El libro No soy un robot: la lectura y la sociedad digital (2024), de Juan Villoro, presenta un análisis sociológico cuya columna vertebral es la interacción que se produce entre los humanos y la tecnología.
Un libro fascinante, y que recomiendo leer a cualquier persona a la que le interese mínimamente la sociología. Con la inclusión de este libro en mi vida, volví a pensar cuál será el legado cultural que iré conformando con el paso del tiempo. Cuál será compendio de títulos y referentes que irán atestiguando mi paso por el mundo.
Recuerdo las estanterías de mi madre, siempre repletas de libros, enciclopedias y demás. Cada lomo te invita a adentrarte en una nueva historia, un nuevo referente, una nueva manera de interpretar la realidad. En definitiva, lo que tendría que ser un legado que se viste por los pies.
Cualquier hogar que se respetase debería contar con objetos relacionados con la identidad cultural. Y no lo digo desde el prisma de la pedantería, nada más lejos de la realidad. Lo digo, en realidad, porque esos objetos siempre otorgan cierto carácter al hogar, cierto fundamento. Cierto sentido. En esencia, una evidencia histórica de la vida de los habitantes de dicho hogar.
Villoro aborda en su obra toda la cuestión de la supremacía de las máquinas en una humanidad cada vez más supeditada a estas. Recalca la dependencia, cada vez más progresiva, que el ser humano genera hacia ellas. Cómo el ser humano, en realidad, está dejando de ser propiamente humano. Y con la cultura está ocurriendo lo mismo.
Estamos ya más que acostumbrados a escuchar y leer multitud de información acerca de la inclusión de la tecnología en el mundo de la cultura. Obras generadas por inteligencia artificial (IA), traducciones realizadas de manera automática, el metaverso y las capacidades que otorga al arte… Todo esto llama la atención porque es mucho más invasivo, porque elimina oportunidades a los humanos en cuanto a la producción del propio arte. Pero ¿se ha parado alguien a pensar en la importancia del almacenamiento de las obras?
Como decía antes, mi madre, sin ir más lejos, tiene lugares de la casa a rebosar con libros, enciclopedias y demás útiles culturales. El saber, en realidad, sí ocupa lugar. O al menos, debería. Yo, en cambio, cuento con muchos menos títulos en físico de los que me gustaría. Mi capital cultural se reduce a todos los archivos en formato .epub que tengo en mi nube de Apple. Cada libro, cada historia, cada universo, solo existe en una mísera cantidad de megabytes.
Cualquiera podría pensar —incluso yo mismo lo hago— que es el ápice de la comodidad. Que cualquier título que pretenda volver a releer está siempre disponible, siempre en guardia. La tecnología tiene como misión facilitarnos la vida, pero ¿no es, en realidad, indecoroso? ¿Por qué denostar la literatura a únicamente eso, una cantidad de archivos sin más? ¿Podrán acaso esos bytes demostrar que yo he pasado por este mundo? Los libros de mi madre son distintos. Esos libros, algún día, pasarán a ser míos, cada centímetro de espacio que ocupen esos libros tendrán un significado. En cambio, ¿qué legado voy a dejar yo? ¿La única herencia que pueda otorgar a mis descendientes será únicamente un compendio de archivos? ¿Tendrá eso valor alguno siquiera?
Si algo me importa de esos libros, más allá de las historias que puedan contener, es el valor sentimental que les puedo otorgar. En realidad, a cualquier objeto físico podemos otorgarle dicho sentimiento, principalmente porque forman parte de nuestra vida o de la de alguien querido. Por eso me preocupa tanto esta cuestión del legado. No es que quiera acumular libros de manera caótica o simplemente los anhele por el deseo de vestir mi casa con un halo de intelectualidad —que también—, sino porque, esos libros, al vivir conmigo, atesorarán parte de mi vida. Tendrán un significado más allá del que le quiera dar el autor original.
Tengo la esperanza de que el paso del tiempo me permitirá componer una biblioteca que actúe a la vez de retrato de mi vida. Pero, de momento, ¿qué legado podría dejarle a mis hijos si mañana ya no estuviera en este mundo?