La indignación hacia aquellas personas que no cumplen la cuarentena se ha convertido en un sentimiento habitual durante la duración de esta misma. Pero, ¿es posible que la falta de solidaridad esté más próxima a nosotros de lo que pensamos?
Cumplidos ni más ni menos que 50 días de confinamiento, me gustaría reconocer el trabajo de todas las personas que formamos Discordia por haber mantenido el nivel en cada artículo y continuar tratando temáticas que permiten huir de tan dramática realidad. Porque entre videollamadas agotadoras, modalidades de teletrabajo —y teleclase— que jamás estarán a la altura de sus homólogas presenciales y una constante mirada al futuro más incierto imaginable, la sociedad también ha tenido la oportunidad de reflexionar: sobre el amor, la amistad, la felicidad…, y, especialmente, sobre lo que está bien y mal.
Quien no haya visto a algún “irresponsable” o “insolidario” en televisión o redes sociales durante todo este tiempo, que tire la primera piedra. Todo ser humano se ha indignado como el que más con esas imágenes de personas que, en un claro desafío a la emergencia que atraviesa el mundo entero, se han saltado la —mal llamada— cuarentena para visitar a su pareja, tomarse unas cañas con amigos o hacer ejercicio al aire libre cuando aún no se podía. Y no, aunque seas Mariano Rajoy tampoco estás exento de cumplir las normas.
Radiografía del irresponsable
Todos creíamos tener claras las reglas del juego durante las semanas que ha durado el confinamiento total. Sabíamos que no se podía salir de casa a nuestro antojo; que aprovechar el momento de sacar al perro, tirar la basura o comprar el pan para dar una vuelta estaba mal; o que nos teníamos que conformar con ver a nuestros seres queridos a través de una pantalla. Pero eso ha cambiado desde que todas las personas tienen permiso para pasear, eso sí, siguiendo unas pautas.
Quien escribe estas líneas ha tenido la oportunidad de observar, de una manera genérica, el comportamiento de los viandantes durante los tres primeros días de salidas. Y, en esta ocasión, no es necesario enseñar imágenes captadas con teleobjetivo —como la que abre este artículo— que muestren una realidad distorsionada para recurrir a la crítica fácil, sino que cualquier ciudadano puede aprovechar su paseo y comprobarlo con sus propios ojos: los irresponsables están mucho más cerca de lo que nos imaginamos.
Entre los días 2 y 10 de mayo, como mínimo, la norma establecida era la siguiente: paseos de máximo una hora, en el radio de un kilómetro respecto al domicilio, y acompañado únicamente de otra persona residente en el mismo hogar, todo ello con unos horarios establecidos en función de la edad y condición social, y respetando una distancia interpersonal con los demás peatones de al menos dos metros. Sin embargo, la dinámica en ese período ha sido muy diferente a lo que se esperaba —o quizás no—. Chavales quedando con sus amigos libremente mientras sus padres hacen la vista gorda, grupos de cuatro o cinco personas paseando juntos, parejas no convivientes que se reencuentran y mágicamente realizan el mismo trayecto… Y cuando cae la noche —la hora máxima de estar en la calle es a las 23—, raro es quien se comporta de manera correcta. ¿Pensarán semejantes pícaros que para la policía todos los gatos son pardos?
Te gusten más o menos, las reglas están para cumplirlas, y todas tienen un porqué. En el momento en que no puedes ver a esos seres queridos a las que tanto echas de menos, piensa en las miles de personas que, solo en España, echarán de menos a alguno de ellos el resto de sus vidas porque la pandemia los ha matado. ¿Te gustaría contribuir a que esto siga ocurriendo por no esperar tan solo unos días más? Con estas acciones tú también te estás saltando el confinamiento y has pasado a formar parte del club más repudiado por toda la sociedad: el de los irresponsables.