¿Estás harto de ver memes en internet protagonizados por hombres ultramusculados y no entender nada? ¿O por el contrario, te has intentado adentrar en el mundo de Jojo’s Bizarre Adventure y lo has abandonado espantado, sin entender por qué este veterano shonen ha levantado tantas pasiones? Hoy en Discordia indagamos en lo que hace especial a esta particular obra que, pese a lo que se pueda pensar, no es que sea ‘tan mala que es buena’, sino que es tan buena que consigue hacerte olvidar gran parte de las convenciones del género épico y de aventuras.
Durante los últimos años, la cultura japonesa ha vivido un auge espectacular gracias al cual, sin duda alguna, el país del Sol Naciente se ha convertido en el mayor rival de los Estados Unidos en la lucha por la hegemonía en el ámbito del entretenimiento. Las industrias de ambos países, cada una con sus particularidades, bombardean al resto del mundo con sus productos culturales y, en cierto modo, son las que definen los patrones y el estilo predominante que imitan (o contra el que se revelan) las producciones de otros países. Si la hegemonía cultural de Estados Unidos era algo esperable, pues se asocia a su poderío económico, sí que resulta sorprendente el triunfo de la cultura otaku procedente de un pequeño país asiático que, después de la Segunda Guerra Mundial, hizo grandes esfuerzos por crear una potente industria del entretenimiento.
“Tenemos que convertirnos en el Disney de Oriente”: este fue el lema que más inspiró a Hiroshi Okawa, presidente de la veterana productora Toei, durante los primeros años de funcionamiento de la empresa que más tarde se haría cargo de las míticas adaptaciones anime del manga Dragon Ball, entre muchos otros. Sin embargo ni Toei, ni el Estudio Ghibli ni ninguna otra productora de animación japonesa se llegó a convertir en Disney, afortunadamente. Pues pese a tomar como gran referente a la animación norteamericana, los estudios japoneses terminaron desarrollando un estilo propio que más allá de la estética, distaría en otros aspectos de las caricaturas occidentales: la ambientación de los animes, su tono, el tipo de humor que empleaban y las motivaciones y comportamientos de los protagonistas de la animación japonesa, indisolubles de la cultura nipona, darían lugar a unos productos con una marcada identidad que, quizá por su exotismo y frescura, han terminado por encandilar a millones de personas en todo el mundo.
Sin embargo, en una industria tan longeva como es la del anime (conectada con la de la historieta japonesa) es imposible que la espontaneidad y la innovación se mantengan durante mucho tiempo. Aunque a día de hoy encontramos muchas obras de gran calidad estrenadas hace relativamente poco tiempo (como One Punch Man o Fullmetal Alchemist: Brotherhood), la masificación de la industria ha provocado que, cada año, se estrenen cientos de animes insustanciales o estereotípicos que aportan más bien poco pero que funcionan bien entre la audiencia, pues siguen manteniendo los rasgos que hacen de estas obras un éxito comercial.
Se trata de la clásica tensión entre lo seguro y lo desconocido, entre lo vainilla y el BDSM, que muchas veces se supera gracias a la parodia; si te gustan las películas de invasiones extraterrestres, pero estas cansado de su producción masiva estilo “churrería”, lo pasarás pipa viendo Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1997), pues aúna los elementos que configuran su género y, mediante su exageración, consiguen crear un nuevo tipo de relato. Las famosas “deconstrucciones” o “reimaginaciones” de los géneros, como Watchmen (1986) de Alan Moore y Dave Gibbons o Deadman (1995) de Jim Jarmusch, no son más que parodias que se toman en serio a sí mismas.
Entonces, pronto y mal, podríamos hablar de dos tipos de parodias: las que son conscientes de su condición de caricatura y las que quieren construir algo nuevo sobre unas convenciones que han adoptado. Sin embargo, ¿qué es lo que ocurre cuando una obra se queda en medio, o cuando da saltos hacia una u otra dirección? En ese caso, estamos ante un producto tan especial y genuino como Jojo’s Bizarre Adventure, una franquicia procedente de los mangas escritos por Hirohiko Araki que se hizo conocida gracias a los OVA’s y a la adaptación anime que se comenzó a emitir en el año 2012. No os voy a mentir: Jojo’s Bizarre Adventure es uno de esos productos que deberían venir con una etiqueta de advertencia, pues una vez que consigues sintonizar con él se mete en tu cabeza y no hay marcha atrás. Va en serio.
Ese grupo de hombres hipermusculados que luchan y dan gritos conforman una enfermedad terrible, quizá fruto de una deformidad audiovisual, el Síndrome de Jojo’s, que es similar a esa sensación de apego que provocan todas las obras magnas. Si después de verme las dos primeras temporadas de The Wire (David Simon, 2002-2008) no me parece que ninguna serie de policías y detectives esté a la altura, en mi vida post Jojo’s me gustaría que hubiera más productos audiovisuales que dejasen atrás los complejos y se atreviesen a jugar y a desplegar su ingenio como lo hace la obra de Araki. Jojo’s Bizarre Adventure es un shonen que cuenta la historia de la familia Joestar a través de las aventuras que viven los miembros de sus distintas generaciones, en espacios y épocas diferentes. A lo largo de la serie se abordan temas sobrenaturales y se presentan carismáticos personajes que combaten con los protagonistas.
¿Pero en qué se diferencia Jojo’s de Naruto, Bleach o Dragon Ball? En que, al contrario que estás grandes historias con sus cuidadas ambientaciones, Jojo’s es una parodia que, en su desarrollo, va diluyendo su intención satírica sin renunciar a su identidad. Es difícil saber si Araki, que para crear su obra maestra tomó como referencia El puño de la Estrella del Norte (Tetsuo Hara, 1983), buscaba parodiar u homenajear la obra de Tetsuo Hara, pues en Jojo’s predomina un histrionismo que, si bien puede resultar natural para un japonés, a un espectador occidental le puede parecer cómico y ridículo. ¿Pero Jojo’s Bizarre Adventure, que narra esa gran saga familiar, trata de ser cómico o ridículo? Es imposible saberlo, (y ahí está la gracia), pues el propio espectador, al avanzar los capítulos, termina por obviar la parodia, y se adapta al tono y al lenguaje de la obra, llegando a percibir momentos exageradamente melodramáticos o teatrales como situaciones naturalmente épicas. Con todo, contagiarse del síndrome Jojo’s lleva su tiempo, y por eso esta obra es un manjar para aquellos que se quieren dejar atrapar, y que sin complejos se quieren sumergir en un ridículo que poco a poco se descubre como algo genial.
Por eso, no puedo hacer nada más que invitarte a sumergirte en esta obra, que no solo es sorprendente, original e ingeniosa, sino también -y es lo más importante- totalmente personal. En un panorama repleto de arquetipos que se repiten sin cesar, de efectos dramáticos estudiados y preprogramados, Araki y el resto del equipo detrás de Jojo’s Bizarre Adventure consiguen que nos familiaricemos con un mundo grotesco y único, y que pensemos y sintamos como lo hacen los extravagantes miembros del linaje Joestar y sus numerosos enemigos. ¿Cuántas obras en la historia de la humanidad han conseguido esto?
Que increíble cantidad de vocabulario aprendo con tus reseñas jajajajaja