Lynne Ramsay introduce una cámara dentro de una mente que colapsa en Die, My Love

Después de estupendos filmes como Tenemos que hablar de Kevin (2011) o En realidad, nunca estuviste aquí (2017), la directora británica Lynne Ramsay adapta a la compleja y parrafística Ariana Harwicz. Matate, amor (2012) es, como todos los libros de la autora bonaerense, una cascada imágenes angustiantes que agarran al lector del cuello con cada vez más fuerza. Somete a quien lee y requiere de la atención suficiente para no perderse en sus interminables párrafos. Adaptar una novela así al lenguaje cinematográfico es muy complejo, sobre todo porque la mayoría del contenido es reflexivo. Por lo tanto, Ramsay se ha visto obligada a traducir esas reflexiones ahogadas en imágenes poderosísimas que ponen a prueba al espectador.

Qué nos cuenta: animalidad

Grace y Jackson son una pareja joven y enamorada, llena de ilusiones, que se muda a una casa heredada en el campo. Grace intenta encontrar su identidad aislada con su bebé. Pero al redescubrirse a sí misma entrará en un período de colapso para llegar a una enorme y peligrosa vitalidad. El motor de la cinta es Jennifer Lawrence, que está absolutamente entregada y encarna a una Grace que ama, que se rompe y que grita desesperada por libertad.

Grace vive el amor, la maternidad y la intimidad con bestialidad. Esto se refleja desde el comienzo con los dos comportándose como animales, oliéndose, gruñéndose, teniendo sexo. Interacciones puramente mamíferas que se alinean más con las necesidades de Grace que de Jackson. Por si fuera poco, teniendo como base esa animalidad, entramos de lleno en la depresión post-parto. Uniendo esa depresión con el impulso salvaje natural de la protagonista, obtenemos como resultado una ruptura psico-emocional ensordecedora. Una explosión que provoca una desconexión con la realidad total y que se refleja fantásticamente en parámetros cinematográficos puros a través de la semántica de la directora

Fotogramas de Die, My Love (2025).

Cómo nos lo cuenta: distorsión

Sin entrar para nada en el uso principal de VFX o trucos en el decorado ni extravagancias estéticas, consigue mostrarnos la directora la realidad distorsionada que ve la protagonista a través de sus ojos. Traslada bien esas interminables reflexiones literarias de Harwicz por medio de aspectos técnicos y de estilo. Encierra a los personajes en el formato de 4:3 con el foco en constante movimiento, llevando la mirada del espectador de un lado a otro. Con la cámara muy dinámica a ratos y a otros muy estática. Una fotografía colorida y con mucho grano, sucia. Con planos muy cerrados, incisivos, que no dejan respirar las acciones. Y un diseño sonoro tan detallado que agobia, haciendo una amalgama perfecta con la música de volumen estridente. Sin necesidad de mayores pretensiones estilísticas, entendemos como público el desorden y la distorsión. Mete la cámara en el cerebro de Grace y nos duele lo que le duele a Grace, nos pesa lo que le pesa, nos enfurece lo que la enfurece. Somos Grace.

Fotograma de Die, My Love (2025).

Cómo se siente: colapso

Ante la romantización de la maternidad tenemos la manifestación de la sacudida vital que ésta realmente genera. El padecimiento de la depresión post-parto unido a ese bestialismo que caracteriza el comportamiento de Grace hacen que ella colapse. Y lo que la cinta nos intenta hacer entender es que ese colapso es lo que la hace libre. Este llegar al límite y estallar, no busca el juicio del espectador, sino la empatía, el entendimiento. Nos dice que si no basta con crujir, habrá que hacerse notar. Si gritar hasta quedar muda no hace que te escuchen, que al menos te vean. El colapso como camino para la comprensión y la liberación total.

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