En apenas un par de años, he visto al 8-M y lo que significa para mí cambiar radicalmente.
Marzo es conocido como el Mes de la Mujer debido a la importancia del 8 de marzo, regulado por las Naciones Unidas como el Día Internacional de la Mujer desde 1975. Durante más de 40 años, las manifestaciones del 8 de marzo han ido evolucionando, como no podía ser de otra manera. Se incorporó, por ejemplo, el parón del 8-M, donde las mujeres demostraron su papel fundamental en el día a día y cuánta responsabilidad no acreditada recae sobre ellas.
En un país como España, el feminismo ha llegado tan lejos que es inevitable su constante ramificación. Se han conseguido cosas maravillosas y estrictamente esenciales, pero el debate es cada vez más abierto. En las cosas importantes, parece que las mujeres no dudan: la violencia a la mujer debe acabar; pero incluso en una afirmación de apariencia tan obvia, hay numerosos puntos de vista femeninos. Algunas piensan que la violencia es sistemática, otras se oponen. Algunas creen que el 8-M es más obrero que femenino, otras reivindican su evolución histórica.
En los últimos años, esta discusión ha llegado a extrapolarse hasta dictaminar quién es bienvenida en la manifestación del 8-M. Y ahí es donde nos pasamos. Si el 8-M se populariza tanto que llega a ser un dictamen de qué mujeres pueden asistir y quiénes no (en el Día Internacional de la MUJER), llega el momento de dar un paso atrás y darnos cuenta de que nos hemos pasado de la raya. El poder que estamos intentando reivindicar debería focalizarse en la inclusión, no en la exclusión.
Sí, el 8 de marzo comenzó como una revuelta de mujeres obreras. Pero antes de obreras, eran mujeres. El movimiento obrero tiene su propia legitimización, pero a día de hoy el 8-M es más sobre la discriminación a las mujeres que el movimiento obrero. Si se consigue cambiar algo tan arraigado ren la sociedad como la discriminación hacia las mujeres, esto se propagará a todos los ámbitos. Trabajo incluido.
Una moda
Nunca me he sentido tan poderosa y acompañada como en el 8-M de 2017, a pesar de estar marchando yo “sola” durante media hora porque mi amiga llegaba tarde. Y nunca me he sentido tan fuera de lugar como en la manifestación del 8 de marzo de 2018.
La del año 2019 ya fue la gota que colmó el vaso. Banderas políticas en el 8-M y pancartas en inglés para quedar bien en las redes, por la moda. Es cierto que la moda no es inherentemente mala. En 2017, “feminismo” fue la palabra más buscada. BIEN. Una empieza por una búsqueda en la RAE o Wikipedia y termina dándose cuenta de la transcendencia del movimiento. O eso sería lo idóneo. Sin embargo, del mismo modo que el Orgullo se ha transformado en una fiesta, y hay algo refrescante en ello, ensombrece el quid de la cuestión: la lucha contra la discriminación.
He visto mujeres criticando la asistencia de mujeres políticas (que antes de políticas son mujeres, e indudablemente luchan por tener un lugar en una profesión con enorme necesidad de renovación). A mujeres desaprobar la incorporación de mujeres trans, como si la violencia no fuera con ellas allá donde van. Mujeres que se oponen a luchar codo a codo con las de otras ideologías o creencias, como si a una votante de VOX no le pudiera agredir sexualmente un hombre, o a una mujer comunista no pudiera pegarle su marido.
El 8-M, más que unir, está separando. Nos olvidamos de lo realmente importante: luchar las unas por las otras. No entiendo a las mujeres que refuerzan la idea de que solo hay una forma de ser mujer y de ser digna de la sororidad y protección de otras mujeres. Lo que tenemos últimamente son mujeres vetando a mujeres, la caída en picado del 8-M. Y por eso, ya no marcho el 8-M.
Me he cansado de la discriminación dentro del 8-M. Sí, aún quedan cosas por las que marchar. Por las que reivindicar. Por las que gritar, llorar y ofenderse. Porque aunque España no esté tan mal, sigue habiendo constantes ataques al feminismo. A la igualdad.
Por suerte, el 8-M no es el único día para reivindicarlas, ni debería serlo. Yo ya no me siento cómoda marchando (y este año y el anterior, por razones obvias, aún menos). Quizá me toca dejar la lucha de a pie a las nuevas generaciones más jóvenes, con energías recargadas para ser tan feroces como lo era yo a los 15, y centrarme donde yo puedo atacar mejor: sigilosamente, desde dentro.
Muy bueno.
¡Gracias, Almudena!