La irrupción de TikTok en nuestras vidas es un hecho, especialmente entre los usuarios de menor edad. Sin embargo, con esta nueva red social se han cruzado ciertas líneas rojas que jamás hubiéramos imaginado en un quinceañero promedio.
“Tag del cayetano. Baja un dedo si: llevas una pulsera con la bandera de España; siempre vistes de marca; votas a la derecha; […]”. A aquellas personas que pasan buena parte de sus días en las redes —sobre todo la que tiene por logo un pajarito azul— no les habrá costado leer tal enumeración mientras en sus cabezas resuena una voz femenina y relativamente infantil. Se trata de uno de los virales que pueden encontrarse en la plataforma social de moda entre los adolescentes: TikTok. Un servicio que no es nuevo —reemplazó a Musical.ly hace tan solo dos años— y cuyo principal atractivo es la realización de coreografías caseras mediante la técnica del lip sync o sincronización de labios.
Pero este uso no es el que siempre se le ha dado a la aplicación. Conforme crecía la popularidad de TikTok, se ha comenzado a realizar otro tipo de contenido con las herramientas que esta proporciona. Destacan los vídeos de corte humorístico, en los que el usuario sincroniza su interpretación a un audio perteneciente a otra persona, que puede ir de un youtuber a un personaje público durante sus momentazos dignos de programa de zapping; o los conocidos como retos, de los que es un ejemplo aquel consistente en desplazarse a un lado u otro de la pantalla en función de si el tiktoker conoce o no la canción que suena en cada momento. En estos últimos han encontrado su refugio los famosos “cayetanos”; pero, ¿qué es exactamente un cayetano?
Al igual que en el ámbito anglosajón se habla de las karens, los cayetanos son aquellas personas que cumplen el prototipo —y estereotipo— de ciudadano adinerado, tanto en su estilismo como en su propia personalidad. Camisa o polo, pantalón de pana ajustado por un cinturón o vestido con estampado llamativo, náuticos, melena rizada o tinte rubio… Resulta sencillo hacer una radiografía de los coloquialmente llamados pijos, así como localizar los puntos geográficos en los que se concentran —el exclusivo distrito o “barrio” de Salamanca en Madrid es el ejemplo más conocido, aunque por extensión se incluyen todos los ensanches de las grandes ciudades construidos en el siglo XIX—.
¿La ideología se hereda?
En pleno apogeo de la ultraderecha en España, el comportamiento de los jóvenes cayetanos se asemeja enormemente al de aquellos adultos que muestran públicamente su apoyo a estas opciones políticas. Y es este hecho el que atrae toda nuestra atención, por encima del claro e intencionado mensaje ideológico: ninguno de ellos, a priori, alcanza la edad mínima que establece la legislación española para ejercer su derecho a voto, esto es, 18 años. De hecho, resulta complicado imaginar que llegan a los 16. ¿Se está manipulando el pensamiento de los adolescentes o, por el contrario, estos repiten aquello que escuchan de boca de sus progenitores y en los medios de comunicación?
Si hay algo que ha quedado ratificado en el último año es el poder de convencimiento que poseen ciertos discursos y los líderes que los enuncian, incurriendo en una clara práctica del populismo. El Diccionario de la Real Academia Española define este fenómeno como la “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”, lo cual guarda estrecha relación con la demagogia, “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”. Se trata de adaptar el texto transmitido con el fin de que el votante potencial escuche aquello que le inquieta, por utópicas que puedan llegar a sonar sus súplicas.
Por tanto, más allá de quien participe en el “tag del cayetano” con fines satíricos, debería preocupar a la sociedad la normal instauración de estereotipos que discriminan a las personas en función de su clase social o nivel de vida, y en particular cuando con ellos se busca la implicación política de unos chavales que no han tenido la oportunidad de informarse sobre el resto de opciones. Y recuerda: tu ideología es solo tuya, y no ha de coincidir necesariamente ni con la de tu padre, ni con la de tu madre, ni con la de tu pareja, ni con la de tus amigos. Nadie debe pensar por ti.