El veredicto del llamado “juicio del siglo” fue ensuciado por un burdo sentimentalismo racial, que hizo que el jurado popular declarara inocente al ex-jugador habiendo una prueba de ADN que afirmaba su culpabilidad.
Quien sea asiduo a las historias de crímenes y misterios muy probablemente haya oído hablar del Caso de O.J. Simpson. En el año 2016 llegó de la mano de Netflix, con la producción de John Travolta, la docuserie “American Crime Story: El Pueblo contra O.J. Simpson”, que narra los vaivenes del caso en el ámbito penal y el impacto de este en la prensa.
El caso
Los asesinatos de Nicole Brown Simpson (ex-mujer de O.J.) y Ronald Goldman (amigo de Nicole) tuvieron lugar el 12 de junio de 1994, aunque el juicio no comenzó hasta el 24 de enero del año siguiente. La policía a cargo del caso fue la LAPD, acrónimo de la Policía de Los Ángeles. Tras un desacuerdo inicial, Simpson accedió a entregarse a la policía para evitar las especulaciones sobre su culpabilidad. O.J. pidió unas horas a la LAPD para poder despedirse de su familia. Sin embargo, en el último momento, huyó en coche. Esto, junto al hecho de que era un ex-jugador de la NFL (liga estadounidense de fútbol americano), hizo que el juicio alcanzara todas las primeras planas.
Jugada maestra: “la carta racial”
El “Dream Team” (apodo del equipo de abogados de Simpson) jugó con la empatía que podían sentir las mujeres negras ante un caso de maltrato pero, para su sorpresa, no fue el género el que marcó su opinión sino su raza. La fiscalía no se quedó atrás, ya que se sospechaba que la presencia de Christopher Darden en la acusación no era más que una estrategia para causar simpatía. Ambas partes jugaron con la composición racial del jurado que, finalmente, contó con nueve personas negras, una persona latina y dos personas blancas.
La llama del conflicto racial se reavivó cuando se descubrieron unos audios en los que uno de los policías que llevó a cabo el registro, Mark Fuhrman, usaba epítetos racistas. Esto cuestionó la integridad moral de la LAPD y la rigurosidad de este inspector. Pese a que el clima de tensión entre las personas negras y los cuerpos policiales estadounidenses es innegable, la brutalidad policial no formó parte de este caso, al contrario de lo que intentó hacer creer la defensa.
Es cierto que Furhman era racista, pero decir que O.J. fue víctima de un complot policial es como afirmar que la tierra es plana. No hay pruebas que demuestren tal cosa. A Simpson no le arrestaron por ser negro, sino porque había claros indicios de su culpabilidad. O a caso cuando le dejaron despedirse en su casa de su familia ¿también estaba siendo discriminado por ser negro? ¿O quizá estaba siendo beneficiado por su condición de famoso?
La manipulación incentivada por Johnnie Cochran, hombre fuerte en la defensa racial del “Dream Team”, llegó al punto de que el jurado desestimó pruebas como el ADN encontrado en Nicole y los audios en los que Nicole denunciaba años atrás al 911 el maltrato por parte de O.J. Simpson.
La comunidad negra es la más afectada por la pobreza en Estados Unidos. Pero O.J. estaba lejos de esa miseria. Vivía en Brentwood en el momento de los hechos, uno de los barrios más ricos de Los Ángeles. Rodeado de lujos, presumiendo de “tirarse” a mujeres blancas…
Solo aparentó que le importaba la comunidad e instrumentalizó la impotencia de muchos ante el abuso policial para obtener la simpatía de la opinión pública y así ganar el juicio.
En 1997, las familias de Nicole Brown Simpson y Ronald Goldman cursaron una acusación civil contra Simpson en la cual fue hallado “responsable” de las muertes de ambos y obligado a pagar 33 millones a los perjudicados, pero eso no les devolverá a sus seres queridos.
Actualmente, O.J. Simpson vive en una mansión en Las Vegas tras cumplir 9 años de una condena de 33 por robo a mano armada, coacción y secuestro.