2 películas que desarrollan los efectos más negativos de la masculinidad hegemónica

Se han escrito, por fortuna, ríos de tinta acerca de la representación femenina en los productos culturales que consumimos todos los días. Gracias a estas reflexiones acerca del rol de la mujer en la ficción y a las reivindicaciones que miles de feministas llevan a cabo todos los días, poco a poco la industria está replanteándose estas cuestiones y ofreciendo una representación más ecuánime de ambos géneros, gracias a la cual podemos ver cada vez en más relatos a mujeres encarnando a personajes principales que no se reducen, como hasta hace no tanto tiempo, a ser representados como meros objetos del deseo.

Siempre que surge este debate acerca de la inclusión femenina en la ficción, un sector mayoritariamente masculino sale a la carga para criticar, por ejemplo, el diseño de una protagonistas de la secuela del videojuego The Last of Us II, Abby, o el discurso pro-sororidad que contiene la reciente película de Marvel Viuda Negra (Cate Shortland, 2021). Estas críticas, no exentas de cierta misoginia en muchas ocasiones, se construyen habitualmente en torno a dos argumentos.

El primero, y el más legítimo de la dupla en mi opinión, consiste en un retorcimiento de la noción de pinkwashing: “Disney, con esa escena de Endgame repleta de heroínas, os quiere vender diversidad solo para que compréis merchandising de la Capitana Marvel”. Si bien esta posición contiene una reflexión valiosa, pues se refiere a la capacidad del capitalismo para fagocitar luchas sociales, no es emitida con la intención de construir una ficción realmente más diversa, sino con la intención de promover, con una cínica desesperanza, el inmovilismo en la industria cultural.

El personaje de Abby en The Last of Us Part II (2020) fue duramente criticado por parte de la comunidad gamer, que apelaba que era imposible que una mujer estuviese tan musculada.
El personaje de Abby en The Last of Us Part II (2020) fue duramente criticado por parte de la comunidad gamer, que apelaba que era imposible que una mujer estuviese tan musculada.

No seré yo el que defienda a empresas multimillonarias, ni el que crea que la “cuota” está cubierta porque ahora salgan más chicas en las películas de Marvel, pero me alegra pensar que el alcance de la lucha feminista ha conseguido influir hasta en los milimétricos planes de los más grandes estudios de Hollywood, y que su agenda ha puesto en valor cuestiones que, si interesan tanto a los grandes departamentos de marketing, es porque ahora resultan importantes para un gran número de personas. El siguiente paso está, por supuesto, en no dejarse engañar por estos cebos y ser conscientes que aún queda mucho por hacer para levantar el mundo que queremos construir más allá de las dinámicas actuales, en los que se generen obras masivas genuinamente comprometidas con las causas sociales. Con todo, creo que esto será algo más fácil si las niñas, que como todos nosotros están expuestas a la cultura de masas, poseen referentes femeninos que sean más que intereses románticos o femmes fatales. 

El machote como fantasía de poder 

Si este primer argumento es una apropiación interesada del pinkwashing, el otro se articula en torno a una deformación del concepto de igualdad: claro que hay mujeres voluptuosas y sexis en el cine, pero los héroes de las películas son también tipos cachas destinados a deleitar la mirada de las mujeres. Esto es igualdad, ¿no? Pues realmente no parece ser así, pues tal y como han señalado analistas como MJ Cerruti, estos bárbaros hipermachos como Arnold Schwarzenegger no son fantasías sexuales destinadas a las mujeres, ya que más bien representan fantasías de poder pensadas para que en ellas se proyecte el público masculino. 

Precisamente en estas fantasías de poder, y más concretamente en sus consecuencias, quería centrar el presente artículo. Hay miles de mujeres más formadas que pueden hablaros mejor que yo sobre los temas anteriormente expuestos (y de los que voy a exponer a continuación seguro que también), pero creo que los hombres tenemos que empezar a hablar (más) acerca de las expectativas que imponen sobre nosotros los roles de género, y acerca de cómo estas afectan a nuestras relaciones y a nuestro desempeño como personas. Al final, la masculinidad hegemónica no es más que otra consecuencia del machismo, que esta vez afecta a los hombres.

