Una ojeada al ecosistema cultural mainstream
No tienes dónde esconderte: puedes apagar la televisión, arrojar tu radio por el balcón e ignorar todavía más a la prensa. Puedes intentar difuminar en tu cabeza las voces de ultratumba de Matías Prats y Antonio García Ferreras, que campan a sus anchas por tu lóbulo frontal, e incluso puedes darle un nuevo uso a tus libros viejos llevando a cabo un humilde homenaje a la Inquisición, con una quema de libros que te caliente los pies de forma barata y eficaz. Puedes imitar a nuestros antecesores primates y taparte los oídos, la nariz y la boca, y ni con esas podrás escaparte de la cultura. Bienvenido al siglo XXI: hay un hueco libre al fondo. Agarra tu smartphone, abre tu cuenta de Netflix y compra la nueva novela de Murakami. No te pongas cómodo; no vas a tener ni un minuto para descansar.
Ahora que has trascendido más allá del umbral del 2010 y sabes utilizar los filtros de Instagram, puntuar en Filmaffinity y disfrutar del humor maníaco-depresivo de Reddit, necesitas saber en qué dos aspectos nos diferenciamos nosotros, adalides y principales benefactores de las artes y las ciencias humanas, de todos aquellos pobres desgraciados que nos preceden, descartes de una evolución que ha concebido a los depredadores culturales en que nos hemos convertido.
Somos rápidos: los hay que dicen que no somos capaces de concentrarnos mucho tiempo en algo y que necesitamos saltar de estímulo a estímulo continuamente. Nada más lejos de la realidad. Somos eficaces en nuestra tarea de dar salida a todas esas series, libros, películas y videojuegos que los artistas cocinan para nosotros. Ya que, sin nuestro apetito voraz, una gran parte de esta producción se quedaría cogiendo polvo en algún oscuro rincón de la Nube. Ya puede Byung-Chul Han o cualquier otro filósofo de medio pelo hablar del “atracón de series”, que ahora que han estrenado la temporada 23 de Peaky Blinders no tengo tiempo para nada más que admirar la sensual mandíbula de Cillian Murphy.
Los mismos insensatos que atacan nuestro dinamismo cultural tienden también a criticar nuestra hipotética pasividad ante las pantallas. Nadie debería sorprenderse de que de nuevo estos imbéciles se equivoquen; en plena época del feedback los fans contribuimos más que nunca a mantener vivo el debate en el panorama cultural. A veces, quizá lo mantenemos demasiado vivo, y puede que nuestras ansias de comentar, criticar, aportar, puntualizar, opinar, analizar y desmigajar provoquen que una plaga de spoilers se adueñe de la timeline de aquellos usuarios que han osado no ver Endgame el mismo día del estreno.
Pero nos tenéis que perdonar; nuestra opinión es relevante y necesaria para participar de esta dinámica que nos hace formar parte de un grupo; si renunciamos a nuestro derecho al comentario para acogernos al de la introspección, la reflexión o simplemente, a la indiferencia o la pereza, nos privamos de uno de los principales atractivos que la cultura pop nos ofrece. No es extraño entonces que en ocasiones nos veamos invadidos por una ansiedad pop, hermana pequeña de la ansiedad contemporánea, que nos presiona para verlo todo, oírlo todo, leerlo todo y tener una opinión fuerte sobre todo. ¿La última película de Star Wars es buena o mala? ¿Green Day todavía siguen molando o ya no? ¿El nuevo single de los Jonas Brothers es una obra maestra, un tema innecesario o una ofensa contra la raza humana que debería conllevar la pena de muerte?
