Tim Burton se acuerda de sí mismo en su última película, Bitelchús Bitelchús: nostalgia, ingenio y pereza
Si hay algo que Tim Burton no necesita es presentación. Sobre todo siendo un director con un estilo tan diferenciable, al menos hasta mediados de los 90, que luego dicho estilo se vio drásticamente apocado. Mundos imaginarios de una tierna oscuridad de diseños expresionistas, con personajes muy ingenuos e historias que lograban emocionar, divertir; incluso resultar ciertamente tenebrosas. Entre sus filmes más destacables, para quien escribe, se encuentran: Batman Vuelve (1992), Mars. Attacks! (1996), Sweeney Todd (2007) y la extraordinaria Ed Wood (1994). Y, por supuesto, la cinta que nos vuelve a reunir en las salas con su segunda entrega y que es, también, estupenda. La muy canalla Bitelchús (1988).
Tiempo pasado siempre deseado
La secuela de Bitelchús es una de esas películas que se prometieron hace treinta años y sobre la que se elaboraban tramas y teorías, una y otra vez. Hasta que, evidentemente, se la dejó de esperar. Hasta que en 2023 se hizo oficial la noticia. Después de fracasos como los de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (2016) y Dumbo (2019), Burton volvió al ojo público y al punto de mira de la industria por su participación como director en cuatro episodios en la serie de Netflix Miércoles (2022). Así, “Bitelchús 2” se confirmó con la esperanza de traer de vuelta y sacar a chorro el ingenio y la brillantez que alguna vez mojaron el cine de Tim Burton.
No deja de ser algo común desde siempre en la historia del cine, aunque especialmente desde hace más de diez años, rebuscar en el bolsillo de la nostalgia. De hecho, no sería la primera vez que esta agita el cine del cineasta estadounidense. Dumbo, Alicia en el país de las maravillas (2010), Charlie y la fábrica de chocolate (2005) o El planeta de los simios (2001) son prueba de tal ajetreo. Esta vez no es en forma de reboot o remake, sino de secuela de una cinta suya: Bitelchús Bitelchús. No es descabellado tachar de arriesgada esta idea, puesto que podría ser una decisión llevada por la añoranza de traer de vuelta a un Burton que nunca existió, y que si lo hizo, si de verdad existió, hace tiempo que anda desaparecido.
El hambre aguza el ingenio
Bitelchús Bitelchús se está vendiendo como el gran regreso del mejor Tim Burton. Y no vamos a negar que, de algún modo, así es. El buen Timothy se acuerda de sí mismo, se busca y se encuentra en partes de esta película. Empecemos diciendo que Michael Keaton está igual de estupendo que hace tres décadas en el mismo papel. Con una energía y con un tempo cómico de escándalo. Por su parte, Mónica Belluci está imponente; lástima que luego su rol acabe en la nada más absoluta de forma casi irrisoria. Pero las veces que aparece en pantalla son divinas.
Por último, todo lo que ocurre en el mundo de los muertos es una auténtica delicia. Una expansión del universo creado en la cinta del 88 donde el director exprime todo el jugo posible. Se respira en la pantalla que Burton se lo está pasando en grande. El hambre de sí mismo consigue que haga cosas admirables. Secuencias enteras marca de la casa: desagradables, tenebrosas, imaginativas y muy divertidas.
De la risa al duelo, un pelo
Una lástima que para el resto carezca de admiración alguna. Lo que se sitúa en el mundo de los vivos parece, creo que de forma bastante previsible, una serie de Netflix. Tiene la estética de cualquier serie adolescente medio oscura sin sentido narrativo ni sabor. Secuencias insípidas y mal montadas. Y no creo que el problema esté en el corte en sí mismo, sino en lo que precede y sucede al corte. Me explico.
Las interpretaciones de Jenna Ortega o Catherine O’Hara no están en sintonía con las emociones de las secuencias. De hecho, de un plano a otro parecen haber cambiado bruscamente de emoción cuando se supone que deberían mantener una o transitar varias. Y el efecto acción-reacción se siente muy forzado. Se le ven las costuras a las actuaciones. Es una pena, porque el espectador durante las escenas en lugares reales solo espera la llegada de las escenas chifladas del inframundo con burocracia, vísceras, bebés endemoniados o trenes de almas llenos de soul. Lo que más cuesta arriba se hace es el final. Una secuencia musical que aúna todo lo malo mencionado y solo provoca bostezo.
Suspiro y bostezo, hambre del alma y hambre del cuerpo
Bitelchús Bitelchús es una película irregular, donde las partes entretenidas son muy disfrutables, pero entre una y otra escena buena tenemos que caminar con tedio por una cinta insípida y perezosa. Y esto responde a un problema de base. Mientras que la original trata de manera muy entretenida temas como la aceptación de la muerte, ser padres, encajar en la sociedad y la lucha entre la paz de un pueblo y el capitalismo galopante del ‘artisteo modernito’ que intenta acabar con dicha paz, Bitelchús Bitelchús no tiene nada que contar.
Queriendo exprimir la nostalgia con tramas y subtramas incompletas, risibles conveniencias y un refrito de lo que funcionó en su día, logran el bostezo más amplio de su entregado público. Es una secuela que no es capaz de continuar con la sencilla profundidad y el cálido mensaje de su antecesora. Así pues, toca suspirar, entrelazar los dedos e implorar: “Ay, Bitelchús, Bitelchús… que no digan tu nombre una tercera vez; que no te traigan de vuelta”.