Desde pequeños estamos expuestos a numerosos agentes de socialización y, de entre todos, cada vez ganan más espacio en nuestras vidas la publicidad y los medios de comunicación de masas, que nos muestran desde pequeños a héroes hipermasculinizados que responden a atributos como la fortaleza absoluta, el estoicismo, el liderazgo, el sacrificio o el poder sexual. El arquetipo del “héroe” al que estamos acostumbrados es un tipo duro e implacable que, si bien tiene buen corazón, no escatima en crueldad o dureza para proteger a “los suyos”. Esta representación defiende los valores que se han asociado históricamente al hombre y a la familia tradicional, comandada por un pater familias encargado de resolver todos los problemas y garantizar la supervivencia de sus parientes. 

Arnold Schwarzenegger en Desafío total (Paul Verhoeven, 1990).

A man provides for his family

Resulta curiosa la crítica velada a esta figura que de manera sutil se lleva a cabo en la archiconocida serie Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008), una obra que, haciendo uso de una broma muy común en Twitter, habría finalizado si Walter White simplemente hubiese ido a terapia. En un momento dado de la serie, un importante narcotraficante intenta manipular emocionalmente al protagonista para que siga produciendo metanfetamina para él. Para convencerlo, apela al sentido de la responsabilidad tan conectado con la hombría, y anima a Walter White a seguir haciendo negocios con él porque, pese a haber perdido a su familia por culpa de sus relaciones con el narcotráfico, un hombre “debe proveer” a los suyos por encima de todo. Evidentemente, el protagonista cae en la trampa que le ha impuesto no solo su jefe, sino también la sociedad en la que ha crecido. Pudiendo retornar a una vida más tranquila y cómoda, el protagonista escoge el camino de su perdición por culpa de aquello que se espera de él. 

El chico bueno se lleva a la chica

Por desgracia, Walter White entra en ese prestigioso club de personajes incomprendidos en el que también encontramos a Arthur Fleck o al protagonista de Taxi Driver. No he empleado este calificativo porque se les repudie por sus diferencias, sino precisamente porque son vanagloriados gracias sus desviaciones, por los comportamientos antisociales por los que precisamente se les tendría que rechazar. Breaking Bad es la historia de un hombre que por pura soberbia y ambición cae en una espiral de crimen y violencia, y no un antihéroe enfrentado con la sociedad y el destino. En ocasiones, resulta increíble la magia narrativa que genera una aplicación inusual del punto de vista, ya que puede conseguir que miles de personas empaticen y adoren a personajes tan villanescos como Heisenberg o el Joker.

Frente a la toma de conciencia con respecto a los problemas que acarrean este tipo de personajes, se da un fenómeno curioso: la aparición del good guy o del “chico bueno”, un arquetipo aún si cabe más problemático que el anterior, porque surge como respuesta y como una falsa alternativa a las “carencias” del Macho Man, que además permite que los tipos mediocres podamos fantasear con la posibilidad de estar con mujeres que darían todo por nosotros por el simple hecho de tratarlas como seres humanos. Sin embargo, este nuevo traje es solo un disfraz, pues Ted Mosby no escapa realmente de las dinámicas inconscientes de Conan el Bárbaro, sino que solo las oculta. Un ejemplo claro de este modelo de conducta lo encontramos en una de mis películas favoritas desde que era adolescente, Scott Pilgrim contra el mundo (Edgar Wright, 2010). 

Fotograma de Scott Pilgrim contra el mundo (Edgar Wright, 2010).

Hace no mucho tiempo tuve la oportunidad de revisionarla y, pese a divertirme como la primera vez, reparé en que el protagonista de la cinta representa enormemente este arquetipo: no es un tipo extremadamente musculado ni un individuo especialmente agresivo: es un tipo del montón, con buenas intenciones y algo pringadillo que, con todo y a fin de cuentas, actúa bajo el mismo ideario de conseguir a la chica, derrotar a los enemigos y evitar las femeninas responsabilidades afectivas con las que lidian los héroes clásicos. Al final, siendo un chico bueno puedes socializar de la misma manera que el musculitos de turno sin sentirte culpable, y además no tienes que ir al gimnasio ni desarrollar unos portentosos bíceps para atraer al género femenino. Son todo ventajas. 

