Eternity, la comedia que habla del amor aprendido de la ficción y el amor real
En un más allá donde las almas tienen una semana para decidir dónde pasarán la eternidad, Joan se enfrenta a una difícil disyuntiva: elegir entre el hombre con el que ha compartido su vida o su primer amor, que murió joven. Esta es la premisa de la comedia romántica en la que Elizabeth Olsen, Miles Teller y Callum Turner acabarán por reflejar lo que se nos ha enseñado del amor a través del cine.
El más allá es una hipoteca compartida
Durante el visionado pensé en lo mucho que me gustaría si esta peli se hubiera estrenado a finales de los 60, escrita por Billy Wilder, dirigida por Richard Quine, y con Shirley McLaine, Jack Lemmon y Tony Curtis como protagonistas. Sin embargo, la que tenemos, la que existe, es esta y tiene un reparto estupendo y una original y desternillante imaginería para mostrar un posible mundo después de la muerte.
Siendo completamente sincero, no es la mejor comedia romántica ni la más audaz. Tiene cosas un poco casposas, como la base principal de la trama: que una mujer tenga que elegir entre dos hombres para pasar su eternidad, sin siquiera plantearse elegir pasarla sola. O incluso la tramposa lectura que se puede hacer sobre elegir entre lo malo conocido o lo bueno por conocer. Pero por lo demás, es tierna, divertida y agradable de ver. Y el análisis podría quedarse aquí, pero… ¿por qué escribir sobre ella? ¿Por qué verla? Porque genera una reflexión del todo interesante acerca del amor. Y ahí hay chicha.

Educación romántica a través del cine
El cine, en términos del todo generales, nos ha acostumbrado, como espectadores, a idealizar el amor romántico fabricado por y para entretener. Un amor construido sobre una fórmula que, sumando intensidad con normatividad, siempre acaba dando como resultado un “vivieron felices para siempre”. Un amor que, hecho para complacer a los espectadores después de hora y media de risa o drama, ha acabado asentándose en las expectativas relacionales y vitales de generaciones enteras a lo largo de las décadas. Heredado, por supuesto, de siglos de romances imposibles, intensos y/o idílicos en la literatura.
El cine tan solo le dio figura, le dio un cuerpo a esos enormes pantalones románticos que desde siempre los seres humanos de a pie nos vemos en la necesidad de llenar. En particular, nos ha enseñado que amar es discutir violentamente y reconciliarse con sexo salvaje, una escapada a una cabaña en la montaña, colgarse de una noria, dejarlo todo por la persona amada, colarse en el aeropuerto para declararnos antes de que despegue el avión, pedir matrimonio en un lugar público, ser el definitivo y que el amor duele. Diremos que la ficción, sin querer, por el mal entendimiento humano o por su necesidad de modelos de conducta, ha envenenado lo que podemos entender del amor.

El amor de Eternity
Teniendo esto como precedente, ¿usa Eternity los mismos clichés para continuar con el legado del amor aprendido por la ficción? En parte sí, claro, si no no serviría la fórmula para hacer una comedia romántica. ¿Pero qué ofrece distinto? Pues que pone sobre la mesa una reflexión interesantísima sobre el amor. Y es que “el amor necesita realidad”, como bien escribió Simone Weil; necesita desprenderse de la idealización, porque amar es existir, estar presente, no imaginar. Escribe también Weil que “la creencia en la existencia de otros seres humanos como tales es amor”. Que amar es coexistir en la realidad, aceptar al otro como otro y amarlo igual, saberse distinto al otro y amarse igual.
La cinta, en este sentido y de manera más o menos acertada, busca contrariar la premisa del amor intenso idealizado por la ficción. De hecho —aviso de posible spoiler fuera de contexto—, en la película el amor que se construye desde lo imaginado, no es tan resistente ni tan real como el que se ha venido construyendo día a día durante la coexistencia. No triunfa el amor que pasa más tiempo imaginando que aceptando. El amor que triunfa es el que tiene bajo las suelas de los zapatos tierra de verdad. El que hace que entre los amantes se miren de igual a igual, y se conozcan de manera profunda porque fueron capaces de aceptarse —que no adaptarse— y existir juntos.

La importancia cambiar el modelo en la ficción
Cambiar el modelo establecido es atractivo. No siempre ha de ser así, porque la ficción es ficción. Punto. No tendríamos por qué pedirle más ni asumirla como dictamen de nuestra realidad. Pero, ya que ocurre, uno siempre se alegra de que realidades diferentes a la propia o reflexiones más profundas se hagan hueco en la gran pantalla y pueda llegar a un público mayoritario. La presencia de narrativas alternativas a la habitual es preciso.
Es genial que una peli palomitera de Hollywood aborde el amor de esta manera. Pero qué importancia tiene esto, si es sólo una película. ¿Qué podrá enseñarnos una peli, un cuadro, un libro o una canción sobre el amor? Qué más dará. Si al final el amor, como dijo Robe, está hecho “de viento, de puro viento […] Y de abrazo, de puro abrazo”. Así que disfrutemos del más acá abrazándonos, conociéndonos, aceptándonos, viendo pelis y agarrándonos un momento a la cola del viento, y amando. “Ama, ama, ama y ensancha el alma”.
