La nueva película de Dominik Graf llega a Filmin el 11 marzo con un propósito histórico que consigue ir más allá
“Crímenes, maldad, pobreza y depravación”. Así describe el protagonista de Fabian el Berlín de 1931, dos años antes de las elecciones que dieron el triunfo a Hitler. Esta última película del director alemán Dominik Graf transporta al espectador a la República de Weimar a través de una adaptación de la novela de Erich Kästner —considerada como una obra esencial sobre el periodo de entreguerras en el país—. De esta forma, si a finales de febrero llegaba a la cartelera una película sobre la Alemania de los años 60 (Great Freedom), el próximo 11 de marzo Fabian estará disponible en Filmin como una miniserie de dos capítulos de 90 minutos cada uno.
En Discordia hemos tenido la oportunidad de verla antes de su estreno, aunque ya compitió en los festivales de Berlín y Sevilla. Aun así, su mayor éxito lo encontramos en los Premios del cine alemán, donde obtuvo 11 nominaciones y tres galardones: segunda mejor película, mejor fotografía y mejor montaje. Está protagonizada por dos grandes actores del país: Tom Schilling y Saskia Rosendahl, que ya coincidieron en La sombra del pasado (2018).
Una historia de amor histórica
Fabian es un escritor frustrado de 32 años que trabaja como publicista con un sueldo que, a duras penas, le permite pagar su alojamiento en una pensión. “¿Hay cabida en el mundo para la decencia?”, pregunta durante los primeros minutos de la película. Así, el protagonista se presenta como un hombre atormentado —pero tranquilo y con principios— que trata de escapar de la realidad asistiendo a locales nocturnos. Hasta que, en medio de la vorágine de locura y excesos, huye del ruido y encuentra el amor en forma de sensatez.
Cornelia tiene 25 años y es una “futura abogada y camarera que quiere ser famosa”, en este caso trabajando como actriz. Ella y Fabian son dos personas profundamente pesimistas ante la situación social y política de Berlín, aunque tienen otra cosa en común que marcará su relación: viven puerta con puerta en la misma pensión.
El propósito histórico de la película inunda hasta el primer encuentro romántico entre los protagonistas. “Hace mucho que han convertido esta ciudad en un manicomio”, confiesa el protagonista a Cornelia. De esta forma, mientras mantienen su primer paseo por Berlín, aparecen imágenes de carteles colgados en las paredes de la obra de teatro Doctor Fausto, comunismo, anuncios de medias, carteles en apoyo al nazismo… Puede parecer que esta relación amorosa solo es una excusa para desarrollar una película eminentemente histórica, pero la segunda mitad confirma que los personajes tienen un arco de transformación propios.
Pero en Fabian, el amor no se presenta solo a través del romance con Cornelia, sino también con el personaje interpretado por Albrecht Schuch, un gran amigo del protagonista adinerado y de izquierdas. Primero por esta relación de amistad y más tarde por su amor hacia Cornelia, Fabian rompe dos veces durante la película con la tranquilidad que tanto caracteriza a su personalidad por pura rabia e impotencia. “Yo también puedo enfadarme”, asegura. No por su despido, no por la impotencia que le produce la situación política del país, no por su fracaso como escritor… Se enfada por amor.
Un montaje vertiginoso
Durante el plano secuencia que presenta los créditos iniciales de la película, el director adelanta que su película quiere destacar a nivel técnico; y lo consigue, para bien o para mal. Grabado en formato 4:3, Fabian está realizada cámara en mano con mucho gusto por los planos cerrados y contrapicados, a modo de pequeños guiños al cine expresionista alemán, que tuvo lugar en aquella época. Además, destaca la dirección de fotografía y el minucioso cuidado por la iluminación, que juega con los tonos cálidos y fríos en un equilibrio y contraste muy efectivo.
Pero si algo llamará la atención de todos los espectadores, eso es el montaje. Claudia Wolscht, la profesional encargada de esta tarea, dio forma a Fabian con tres tipos de imágenes: las digitales, que evocan a la ficción pura; las realizadas en Super 8, que imitan un falso documental, y las de archivo en blanco y negro, que transportan al Berlín real de la época a modo de transiciones y contextualización.
El resultado muestra un trabajo vertiginoso de edición, que utiliza recursos atípicos como el formato multipantalla o la cámara rápida para dar dinamismo y confundir al espectador, ya fuera esa su intención o no. Incluso hay una escena que convierte a la película en cine mudo durante 30 segundos. El montaje también rompe la concordancia entre la imagen y el sonido, jugando con el punto de vista en varias escenas. Además, la música es una constante a lo largo de toda la película, llegando incluso a interrumpir el diálogo entre los personajes.
Por otro lado, cabe mencionar la incorporación de dos narradores a la película: una voz masculina y otra femenina. A menudo se adelantan a los acontecimientos, igual que los recurrentes planos a modo de flashforwards. De hecho, los narradores rompen en varias ocasiones una regla fundamental en el cine: no decir con palabras lo que vemos en imágenes. Si el director acertó tomando esta decisión solo puede decidirlo cada espectador, pero una cosa está clara: le da una personalidad de la que carecen muchas películas.
En conclusión, Fabian es una película que, a través del amor y recursos técnicos experimentales, presenta a su protagonista como el representante de la decadencia de la República de Weimar. Pero, más allá de su propósito histórico, narra una historia de traición, amistad y amor romántico que desemboca en un final redondo.