En Discordia inauguramos esta nueva sección destinada a la difusión de nuevos talentos en el ámbito de la literatura. Todos los meses, a través del fino cristal de la pantalla convertida en vitrina, disfrutaremos de versos, relatos y demás quimeras. Poneos cómodos, acicalaros para asistir a una cita muy especial con un relato de Javier Mateos y preparaos para emprender una huida amarrados a un poema de ElVira Burton. Esta vez, terminaremos la jornada descansando al lado de la pacífica piscina que va a recrearnos Claudia Pérez Gallardo.


Sin título – Javier Mateos

Conocí a Vanesa minutos antes de que entrase a quirófano. Cáncer y veinticinco años. Seis luchando contra sí misma. Dos de ellos sola; sin familiares y sin esperanza. ¿Cuánto tiempo de vida nos queda cuando no nos queda vida?

Vanesa esperaba en una cama delante de la puerta del quirófano trece; sonriendo y con una bata verde que si alguna vez habló de esperanza, no sería esa. “Me ha tocado el chico guapo”. A mí me tocaba el papel más duro: decirle que no iba a haber un “después de aquello”. Las defensas no iban a aguantar y si no interveníamos, todavía sería peor. ¿Cómo le dices a alguien que se muere que ya es hora de apagar la luz?

Se negó. Dijo que ya le habían contado eso antes y que buscara en la historia cuántas veces casi la ven morir. Me aseguró que saldría de aquello si la invitaba a cenar cuando todo acabase. “Claro. Firma aquí”. Me echó una mirada mitad desafío y mitad despedida. Durante las cuatro horas siguientes, fueron seis las veces que casi se apaga. “Lucha, Vanesa”. Cuatro horas más tarde y con una masa de doce centímetros menos que no cambiaba nada; porque también tenía pulmones y páncreas, y eso no tenía arreglo; abrió los ojos y dijo: “Me debes una cena”. Hay belleza en la gente que sobrevive a un mal papel en la vida. El oncólogo decidió mandarla a casa pasados diez días porque no podía soportar más el hospital. Dejó una nota en mi taquilla: “Café Liberty. A las diez”. Me pareció gracioso pero, ¿y si de verdad iba hasta allí? Me arreglé esa noche y pensé en lo guapa que estaría bajo los focos de otro lugar que no fuese aquel deprimente quirófano trece. Se me hicieron las doce sin que Vanesa apareciese. Me sentí estúpido y volví a casa tres copas de vino más tarde.

La mañana siguiente, mientras hacía la primera ronda, en una de las camas vacías del día anterior me encontré con Vanesa. La miré sin verla; sin fuerza y con ganas de apagar la luz. Cogió mi mano y tembló como sólo se tiembla una vez en la vida: la última. Me acerqué a sus mejillas y la besé. Cuando me disponía a abandonar la habitación y romper a llorar, sacó sus últimas fuerzas y susurró: “¿Una mala noche, chico guapo? No te preocupes, saldremos de esta”.

Javier Mateos ha publicado dos libros: Cósmica (2018) y Sad Flowers Also Bloom (2019). Puedes seguirle y leerle también en su perfil de Instagram: @ledandelion.


Feliz Daño Nuevo – ElVira Burton

Eres fría.
Recuerdo la primera vez que nos conocimos.
Fuiste incapaz de mirar mis ojos
llenos de esperanza.
Tu boca torcida, tu rostro sereno
y esa expresión tan característica de ti
que produce gélidos escalofríos.

Eres fría,
pero no romántica.

Puedes cantarle a la muerte,
pero tu corazón no es puro.
No hay amor tras esas desdichadas pupilas.
No siento más que frío cada vez que me miran.
Sin nadie a quien amar,
sin nadie por el que ser amada.

Eres fría,
aunque esboces esa perfecta sonrisa,
aunque no tengas escusa para serlo.

Te gusta ser álgido aliento de poeta,
triste verso varado de poema lovecraftiano,
Y yo, como autora de tu desastre
hice que tu cuerpo entrase en primavera,
que dejases pasar mariposas a tu estómago.
Asesina de tu gélido invierno.

Soy anaranjado amanecer entre la hierba,
calidez temprana de atenido invierno.
Quise darte todo mi calor,
pero tú no querías un corazón derretido
e hiciste con toda mi promesa
escarcha eterna de certidumbre.

