Solo hay que hacer una simple búsqueda en Google escribiendo “lugares abandonados España” o “lugares abandonados que visitar” para darnos cuenta de que millones de personas han buscado lo mismo antes que nosotros. Prueba de ello es que no encontramos solo información de webs amateur ni medios de comunicación desconocidos. Medios tan afamados como Traveler o incluso El País se han hecho eco del urbex, la disciplina que nos invita a descubrir y explorar lugares deshabitados.
Otro barómetro que nos permite comprobar lo populares que son los lugares abandonados son las redes sociales. Instagram está lleno de ellos, desde los más característicos de España, como los sanatorios de la sierra madrileña hasta los más emblemáticos del mundo: Chernóbil y Fukushima. Todo ello, por supuesto, pasando por una innumerable lista de hospitales, mansiones o palacios dejados de la mano de Dios cuya ubicación no se comparte con el espectador, para que no se corrompa el deterioro que se ha encargado de instalar en ellos el paso del tiempo.
Al explorador de urbex le interesa lo que el tiempo y las condiciones hacen al edificio, no los que se cuelan para celebrar fiestas o pintar grafitis en su interior. De hecho, ese es precisamente el encanto de este tipo de lugares: la sensación de que el tiempo se ha detenido en ellos, de que han permanecido ajenos al presente que nos rodea.
El abandono que se nos muestra imperturbable
Lo ideal para los exploradores que practican urbex (o exploración urbana) es encontrar un edificio que parece haberse abandonado con prisas: platos en el fregadero, un calendario colgado de la pared de la cocina, juguetes por el suelo de la habitación de los niños, armarios aún medio llenos de alhajas viejas… Y la verdad es que les entiendo.
Si bien las ruinas despojadas de todo rastro de vida, expuestas a la intemperie del todo y con las paredes derruidas y cubiertas de grafitis pueden llegar a ofrecer una cierta belleza decadente, lo ideal es la ruina que parece viva. El edificio que parece haber sobrevivido a la destrucción absoluta para que lo descubras, conservando un poco de su esencia casi intacta. Listo para que tú lo desgranes, lo descubras. El lugar abandonado más interesante es el que te entrega los elementos suficientes como para que puedas imaginar la vida de quienes allí vivieron con ciertos visos de veracidad, sin tener que inventar de cero.
Además, en mi opinión, los lugares que parecen abandonados a toda prisa nos lanzan una pregunta directa. Una cuestión que despierta nuestra intriga (y quizá incluso un cierto temor) desde el momento en el que cruzamos el umbral de la destartalada puerta: ¿qué pasó para que los habitantes de aquel lugar lo abandonaran así? Corriendo, sin recoger todas sus pertenencias, dejando incluso papeles que parecen importantes, vajillas que en su momento debieron costar una fortuna y los muñecos preferidos de sus pequeños, que ahora han adquirido un tinte siniestro.
Los motivos para partir
En casos en los que el tiempo se ha detenido a causa de una catástrofe como una inundación, un tornado o una fuga nuclear, el abandono está claro. Pero ¿y en otros? ¿Qué explicaciones maquina nuestro cerebro, o cuáles podemos leer si buscamos información sobre ello? Pues desde las más prosaicas a las más emocionantes.
El sanatorio de Los Molinos (Sierra de Guadarrama), por ejemplo, se abandonó en el año 2001. Sin embargo, en su interior no solo se encuentran calendarios de esa fecha o letreros que te indican en qué salas no se deben entrar, en qué lugar se encontraban los ascensores o que te recuerdan que en un hospital debes guardar silencio, sino también camillas y focos de quirófano. Estoy segura de que estos elementos no son baratos, y de que serían aprovechables en otros centros, pero por desgracia si buscamos en Internet no encontramos nada emocionante al respecto de su abandono y olvido. Las cuestiones fueron, al parecer, económicas y prácticas, y seguramente la dejadez o el característico despilfarro de recursos el único motivo por el que se abandonó a su suerte allí este material.
En cambio, si buscamos información sobre, por ejemplo, La Cornudilla (Valencia), nuestros deseos más morbosos quedan plenamente satisfechos. Se dice que el pueblo acabó sucumbiendo al abandono porque, por las noches, comenzaron a escucharse entre sus calles gritos, murmullos y extraños lamentos. Hay incluso quien afirmaba ver sombras siniestras atravesando el lugar. Se dice que, aunque estos misterios cesaron en todo el pueblo menos en la conocida como “Casa de los ruidos”, los extraños fenómenos acabaron causando la desbandada de los vecinos.
En definitiva, creo que el urbex es ahora una disciplina popular porque nos hace soñar, imaginar el pasado de mil formas posibles, viajar en el tiempo sin salir, en muchas ocasiones, de la propia ciudad. Nos otorga una forma de encontrar lugares que han quedado anclados en el tiempo y que nos hacen preguntas, nos despiertan intrigas dignas de películas de terror. Nos entregan leyendas que ya se alzan como parte del folklore de los lugares que, por el momento, habitamos todavía.