Desde el 31 de mayo tenemos en Filmin la segunda temporada de Parliament, una de las series más prometedoras del 2020
Al igual que en la primera temporada, seguimos a Samy (Xavier Lacaille), un joven ayudante que se desenvolvía como pez fuera del agua entre las instituciones políticas europeas. En esta nueva temporada de Parliament tenemos a un Samy más maduro, conocedor del juego político, que quiere eliminar esa etiqueta de novato y, sin embargo, como Jon Nieve, no sabe nada.
Todo sigue igual que como lo dejamos hace dos años. El protagonista, esta vez como ayudante de una nueva eurodiputada, sigue su cruzada de presentar al Parlamento su proyecto Blue Deal sobre política pesquera. Este proyecto es sobre el que versa la totalidad de la serie y hace que entre en juego los conflictos de intereses y las negociaciones que tanta vidilla dan a este tipo de productos de contenido político. Todo ello sin, por supuesto, dejar de lado el humor que caracterizó a la primera temporada.
El lastre de Parliament
El problema o la virtud de Parliament, dependiendo de lo que busque el espectador en ella, es que es una segunda temporada altamente continuista. Existen pocos cambios de una temporada a otra y, casi todos, son solo cambios que sirven como un punto de partida que lleva hacia algo que hace que la serie pierda el interés que ya tenía (y con creces) durante su primera temporada. Es decir, hay pocos cambios y casi ninguno satisface a la serie. Especialmente tedioso será el triángulo amoroso que se formará en torno al protagonista.
Por lo demás, y como ya se ha dicho, todo sigue igual en Parliament. Seguimos donde lo dejamos con los mismos personajes. Unos personajes, eso sí, muy variados (sobre todo en nacionalidades y lenguas) y cuya diversidad permite hacer al guion que su humor transite por más vías, aunque a veces vaya a lo fácil tirando de tópicos nacionales. Sin embargo, es complicado hacer humor sobre la tediosa burocracia en un lugar hecho para aburrir como es el Parlamento Europeo. Habría que ser un genio para conseguir hacer dos temporadas delirantes en unos terrenos que se prestan poco para el delirio. Y, por desgracia, su showrunner Noé Debré no es Armando Iannucci (Veep). Ni tampoco lo pretende.
Un humor poco arriesgado
El humor es básico, quizá demasiado blanco para mantener la atención sobre los temas que plantea. No busca que el espectador haga reflexiones sesudas, solo pretende ser un simple divertimento con chascarrillos que a veces funcionan mejor y otras veces peor. El absurdo es siempre una constante y alcanza sus mayores cotas cuando Philipe Duquesne aparece en pantalla. Es, por tanto, una simple burla al sistema burocrático que no quiere ser más que eso, una simple burla. Deja en evidencia a todas las instituciones y a todos aquellos que tienen un cargo importante, pero que no tienen ni un mínimo de competitividad. Este tipo de humor tenía dos caminos y los guionistas decidieron ir por el que no había espinas.
A pesar de esto, Parliament sigue dando momentos de risas cuya base es la comedia de enredo y las equivocaciones, todo ello aderezado con una pizca de absurdez, que nunca viene mal. Es una serie sencilla, sin grandes historias ni chistes complejos para entendidos; una serie que va a lo fácil (todo el mundo odia la ineptitud política), quizá un poco conformista, pero de alguna manera consigue que juegues a su juego.
En definitiva, existe en esta segunda temporada una falsa sensación de novedad, pero sigue siendo lo mismo que en la primera temporada solo que peor ejecutado, puesto que el factor innovador se ha esfumado por completo. Si has visto la primera temporada no echarás de menos la segunda. Pero, aun pareciendo que todo lo anterior es una crítica muy negativa, sus 10 capítulos se pasan rápido y es un entretenimiento más que digno para una calurosa tarde de verano.