El Festival de San Sebastián desde dentro
La vida del acreditado en prensa en un festival es masoquista. Duermes poco, ves unas cinco películas al día de las cuales no te gustan tres y los ratos que sacas son para escribir sobre ellas. Y es la mejor semana del año. Bromas aparte, cubrir un festival como este es duro. Es un trabajo que apenas da rédito, pero que para los obsesos del cine como los redactores de este pequeño medio es una oportunidad maravillosa. Una semana en la que tu vida es ver cine. Para volverse loco, vaya.
Es verdaderamente un reto no caer en las garras de la deriva de la crítica cinematográfica actual. Al ver unas cuarenta películas en poco más de una semana no puedes esperar mucho más que una impresión de unas cuantas líneas y saltar a la siguiente proyección. Impera la reseña de Letterboxd: ingeniosa, de pocas palabras y que capte la esencia de la película. Nada más. (No obstante, en Discordia tenemos para todos, y hemos redactado un top con nuestras impresiones de todo lo que hemos visto en el festival que podéis ver aquí). Quizá la crítica ortodoxa tampoco es la solución, pero desde luego hay un problema desde la concepción misma del término. Sea como sea, somos nosotros el primer engranaje de esta larguísima cadena. Y como tal nos gustaría contaros nuestra experiencia.

¿Año de menos nivel?
Este ha sido el debate entre los asistentes este año. Tercer año consecutivo que el festival otorga su prestigiosa Concha de oro a una película nacional. Muchos se preguntan si el festival está perdiendo impacto internacional. Los pelotazos mundiales eligen otros festivales para ir a concurso y llegan la Sección Oficial de San Sebastián estrenos internacionales algo menores. Este año grandes nombres como Ducournau o Bi Gan no han pisado el festival en ninguna de sus secciones con sus respectivos estrenos. Creo que no miramos donde deberíamos simplemente.
El festival no es Cannes o Venecia, por supuesto, y eso está muy bien. Superbién, de hecho. Fuera de su Sección Oficial, permite otro tipo de cine entrar en la rueda. El nivel de su sección Zabaltegi, por ejemplo, ha sido buenísimo. Este año, para mí, la sorpresa ha sido Hlynur Palmason. El director islandés ha traído The Love That Remains a la sección Perlak y Joan of Arc a la sección Zabaltegi. Ambas son joyas de un cine inclasificable que merece ser exhibido.
¿O simplemente desprestigio a nuestro cine?
Además, hablar del mayor o menor nivel del festival en función de los estrenos internacionales que llegan es devaluar el nivel del cine nacional, que este año ha sido apabullante. Los domingos es una merecida concha de oro, nacional o no, que se sabía ganadora desde las atronadoras ovaciones que recibió su equipo al término de la proyección. El nivel de Alauda Ruiz de Azúa como directora es generacional. Historias del buen valle, el regreso de José Luis Guerín, es automáticamente historia de nuestro cine y un desafío formal que todavía me pregunto como ha podido ser grabado. Ciudad sin sueño, de Guillermo Galoe, que ya pasó con buen pie por Cannes es también un milagro difícilmente repetible. El documental de Isaki Lacuesta Flores para Antonio sobre Antonio Flores y su familia es también una delicia. Y me dejo varias más.

Huir de lo galardonado casi siempre es la solución
Las galas de premios son una pequeña farsa de la que todos participamos, eso lo sabemos todos. Pero no deja de ser llamativo cómo estas, por unas u otras razones, hacen que nos preguntamos si el jurado ve las mismas películas que nosotros. La Concha de Oro a Los domingos y el Premio del Jurado a Historias del buen valle no tienen discusión, pero otros premios oficiales son de difícil explicación. El doble premio en guion y dirección a Joaquim Lafosse por Sin jours ce Printemps-la y la mejor fotografía a Pau Esteve por Los Tigres hacen ver el tipo de cine que interesa en Sección Oficial y al jurado. Inexplicable como alguno de esos premios no ha sido para The Fence, el estreno de Claire Denis que no ha gustado en absoluto y que me parece de las propuestas más ricas en cine de todo el festival.

En definitiva, el valor de un festival no está en sus galardones, su Sección Oficial o sus grandes apuestas de grandes distribuidoras. Está en su diferencia. En la posibilidad de ver un cine extraño, a veces malo, a veces con el que no conectas, pero estimulante. Es la alegría de ver una ciudad que abarrota las salas durante más de una semana, que solo habla de cine durante esos días y que se vuelca por completo.