El secuestrador frustrado

Sin embargo, en el cine también existen productos que exploran estas cuestiones de manera seria y que hacen intentos, lejos del paternalismo, de explorar realmente los conflictos que surgen entre lo que se espera de un hombre y lo que realmente es (o quiere ser) un hombre. Buffalo 66’ (Vicent Gallo, 1999) es una de mis películas favoritas y está protagonizada por un perdedor que, tras salir de prisión, secuestra a una joven con el único objetivo de hacerla pasar como su novia ante sus padres. La película muestra de manera magistral la desesperación del protagonista por ajustarse a las expectativas: por un lado, necesita ser un triunfador en el amor que posee a la chica más guapa del baile.

Por otro lado, se nos muestra al protagonista, en una secuencia tan patética como sincera, jugando a los bolos en el local al que solía acudir, donde realmente se siente poderoso gracias a la habilidad en la pista que le ha granjeado una excelente reputación en el lugar: en una vida rota y sin sentido, el protagonista se aferra a la gloria de la competición pasada, emulando ser el macho alfa en las pistas enceradas de una bolera cualquiera.  

Fotograma de Buffalo 66’ (Vicent Gallo, 1999).

Sin embargo, el mayor desarrollo de este discurso se da en el clímax de la película, cuando el protagonista debe elegir entre ser un Liam Neeson cualquiera y escoger el camino de la venganza o, simplemente, escoger “la ruta femenina” de la ternura en un acto que, al contrario de como se suele codificar lo femenino, es además la opción racional. No tienes más que ver esta excelente ópera prima de Vincent Gallo si quieres saber si nuestro héroe es un Walter White más o si, por el contrario, rompe el molde.

El hombre reprimido

Por otro lado, Punch-Drunk Love (Paul Thomas Anderson, 2002) nos presenta a un Adam Sandler en un registro algo distinto al habitual —en esta cinta no hay chistes de pedos, tranquilos— que encarna a un personaje extravagante y extremadamente introvertido. Si bien al principio del filme podemos percibir al protagonista simplemente como una caricatura o un excéntrico, a medida que se desarrolla comprendemos que esta desconexión con la realidad no es más que la consecuencia de una continua represión de sentimientos y emociones. El personaje interpretado por Sandler bien estalla en terribles ataques de ira o bien evita, a toda costa, mostrar de cualquier manera su mundo interior.

El origen de esta alienación, con la que muchos hombres nos podemos sentir identificados hasta cierto punto, se explica con pequeñas pinceladas que apuntan hacia la misma dirección: el entorno familiar del protagonista, y principalmente sus hermanas, se han mofado o han restado importancia a la expresión emocional del personaje desde que era un niño. Afortunadamente, Punch-Drunk Love tiene un final feliz en el que el protagonista experimenta una catarsis en su sentido más literal, pues encuentra otra persona con la que aprende a expresar sus sentimientos y a situarse en el mundo tal y como es.

Fotograma de Punch-Drunk Love (Paul Thomas Anderson, 2002).

Buffalo 66′ y Punch-Drunk Love, con personajes masculinos representados de maneras tan atípicas, me gustan tanto como películas con tanta testosterona como Desafío total (Paul Verhoeven, 1990) o Top Gun (Tony Scott, 1986). Al final, la clave no está en forzar nuestra expresión de género, pues todos tenemos derecho a expresar nuestra masculinidad tal y como queramos (e incluso fluir desde una expresión a otra) y a ser respetados por ello. Lo importante no es dejar de hacer pesas si nos gusta o no escuchar más heavy metal, sino darnos la oportunidad, si queremos, de disfrutar de la vida de modos que la sociedad no ha previsto para nosotros. Lo importante es entender que la masculinidad es mucho más amplia de lo que nos quieren hacer creer, tan amplia como hombres hay en el mundo. Como seres sociales, siempre es complicado discernir entre lo que queremos y lo que se nos impone, pero ello no impide que sea fundamental reflexionar sobre estas cuestiones y conocer sus orígenes para trabajar en ellas. Con esto, nos jugamos ser más libres (y, por supuesto, más felices).

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