embargo, mirar me parece un acto extremadamente consciente. Miro cuando veo algo que me llama la atención. Es como un inciso, una aclaración, un paréntesis para fijarme en lo que me parece más interesante. Como cuando lees un párrafo de un libro y de repente tienes que volver atrás porque sabes que decía algo importante y no te has dado cuenta. Mirar es intencional. Y necesario. Pero, sobre todo, intencional.

A lo que quería llegar es a que mirar es tan importante como ser mirado. La reciprocidad es un elemento necesario para la construcción personal. Nadie —o casi nadie— quiere ser invisible. Porque para ser comprendido tienes que ser mirado. El problema viene cuando se ve, pero no se mira. Tomo como ejemplo Wicked (Jon M. Chu, 2024), que lejos queda de la historia de El Mago de Oz. Aquí se propone un acercamiento al personaje de La Bruja Mala del Oeste, villana en la historia de Dorothy aunque incomprendida en la suya propia. Un mismo personaje visto y mirado, con las diferencias que ello conlleva.

Elphaba Thropp estaba condenada desde antes de nacer. Condenada por los pecados de su madre, por la falta de amor de su padre, y por los ojos verdugos de la sociedad. El color verde es algo a día de hoy casi innato al término bruja, igual que las escobas, el negro, las narices puntiagudas y los sombreros de estructura cónica. Estas inconscientes relaciones mentales empañan la mirada y convierten a Elphaba en presa de su tono de piel. Será vista siempre bajo los ojos prejuiciosos de sus vecinos, demasiado asustados de ella como para mirarla, pero tan seguros de su vista como para no dudar en sentenciarla por lo que ven. Teniendo en cuenta, además, que Cynthia Erivo —la actriz que interpreta al personaje— tiene la piel negra, parece que esta idea cobra una relevancia más significativa.

Integrismo o desintegración

Fotograma de 'Wicked' de Jon M. Chu (2024)
Fotograma de Wicked de Jon M. Chu (2024).

Esta metáfora es palpablemente racial; sería imposible no fijarse en que Elphaba es despreciada por su tono de piel. Sin embargo, no es lo único que la hace diferente a los demás. Su simple manera de hablar, de moverse, de vestir o de pensar es suficiente como para evidenciar la disimilitud. Todo lo que la hace ella misma, su identidad, es cuestionado.

Algo muy interesante es que, en general, el resto de personas parecen tener mucho en común entre ellos. Se hace ver que hay una cultura hegemónica que se impone a las demás, y todo lo que se sale de sus normas no es válido. Está Elphaba, pero también los animales. Los animales eran la autoridad y pensamiento de Ciudad Esmeralda antes de que el Mago de Oz llegase en su globo aerostático. Él se encargó de hacerles responsables de todos los males que acecharon a la nación, por lo que fueron destituidos de su puesto de poder y relegados a espacios de naturaleza doméstica, cada vez perdiendo más sus capacidades mágicas y humanas. Un hombre de fuera que llega de la nada a un territorio ajeno con sus propias costumbres, formas sociales y tradiciones para acabar imponiendo su control sobre la población a través del dolor y el miedo. Inimaginable, ¿verdad?

El pueblo llano asimiló este cambio, ya que para ellos no significaba tener que renunciar a sí mismos. Sin embargo, se comenzaron a formar asambleas y grupos de animales dispuestos a revolucionarse contra el gobierno del Mago. Su identidad está siendo humillada, les están negando ser quien son y la única opción que han recibido es la de elegir entre integrarse o desintegrarse. En lugar de optar por la conciliación entre diferentes formas de vida, el Mago prefiere supeditar a lo diferente (diferente a sí mismo, claro, porque él es la norma) a la desaparición en pos de su bienestar personal. La única excepción es cuando lo diferente es útil también. Mientras sirven como herramientas bajo las órdenes de los hegemónicos, serán aceptados. Y, si no lo hacen, son enjaulados, esclavizados y desprovistos de capacidad del habla. También inimaginable, ¿no?

La única puerta abierta

Siendo esto nunca una disculpa a los posibles males causados por la Bruja Mala del Oeste ni a sus similares en el mundo real, es una situación que merece la pena mirar de cerca. El Mago es un Dios para los ciudadanos de Oz, pero en realidad es una farsa inventada para obtener el control social a través de grandilocuentes hazañas mitológicas y males enfundados. El miedo empleado como forma de control social, tanto para ella, amenazada por las formas de control estatal, como para los ciudadanos, envenenados por las ideas impuestas por el Mago.

El desafío moral de Elphaba es especialmente doloroso para ella, ya que se siente más relacionada con los animales, que han sido también víctimas de la humillación y el desprecio de la sociedad, que con el resto de humanos. No puede estar bajo las órdenes del mago porque estaría actuando en contra de sí misma, de sus ideales, sus creencias y su moral. El enfrentamiento como catalizador de la distancia, imposibilitando la reconciliación y la convivencia. Y, cuando las puertas del diálogo y la comprensión mutua están cerradas con llave, solo queda dinamitar la puerta para poder pasar.

Nada le queda a Elphaba más que la radicalización. Deberá resignarse a ser aquello que estuvo condenada a ser siempre: la Bruja Mala del Oeste, en el intento por conseguir el cambio. Al final, la mirada es capaz de oprimir y liberar al mismo tiempo. La realidad pasa por el filtro de la mirada, metamorfoseando todo a su paso y convirtiendo a personas en víctimas y verdugos a conveniencia propia. 

Toda esta reflexión, que nace de mi necesidad obsesiva por entender, no es más que una yuxtaposición de mi mirada sobre una obra determinada. Para mí, lo más interesante de Wicked es la profecía autocumplida que supone la creación de la figura de la Bruja Mala del Oeste. A cuántas Brujas Malas del Oeste no estaremos mirando lo suficiente, ni lo suficientemente bien, es lo que me pregunto ahora mismo. Igual tendríamos que mirar a nuestras panteras.

Ana Aliaga Díaz

Ana Aliaga Díaz

Crítica cinematográfica, comunicóloga audiovisual y persona que hace cosas. Escribo sobre cine, sobre terror y sobre mí.

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