Nos han enseñado a prejuzgar a las personas por su físico antes de conocerlas, pero ya es hora de reaprender
Valorar el estado de salud o los hábitos y cualidades de una persona sin tener información sobre ella, solo por su apariencia, se denomina estigma de peso. Este concepto nos hace creer que todas las personas gordas llevan un estilo de vida insano, comen solo comida basura, no practican ejercicio, son unas dejadas sin fuerza de voluntad que no se cuidan y que no se preocupan por su salud. Estos prejuicios en torno a las personas con sobrepeso son una losa muy grande que les afecta en todos los ámbitos de su vida, y también afecta a la sociedad en general al sentir una presión constante por no engordar.
¿Cómo no nos damos cuenta de lo absurdo que es esto? Si vemos a una persona gorda comiéndose una hamburguesa, nuestro cerebro automáticamente nos lleva a pensar: “Normal que esté así, mira lo que come”. En cambio, si es una persona delgada, nunca se tendrá esa visión negativa, como mucho se pensará: “Qué envidia que no le engorda nada”.
Muchas veces justificamos nuestros comentarios diciendo que es por su salud o por su bien. Pero ¿quién somos nosotras para hablar sobre la salud de nadie? ¿No creéis que cada persona se debe de preocupar de su propia salud? No podemos saber la salud de alguien solo por una foto o por una primera impresión. Además, haciendo este tipo de comentarios, ¿estamos teniendo en cuenta el impacto que puede generar en su salud mental? ¿Nos paramos a pensar en la carga que lleva soportando esa persona durante toda su vida y el daño que pueden generar nuestros prejuicios? A una persona gorda le llevan diciendo que es gorda toda su vida; lleva toda la vida sin referentes positivos y seguramente lleve toda la vida intentando adelgazar.
Puede que haya llegado el momento de que nos paremos a reflexionar si nuestra supuesta buena intención es solo por la salud de las personas gordas o, en cambio, es pura gordofobia. Está en nuestra mano escuchar a estas personas y deconstruirnos. Dejemos de mirarnos el ombligo y empecemos a aceptar que la sociedad es gordofóbica y que tenemos que trabajar para cambiarla.
No es cierto que todo el mundo pueda estar delgado. Es como decirle a una persona delgada que engorde. Hay personas que por mucho que coman no van a engordar, al igual que hay personas que por mucho que coman sano y hagan deporte no van a tener un cuerpo normativo, y está bien. No exijamos cuerpos perfectos porque no existen.
Hay personas gordas sanas, hay personas delgadas sanas, hay personas gordas enfermas y hay personas delgadas enfermas. Dejemos de asociar gordura con enfermedad porque no es así. No puede ser que muchas personas gordas dejen de ir al médico porque, en muchas ocasiones, la única respuesta que escuchan es que adelgacen, sin profundizar en sus síntomas y ver cuál es el verdadero problema. Mara Jiménez en su cuenta de Instagram hace una recopilación de experiencias reales de gordofobia en la consulta médica.
También se ha extendido el discurso de que, si una persona gorda sube una foto suya a las redes sociales, está haciendo apología de la obesidad. Esto también pasa a la inversa, cuando una persona muy delgada muestra su cuerpo, se le acusa de promover la anorexia. Por favor, ningún cuerpo incita a nada y ninguna persona por el simple hecho de existir merece sufrir este tipo de comentarios. A quien de verdad tenemos que culpar de todos los trastornos alimenticios y de toda esta discriminación es a la gordofobia y a la cultura de la dieta, esa que genera millones de euros a costa de engañar y acomplejar a las personas.
Y volvemos a la importancia del lenguaje. Sí, digo personas gordas. No, no pasa nada por decir gorda porque no hay nada de malo en ser gorda, igual que no hay nada de malo en ser una persona delgada. Dejémonos de diminutivos como “gordita” o “rellenita” porque transmite la idea de que estar gorda es malo, que estar gorda es un motivo de vergüenza y tabú. También conviene destacar que las personas ESTÁN gordas, no SON gordas. Nuestro cuerpo no nos define, pero parece que esta frase solo se dirige a las personas con cuerpos normativos. Todas las personas, independientemente de su cuerpo, son válidas y merecen el mismo respeto y amor que las demás.
