Bird (2024), de Andrea Arnold, fue preestrenada en el pasado Zinemaldia. Su drama se convierte en un cuento lleno de luz a ritmo de Fontaines D.C.

Will you apologize for the remainder of your life?

Do you accept the charges?

Bug, Fontaines D.C.

 

Mira al cielo. Tómate tu tiempo. Si vives en una ciudad, quizá vivas en un piso alto. Mira los tejados, los cables del tendido eléctrico, los tendederos de tus vecinos. Las grúas a lo lejos. ¿Hay algún pájaro posado? Quédate con él un rato. Mira hacia dónde vuela, que se pare todo lo demás. Don’t you worry.

El realismo social está en problemas. Desde el cine de nueva generación este término mismo entra en conflicto. El realismo socialista (1973) fue una especie de punto y final para este género en el séptimo arte. Con la caída de los grandes relatos se hace difícil abordar el realismo desde este prisma. En los últimos años, cineastas como Sean Baker se han ido quedando con la etiqueta de los cineastas de clase trabajadora. Andrea Arnold es una de ellas. Todos luchan contra el problema inherente a este género: ¿cómo filmar lo pobre, lo lumpen, sin caer en el documentalismo, en la morbosa otredad y, a fin de cuentas, en el fetiche, en una época desprovista de una mirada de clase y extremadamente atomizada

Arnold-Rohrwacher: el nuevo realismo mágico

La lucha de Andrea Arnold en Bird (2024) contra este problema no es la de Florida Project (2017) o Tangerine (2015) -ambas obras de Sean Baker-. Ni siquiera la de su propia Fish Tank (2009). Es la de El castillo ambulante (2004) o El viaje de Chihiro (2001), de Hayao Miyazaki. Su Bird es un cuento. Un cuento tierno, en el que una niña crece y entra en su adolescencia. Un coming of age, como dirían los críticos. Un cuento de lo que me gusta llamar realismo mágico-social, que se aleja de la pornografía sentimental de muchos dramas sociales. Un Lazzaro Felice (Alice Rohrwacher, 2018) de los suburbios ingleses. Un cuento con acento scouse y a ritmo de britpop. Pero un cuento a pesar de todo. Andrea Arnold ha okupado su discurso realista, agrio, y lo ha dejado invadir por lo mágico. Se puede entrar en un barrio okupado de Kent con una historia como esta.

La banda sonora de una generación inglesa: De Blur a Fontaines D.C.

 

Y como todo cuento mágico que se precie, tiene su personaje central que ayuda a la protagonista en su paso a la madurez. A ir contra el peso del mundo en el que comienza su historia. Este es el pájaro de Bailey, la protagonista. Bird funciona como Howl en la historia de Miyazaki. Este peculiar pájaro interpretado por Franz Rogowski ayuda a Bailey a superar los traumas generados por su tambaleante estructura familiar, encabezada por un tatuadísimo Barry Keoghan, que sigue siendo prácticamente un adolescente. 

Fotograma de El castillo ambulante (2004)

Estructura de la que en ningún momento se hace responsable a sus integrantes. Este es el mundo en el que les ha tocado vivir. Esta es la mierda a la que tienen que enfrentarse. No es culpa suya, es de otros. 

Es cierto que la película sobrevuela, nunca mejor dicho, temas en los que no se adentra. La identidad sexual de la protagonista es un ejemplo de ello. Pero la ligereza le viene como anillo al dedo. En ella habitan todos los personajes de la película. Quizás por fuerza mayor, pero ni las bodas importan tanto. Total, el futuro no brilla, que digamos. Ya nos ponen a Blur para que nos lo digan: 

This is the next century

Where the universal’s free

You can find it anywhere

Yes, the future has been sold

Blur, The Universal

 

Rodrigo Martínez López

Rodrigo Martínez López

Apasionado de la literatura y el cine. Estudié en Granada el grado en Literaturas Comparadas y ahora en Madrid me formo como director y guionista de cine. Mientras, escribo sobre lo que más me gusta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Perfiles en Redes Sociales