Desde mi cuenta de Twitter, en la que llevo meses elaborando un hilo de micro-reseñas de películas que voy viendo, me parece increíble que hace no tanto tiempo la conversación cultural se limitase a la tertulia del café y a los diálogos que se generaban en el ámbito de las publicaciones especializadas. La cultura nos construye y nos hace ser quien somos, y por ese lado, entiendo que nos apasionemos tanto por hablar de nuestras películas y series favoritas. Pero, por otro lado, siento que todo va demasiado deprisa: se produce deprisa, se consume deprisa y se debate deprisa, con argumentos frágiles construidos en torno a visionados poco exhaustivos que llevan a la polarización de las opiniones y no a la construcción de un criterio cultural real. En Internet, preferimos quedarnos con la etiqueta de cinéfilo o seriéfilo antes que caminar tranquilamente por la senda de las siete artes, admirando y tratando de comprender la belleza del paisaje.
El Espectro Tusa-Joker
Encontramos una cantidad descomunal de opinantes en el espacio público cibernético. Discordia, como principal referente de la investigación y divulgación científica en España, tan solo por detrás de Nature, Science y Lecturas, ha desarrollado un pormenorizado estudio y en base a él ha elaborado un sistema para identificar qué clase de consumidor cultural eres, en base a tu posición respecto a los productos más mainstream. Este sistema se materializa en el Espectro Tusa-Joker.
Este modelo bien podría haberse llamado “Espectro Boomer-Abonado a la filmoteca”, pero somos conscientes de que Karol G y el villano de DC Cómics tienen más tirón comercial, y ya sabéis que los medios digitales nos alimentamos de clicks y de sangre de vírgenes a partes iguales.
Dos variables determinan tu posición en este espectro:
- Tu afinidad con las masas: En este eje se considera que eres más social cuanto más te guste sentirte incluido en un grupo amplio y desarrollar gustos por productos mayoritarios. Consideraríamos sociales a los hinchas de los equipos de fútbol, a los seguidores de la playlist de reggaeton de Spotify y a los fans del K-pop, que prácticamente son una mente colmena. Los antisociales, por el contrario, gustan de sentirse almas independientes y underground; los apasionados del cine iraní y los oyentes de Radio 3 entrarían en este grupo. Y no, ese librepensador de Twitter no es un ente alternativo y liberado.
- Tu grado de nostalgia: Tu añoranza o rechazo al pasado determinan si eres más o menos moderno. El marido de tu tía, que siempre afirma que el Capitán Trueno y David el Gnomo eran mejores referentes para la juventud que Lil Pump y Rick Sánchez, es claramente nostálgico. Tu amigo adicto a los festivales, que ya considera que Zorra de Bad Gyal está pasada de moda, no puede ser más moderno.
Así, en los extremos se conforman cuatro arquetipos de consumidores culturales. Los nostálgicos sociales aquí son llamados cariñosamente boomers. Peinando canas ya y casi todos con hijos, disfrutan enviando memes y vídeos por los grupos de Whatsapp de la familia y viendo videoclips de la Movida Madrileña. Los modernos sociales entran en el grupo Tusa, donde la media de edad probablemente no supere los 30 años; Tik-Tok y las stories de Instagram son escenarios en los que se sienten cómodos y Bad Bunny y Ester Expósito son los dioses a los que adoran. Los modernos antisociales son una mezcla de barbas, gafas de pasta y una pizca de pretenciosidad de la que no se avergüenzan. Leen la Rockdelux, ven cine europeo (siempre con subtítulos), tienen fotos de perfil en blanco y negro y son muy meticulosos a la hora de no cometer faltas de ortografía en redes sociales. Como si a alguien le importara.
Por último, tenemos al Joker; el individuo desencantado y woke que cree que vivimos en una sociedad decadente y corrupta y que añora un pasado en el que los hombres eran valientes y fuertes. Los Joker escuchan Linkin Park, disfrutan del humor negro y “políticamente incorrecto” y creen en las teorías de la conspiración. Se dice que en los estratos más profundos de esta cultura Joker huele tanto a misoginia, a Monster Energy y a semen seco que es imposible respirar.
En algún momento de nuestra vida todos hemos sido Tusas, boomers o Jokers. Pero la mayoría del tiempo, ¿en qué parte del espectro te sitúas tú?
Un pensamiento en “La ansiedad “pop” y el Espectro Tusa-Joker”