Cultura de la dieta
En vista de todo el estigma y la presión que la sociedad ejerce sobre las personas gordas, es normal que muchas de ellas quieran adelgazar a toda costa y que para ellas se convierta en una pesadilla vivir en su cuerpo. Este pensamiento no es exclusivo de las personas con cuerpos grande; de hecho, el 70% de los adolescentes no se sienten a gusto con su cuerpo y seis de cada 10 chicas piensan que serían más felices estando más delgadas. Esto provoca que alrededor del 30% de ellas revele conductas patológicas, según datos recogidos por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMGF).
La publicidad nos vende que la gran solución para perder peso es ponernos a dieta. Nos ofrecen millones de dietas milagrosas que prometen cuerpos de infarto en poco tiempo. Pero no nos cuentan lo que realmente hay detrás de una dieta restrictiva. Según la nutricionista Raquel Lobatón, el 95% de la gente que pierde peso por medio de dietas lo recupera, y, de estos, dos terceras parte ganarán más de lo perdido. Pero claro, es mucho mejor inculcarnos unas inseguridades que nos conducen a consumir sus productos y así seguir favoreciendo a una industria que, solo en Estados Unidos, genera más de 72 mil millones dólares de ganancias a nuestra costa. No es por nuestra salud, es por su negocio.
Estamos en un punto en el que deseamos estar enfermas para así adelgazar. Esto puede parecer una barbaridad, pero basta con poner la tele para oír comentarios como el que le soltó Pablo Motos a Resines después de salir de la UCI tras 48 días ingresado por coronavirus: “Bueno, estás bien, has adelgazado, que tampoco te venía mal”. No es extraño escuchar este tipo de comentarios, los cuales están más que normalizados a pesar de ser completamente peligrosos.
Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)
La gordofobia, la cultura de la dieta, el estigma de peso, los ideales de belleza que nos dicen que si no cumplimos ciertos cánones no somos válidas, la operación bikini, la práctica de ejercicio de manera compulsiva para compensar comidas, comprar ropa de una talla menor para cuando estemos más delgadas, los comentarios y frases interiorizadas de la sociedad que nos hacen sentir culpables por disfrutar de la comida, la forma en la que dejamos de escuchar a nuestro cuerpo para cumplir con retos imposibles, la idea de que cuando adelgacemos podremos hacer todas esas cosas que ahora creemos prohibidas… Todo esto es el caldo de cultivo en el que se cimientan los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA).
Toda esta presión social tiene graves consecuencias en nuestra autoestima y, curiosamente, en nuestra salud, ya que favorece el desarrollo de los TCA. Según la Fundación ABB, un 11% de los adolescentes está realizando conductas de riesgo susceptibles de acabar cumpliendo criterios para el diagnóstico de un TCA, que ya se encuentra entre las tres enfermedades crónicas más frecuentes entre los adolescentes. Debemos recordar que las personas con TCA no tienen una corporalidad determinada, como se nos ha representado sistemáticamente. Este trastorno es una enfermedad mental, por lo que va más allá de la apariencia física.
Si tu relación con la comida te hace sentir culpable, si sientes rechazo hacia tu cuerpo y eso afecta a tu autopercepción, si necesitas hacer ejercicio de manera compulsiva para compensar la ingesta de comida, si dejas de hacer comidas para no engordar, entonces pide ayuda. Te mereces tener una relación sana contigo misma y con la comida; mereces disfrutar de ella sin culpa ni restricciones; mereces descansar de los pensamientos intrusivos y del miedo a engordar, a no encajar.
Nota: puedes seguir leyendo mis artículos de esta colección denominada “Querida yo del pasado…” pinchando aquí.