Ahora que comenzamos a salir del hoyo tras la pandemia del coronavirus, una de las medidas para prevenir nuevos contagios es la de evitar permanecer muy cerca de terceras personas. Habrá que esperar, por tanto, para abrazar a nuestros seres queridos. Pero, ¿de dónde viene esta “cultura del abrazo” y cómo podemos adaptarla a la normalidad “post-COVID”?
Las relaciones sociales a este lado del globo terráqueo están definidas de manera casi unánime por el contacto físico directo con las personas. Independientemente del grado de confianza que se tenga con el otro individuo, apenas encontramos situaciones en las que esto no se dé de ninguna forma: si se trata de un contexto en cierta medida formal, o si se acaba de conocer a la otra persona, recurrimos al estrechamiento de manos o a los dos besos en cada mejilla —saludos, por cierto, que se eligen en función del género de, al menos, uno de los dos individuos, contribuyendo a su estereotipación por dicho factor—. Este contacto humano aumenta proporcionalmente a la confianza con el otro, y alcanza su culmen en el ámbito sentimental o de pareja.
Dentro de las funciones que tiene esto en el ámbito social, destaca en especial que es una forma de mostrar afecto hacia la otra persona. Y es aquí donde nos encontramos el principal de esos gestos de cariño, y el más democratizado en las sociedades occidentales: el abrazo. Una acción absolutamente descriptiva en su propia morfología, pues dos personas se funden en un solo ser, y con un simple apretón envían un mensaje claro: ambas “se tienen” mutuamente y ninguna dejará marchar a la otra. Esto no solo debe aplicarse a la amistad, sino también a otros ámbitos como el compañerismo o el amor de familia.
Tiempos de pandemia
¿Y qué hacer cuando nos topamos con la expansión de un virus que hace imposible el contacto con seguridad? La COVID-19 ha cambiado por completo nuestro día a día, afectando especialmente al terreno social. De la noche a la mañana, dejamos de hacer vida normal para pasar a un encierro entre cuatro paredes que se antojaba infinito. Adiós a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo o de clase, e incluso a tu pareja si no vivís bajo el mismo techo. Estábamos asistiendo a la escritura de un nuevo episodio en la historia del mundo contemporáneo, y el responsable no era otro que un cuerpo microscópico, invisible a ojos humanos.
Afortunadamente, el peor de los tragos ya ha pasado. La luz comienza a vislumbrarse al final del túnel, aunque aún está algo lejos de nuestro alcance. La recuperación de la vida normal se antoja lenta y progresiva, y hay quien teme, incluso, que las cosas no vuelvan a ser como antes. Pero mientras se avanza en el camino hacia eso que se ha dado en llamar “nueva normalidad”, sí hay que tomar conciencia sobre las tan repetidas medidas de prevención de nuevos contagios: mascarillas, higiene y distancia interpersonal de, como mínimo, dos metros. Por tanto, nada de contacto físico de ninguna clase con personas externas a nuestro domicilio —ni siquiera en el caso de las parejas, algo que afecta sobre todo a jóvenes no emancipados—. Por supuesto, esto entra ya en el terreno de la responsabilidad individual, de la que también hemos hablado.
De todas esas medidas, perfectamente coherentes y entendibles en el contexto de la pandemia, la que peor se lleva es, justamente, la que concierne a la distancia entre personas, y, en particular, el hecho de no poder abrazarnos con las personas a las que queremos. Por contra, en China, país en el que comenzó la expansión del coronavirus, esto no ha sido un problema por motivos meramente culturales: los saludos en el mundo oriental evitan el contacto y se limitan a poco más que un movimiento de cabeza o de ojos. Además, se han popularizado los choques de pies —conocido como Wuhan shake o “saludo de Wuhan”— y de codos, a modo de saludos seguros y con mínimo contacto, aunque existente. Este último, en cualquier caso, ha sido desaconsejado al tener que realizarse a menos de dos metros de la otra persona.
Por tanto, la concepción del abrazo como una forma de mostrar afecto hacia otra persona es, sobre todo, occidental. Los países que se encuentran en torno al Mediterráneo, de los que se dice que tienen cierto “carácter latino”, están a la cabeza en ese sentido, así como Estados Unidos y numerosas zonas de América Latina. No está muy claro el porqué de estas diferencias sociales, pero sí que hay respuesta para otro de los grandes interrogantes en los lugares que más echan de menos los abrazos: sí, volveremos a abrazarnos. Pero hasta que ese día llegue, es buena idea aprender de las demás culturas e intentar adoptar alguna de sus costumbres. Y tú, ¿te atreverías a saludar a tu pareja o amigos con una reverencia?