Eres fría,
y yo,
yo creía ser tu mejor amiga.

Feliz Daño Nuevo pertenece al poemario Huida. Puedes leer a Elvira García Calvo en su perfil de Wattpad: @elvira_burton.


El idilio en la piscina – Claudia Pérez Gallardo

En el letargo caluroso de la tarde, el cielo era azul, atravesado por alguna nube solitaria teñida de suaves tonos rosados o naranjas. Se oían, de fondo, algunos pájaros, lejanos, en los árboles y surcando el aire grácilmente. Y se escuchaba el leve movimiento del agua, balanceándose graciosa en sí misma y chocando suavemente contra los bordes de la piscina. Estaba recubierta de pequeñas baldosas de un azul celeste brillante, y la luz anaranjada penetraba con sus rayos nítidos en ella. Alrededor, el jardín de arbustos bajos y caminos de piedra se extendía perezoso en la tarde.

Dos cuerpos acariciaban inmersos el agua que los rodeaba con sus extremidades semidesnudas. Nadaban aliviados y algo aletargados por el sopor que invadía el exterior caluroso. Él tenía la piel algo bronceada por el sol, el cabello castaño algo ondulado le caía a los lados de la cara en un flequillo mojado y goteante. Tenía los ojos verdes como el jardín en verano, bañado por la luz del sol dorado y la tierra seca. Y sonreía con labios rosados como el corazón de una flor joven, haciendo relucir dos hoyuelos en ambas mejillas. Ella tenía la piel morena, los ojos marrones como el desierto mojado, y los rizos empapados, oscuros. También sonreía, con resquicios de timidez, pero casi extasiada por una sensación más sutil y extraña que la felicidad.

Fotografía de Julie Aagard
Fotografía de Julie Aagard

Los dos se sumergían en la piscina, dando pausadas y elegantes brazadas, persiguiéndose, retorciéndose en el agua, riendo, como si eso fuese lo único que verdaderamente valía la pena hacer en esos momentos.

Fuera, los amigos y familias estaban perezosamente reclinados en hamacas, vestidos con trajes de baño o sutiles y frescas ropas claras y húmedas de los chapoteos. Algunos se abanicaban, aburridos, otros dormían, pero de vez en cuando todos echaban un vistazo fugaz a los muchachos de la piscina, que eran ajenos a ellos.

Él era algo descarado a la vez que cordial y divertido, y en una de estas, mientras ella le perseguía, bajo el agua, se desprendió de su traje de baño, que ella observó caer a cámara lenta, atravesado por los rayos de luz que se filtraban, hasta el fondo de la piscina. Arriba, en la superficie, el río, y ella quedó sin palabras por un momento. Su sonrisa provocaba que las terminaciones nerviosas de ella sintiesen más de lo que tal vez era posible. Sentía como sus poros se abrían al agua, cómo podía llegar a fluir como esta, y se desprendió también de su traje de baño en un toque sutil y lento.

Se acercaron el uno al otro, desafiantes, pero a la vez sin poder contener la risa discreta. Estaban tan cerca el uno del otro que ella podía verle la profundidad de los hoyuelos, examinar cada matiz del verde de sus ojos claros y vislumbrar como un pequeño tesoro, algún lunar pequeño cerca de su boca. La poca distancia se extinguió en el indefinido momento en el tiempo en que, sin saberlo, se habían juntado sus labios mojados. La boca rosada de él sabía exactamente a su color, como una fresa bañada en gotas de naranja y limón, suaves, carnosos, sutiles pero firmes. Alargaron el beso, sumidos en un parsimonioso paréntesis, fuera del cual quedaban el resto de presentes, que se levantaron borrosamente de sus hamacas y gritaron, sorprendidos, mientras ellos bebían el uno del otro el néctar irresistible, agarrados a sus cuerpos, acariciando el agua, sintiendo las gotas resbalar por sus caras, mientras el sol seguía tiñendo la escena con sus rayos de naranja, y el exterior se les antojaba ajeno, difuso y extraño.

Podéis seguir y leer a Claudia Pérez Gallardo en su Instagram: @clau.de_monet.


Hasta aquí llega la primera Vitrina literaria. Recuerda que si quieres participar y enviar tus relatos breves o poemas, solo tienes que rellenar el formulario en Colabora o enviar un e-mail a discordiamagazine@gmail.com.

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