Joachim Trier fusiona las contradicciones contemporáneas y las dudas existenciales de siempre en una película sobresaliente
Mañana viernes 11 de marzo, La peor persona del mundo llega a la cartelera española con un fantástico recorrido por festivales y entregas de premios. Compite en los Premios Óscar de este año en las categorías de mejor película internacional y mejor guion original, aunque no tiene nada que envidiarle a las favoritas de la edición. Esta nueva obra del director noruego Joachim Trier (Thelma), coescrita con su inseparable guionista Eskil Vogt, narra en 12 capítulos, un prólogo y un epílogo la vida de una carismática y emocional chica de 29 años interpretada por una excelente Renate Reinsve —premiada como mejor actriz en el Festival de Cannes—.
Un profundo reflejo del mundo actual
La división de la película en 14 partes bien diferenciadas, aunque lineales en el tiempo, favorece la narración de las decisiones que va tomando la protagonista, con la que los espectadores podrán sentirse identificados en su complicado proceso hacia la madurez. La diversidad de temáticas que aborda el filme es inmensa, convirtiéndola en un muy acertado intento por reflejar los conflictos de la actualidad. Maternidad, juventud, infidelidad, amor, choque generacional, familia, sexualidad, arte, drogas, medioambiente, feminismo… Quizás, el tratamiento de este último tema es el más flojo de todos, pero apenas molesta en el conjunto del guion.
Entre el drama, el romance y un acertado toque de comedia, La peor persona del mundo desarrolla al personaje de Julie a través de sus dos relaciones amorosas. Una con Aksa, un hombre de más de 40 años y autor de uno de los cómics más populares del momento sobre humor negro; y otra con Eivind, un chico humilde al que conoce colándose en una fiesta. Ambos, con su evolución personal, acercan al espectador al complejo —¿y común?— mundo interior de la protagonista. Pero no son los únicos; el director aprovecha las herramientas que ofrece el cine para narrar una historia que, sin ser pretenciosa o densa, resulta reveladora.
De esta forma, cabe destacar el aspecto técnico de dos capítulos: el quinto (Mal momento) y el octavo (El circo narcisista de Julie). Ambos recurren a los efectos visuales, aunque con objetivos muy diferentes. Mal momento, además de superponer la voz de una narradora al diálogo de los personajes para enfatizar y analizar su comportamiento, presenta un toque fantástico a la película. Así, el director plasma en la pantalla lo que muchos espectadores hubieran querido hacer alguna vez: detener el tiempo y actuar sin consecuencias. Por su parte, el octavo capítulo ahonda en las preocupaciones de Julie a través de los efectos de las drogas, perfectamente representados tanto en la parte narrativa como técnica.
Preguntas… ¿Sin respuesta?
A lo largo de la película, las contradicciones y los dilemas morales del tiempo presente son el pilar para dar profundidad a los personajes. Así, en el prólogo aparece un conflicto ya visto en otras películas: la diferencia de edad en relaciones de pareja. El choque entre dos generaciones, muy influido por el contexto de cada uno, y las relaciones de poder en el amor, aunque en menor medida, se plantean como un problema secundario que influye en las decisiones y el desarrollo de cada personaje. Pero entre Julie y Aksa hay otro fantasma que explota en los últimos minutos del filme: la sensación de no ser suficiente. ¿Cómo puedo querer y no querer a alguien al mismo tiempo? ¿Cómo tomo una decisión que no me conviene pero es lo mejor para mí? ¿Por qué consideran que soy buena persona si yo no me siento así?
Por otro lado, Eivind y, sobre todo, el personaje de su pareja Sunniva, es el reflejo de una sociedad atormentada por los problemas medioambientales y las desigualdades del mundo. ¿Es compatible llevar una vida plena en occidente siendo consciente del daño que pueden provocar nuestras acciones? ¿Es justo sentirnos culpables por no dedicarnos en cuerpo y alma a mejorar el planeta? ¿Cómo debería actuar si la vida de mi pareja da un giro de 180 grados y no estoy seguro de querer hacer lo mismo? Y de vuelta a Julie… ¿Puedo ser feminista y gozar del sexo duro? ¿Puedo ser feminista y sentir celos? O, por parte de Aksa… ¿Qué es el arte? ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión en la cultura? ¿Es censura que modifique mi obra para no ofender a nadie? ¿Ha servido de algo todo lo que he hecho en la vida?
Todos los personajes, con su complejidad, arrastran un saco de dudas que colocan a los espectadores ante su propio reflejo. “No sé”, confiesa Julie varias veces a lo largo de la película. Quizás esa sea la respuesta para todo; o no. La peor persona del mundo no habla de soluciones, sino de matices. Y así, el director llega al final, que deja al público con una última incógnita —al puro estilo carpe diem—: ¿Tiene sentido planificar cómo será tu vida?
Un pensamiento en “‘La peor persona del mundo’ y sus incógnitas”