He aquí mi homenaje a una mujer valiente y melancólica, una fotógrafa delicada, pero cruda; una periodista rigurosa y resiliente; una chica a la que vi una sola vez y a la que le guardo para siempre el cariño propio de una gran amiga.
Olatz Vázquez falleció el pasado 3 de septiembre de madrugada. La noticia llegó a todos los periódicos. El hashtag #Olatz fue trending topic en Twitter. Su última publicación de Instagram se inflamó con mensajes de pésame y de apoyo a su familia y amigos. Todo el mundo lloró su pérdida.
Conocí a Olatz poco antes de que le diagnosticaran cáncer. Había seguido su trabajo desde hacía más un año. Un día tuve una maravillosa sorpresa: me contactó por Instagram para posar para ella en un proyecto para el Día de la Mujer. No cabía en mí la ilusión de que fuera ella la que me hubiera contactado a mí.
El encuentro
Quedamos en su piso de Madrid, que no estaba muy lejos del mío. Fue la primera y única vez que nos vimos. Ella, naturalmente, hizo de fotógrafa; yo posé al natural. Era también la primera vez que me desnudaba delante de un fotógrafo, pero me sentí segura. Me daba seguridad que ella misma se atreviera a ponerse desnuda delante del juicio de la cámara. Eso, y que le gustó el conjunto de ropa interior que traje ese día. “¡Necesito hacerte una foto con ese sujetador!”, dijo. Mientras, sonaba su lista de reproducción.
Me enseñó a Izaro y su voz de hada. Las cuatro canciones que escuché en su casa son las cuatro que no he dejado de escuchar. Me hizo un té y hablamos. Teníamos una carrera en común. Me contó extractos de su experiencia laboral. Comentamos el proyecto del Día de la Mujer y otros proyectos suyos que no habían salido. Incluso abrimos la puerta a que ella fotografiara las camisetas que yo hacía, porque justo quería volver a hacer fotografía de producto.
Me hizo escribir en un papel lo que era para mí ser mujer, y por primera vez vi la posibilidad de reconciliarme con ese término. Me enseñó otras fotografías que había tomado que me fascinaron. Confesó que no se encontraba bien últimamente, que iba a volverse a su casa, a Vizcaya. Sentí que era una decisión que había meditado bastante. No me atreví a preguntar más.
A los pocos días, me envió algunas de las fotografías que me había hecho. Eran preciosas. Olatz estaba especialmente orgullosa de una en la que había conseguido sacar el color que quería. Me había comentado en nuestra charla que siempre intentaba editar las fotografías a color, pero que casi nunca le gustaba cómo quedaban y, finalmente, las ponía en blanco y negro. Esto hizo que, más adelante, cada vez que veía que publicaba una fotografía suya a color, me alegrara porque hubiese encontrado el color.
Un mes más tarde, publicó en redes sociales que le habían diagnosticado cáncer de estómago.
La cara de la denuncia
Olatz Vázquez se convirtió durante la pandemia en el rostro de las personas enfermas abandonadas tras la presencia de la COVID-19 en los hospitales. En la personificación de los jóvenes cuyos presentimientos y malestar son desestimados por ser jóvenes, del mismo modo que a ella le dijeron durante meses que no podía pasarle nada, que era joven (tenía 26 cuando la diagnosticaron y 27 cuando se fue). Sus fotografías y sus palabras han visibilizado la lucha por el diagnóstico, la importancia de la psicooncología y los innumerables sentimientos que afloran. La culpa, la envidia, el miedo.
Pero Olatz era más, aún más, que todo lo que ha significado para otros pacientes oncológicos o de enfermedades desconocidas. (¿Cuántos sabíamos que el cáncer de estómago existía antes de que nos lo contara Olatz Vázquez?). Forzada de súbito a ser paciente y víctima del cáncer, nunca dejó de ser la fotógrafa que luchó por ser. Como dijo una vez: “Yo lloro fotografías”.
Nos deja un legado de fotografías desgarradoras y bonitas a partes iguales (y las que no hemos visto). Su colección de fotografías bajo el título Minbizia, del euskera “cáncer”, que tiene como traducción literal “daño agudo”, llegaron al Festival de Fotografía de Belgrado, aunque no pudo asistir a verlas más que a través de las fotografías de los asistentes.
Como periodista, no podemos olvidar las entrevistas que hizo a otros pacientes de cáncer, llamadas “Los apellidos del cáncer” (disponibles aún en su IGTV), para visibilizar que no hay dos cánceres iguales.
'Minbizia' en el Festival Internacional de Fotografía de Belgrado 📷 pic.twitter.com/gHPJZ8eIQT
— Olatz Vázquez (@OlatzVazquez) May 12, 2021
Olatz Vázquez merece ser recordada por sus fotos llenas de vulnerabilidad e introspección, que eran su firma incluso antes del diagnóstico. Una firma que se acrecentó sin duda en lo que ella misma denominó su proyecto de cáncer. Pero también merece ser recordada por sus vídeos haciendo tonterías y “juntando calvas” con un tío en la televisión, por aquella vez que nos llevó de excursión a la playa en sus historias de Instagram mientras nos narraba cómo hacía las fotos y por la felicidad de las fotos el día que formalizó su relación de pareja, mismo día en que se le empezó a caer el pelo.
Olatz nos ha dado acceso a una sección muy privilegiada de su vida, tanto a sus seguidores en Instagram y Twitter como a sus colaboradores en Patreon. Nos ha dejado ver cosas del cáncer que nadie había mostrado jamás, su cara más humana. Y nos ha contado también aquello que no nos gusta oír y que necesitábamos oír. Porque tenemos romantizada la lucha contra las enfermedades; porque no todos los pacientes son iguales.
Me quedo con la Olatz que se atrevió a decir lo que muchos no, la que lloró de felicidad cuando James Rhodes le regaló su Leica. Me quedo con la sonrisa que a veces regalaba, y también con el sufrimiento. Olatz nos dio el privilegio de enseñarnos un poquito de todo lo que sentía, vivía, temía y quería.
Por fin en casa. pic.twitter.com/DpGTc4GvtO
— Olatz Vázquez (@OlatzVazquez) May 28, 2021
Olatz Vázquez nos ha hecho saber que, aunque lo idóneo sería que los pacientes de cáncer pudieran centrarse solo en (sobre)vivir, la vida tiene muchos gastos, y con cáncer más. Mostró cómo nadie cómo las redes sociales son un arma de doble filo, donde un día le ofrecían una pared de apoyo y al día siguiente una con la que golpearse. Me apena todo lo que he aprendido de ella y del cáncer a través de ella. Me entristece que se haya sentido obligada a contar todo esto, pero estoy segura de que nadie lo habría hecho mejor.
Te quiero y te guardo para siempre en la memoria, Olatz.