Una visión distópica de uno de los acontecimientos cinematográficos del año
Los sueños de miles de fans de todo el mundo se cumplieron el pasado diciembre cuando la Navidad llegó no solo con sus villancicos y celebraciones, sino también con la esperada tercera entrega de la saga cinematográfica arácnida protagonizada por Tom Holland.
Es admirable —y se podría considerar hasta como un suceso histórico— la capacidad de Marvel Studios para construir un universo cinematográfico vasto y más o menos consistente, que desde el lanzamiento de Disney+ engloba también series en streaming como Bruja Escarlata y Visión o la última Ojo de Halcón. Sin embargo, y aunque los fans del cine superheroico están viviendo un momento dorado, de un tiempo a esta parte numerosos aficionados están reparando en el fenómeno de la “Escena Poscréditos” que afecta directamente tanto al apartado artístico como al contenido de las diferentes franquicias de Marvel.
No estoy descubriendo América a nadie cuando afirmo que el proyecto de constituir un universo compartido requiere llevar a cabo ciertos sacrificios: la sagrada “continuidad” (que los cómics han tenido que retorcer de las maneras más pintorescas una y otra vez desde sus inicios) precisa no solo del mantenimiento de un complejo aparato narrativo sostenido por infinidad de pilares, sino también de una coherencia en cuanto a tono, profundidad y estilo que, en mayor o menor medida, genera los tan lucrativos productos de la “fórmula Marvel”.
Aunque hay películas más disfrutables que otras, y algunas que se alejan más o menos de la fórmula, lo cierto es que a día de hoy el fanático de Marvel se aproxima a estas obras con la expectativa de asomarse no a la última aventura de Shang-Chi o al origen de los Eternos, sino para contemplar un universo de ficción que se amplía cada vez más y más, maniobrando bajo la filosofía del “Más Difícil Todavía” y tentando a los espectadores, por ejemplo, con un posible Gabinete de los Hermanos Marx en la próxima cinta protagonizada por el Doctor Extraño. Está bien; pese a ser fanservice, Spider-Man: No Way Home consigue, forzando la maquinaria, dotar de un sentido al desfile multiversal de héroes y villanos, sirviendo no solo como cierre de la película de orígenes de superhéroes más larga jamás filmada —tres películas han hecho falta para narrar el nacimiento del Spider-Man de Holland—, sino como un homenaje a la tradición arácnida en la gran pantalla.
Y después de Spider-Man… ¡Aún más!
Sin embargo, los deseos casi desesperados de muchos de que en Doctor Strange: en el Multiverso de la Locura aparezcan los 4 Fantásticos, los X-Men o una hipotética versión alternativa de Iron Man encarnada por Tom Cruise no responden a un interés genuino por ser testigos de un relato interesante o simplemente consistente. En el contexto mágico y oscuro en el que se espera que se desarrolle la cinta, la presencia de la Bruja Escarlata tiene sentido, pero ¿qué pintan personajes con una imaginería tan opuesta a la del Doctor Extraño como lo son los miembros de la Patrulla X?
Parece que en la “Era post-No Way Home” se ha alcanzado la cima del crossover cinematográfico, donde en un retorcido multiverso comercial se han borrado los límites entre franquicias e incluso licencias, y donde los espectadores somos presos de un afán casi coleccionista y holístico en el que, más que la obra en sí, es importante el Todo y el Qué Vendrá. ¿Cuánta gente habrá ido a ver Shang-Chi sin esperar mucho de la cinta, pero deseando en todo momento conocer las implicaciones y los nuevos personajes que introducirá su escena poscréditos?
Otro ejemplo de esta lujuria multiversial es la reciente Space Jam: Nuevas leyendas, una cinta que eleva aún más el espíritu publicitario de su predecesora y que se desarrolla como un spot publicitario de la nueva plataforma HBO Max y sus contenidos. Si la Space Jam original buscaba aprovechar el atractivo de Michael Jordan y los Looney Tunes para aumentar las ventas de unas zapatillas de Nike, Nuevas leyendas es casi un golpe en la mesa de Warner frente a Disney, para mostrar al público que contra Marvel, Star Wars y Los Simpson la productora tiene en su poder licencias tan potentes como DC, Harry Potter o El Señor de los Anillos: “le-te, le-te, no-le”, deben pensar los ejecutivos de Disney y Warner en sus despachos, repasando las franquicias de ficción que más dinero generan a día de hoy.
Una guerra por personajes
De un star-system sustentado en la popularidad de una serie de actores que cada estudio tenía bajo su ala, hemos pasado a una férrea competición por poseer personajes y universos de ficción, y es por esta guerra comercial por la concentración de propiedad intelectual por la que es posible que en una cinta protagonizada por Bugs Bunny sea posible realizar homenajes a Casablanca o a Batman. Para que servicios de streaming como HBO Max o Disney+ funcionen, es necesario tenerlos nutridos de contenido constante, y la cantidad de público a la que aspiran a contentar es tan inmensa que resulta imposible económica y logísticamente.
La solución más lógica pasa por la adquisición de contenidos ya populares, que no solo ofrecen productos que las audiencias ya conocen, sino también la posibilidad de generar nuevos contenidos sin arriesgar en exceso, en torno a propiedades que se sabe que funcionan entre los grandes públicos.
El youtuber BaityBait habla en términos similares, pero centrándose en la industria de los videojuegos, en un vídeo acerca de la rivalidad entre Microsoft y Sony que ha traído consigo la compra de otros grandes estudios que vienen a engrosar las filas de sus franquicias. ¿Estamos ante una Guerra Fría similar entre Disney y Warner? Sea como sea, y aunque se suela celebrar la incorporación de nuevos contenidos a las plataformas de streaming —pues el acceso a estos se abre para más usuarios—, como consumidores culturales no nos beneficia esta tendencia al monopolio que, por otro lado, no es nueva en el mundo audiovisual, pero sí más fuerte que nunca. Es preocupante el cada vez mayor control que tiene Disney sobre la distribución y exhibición de tantísimas películas, además de su enorme poder para influir en el discurso público que se construye gracias a las obras de ficción.
Piratea y que Disney lo vea
Si en diciembre celebramos el estreno de Spider-Man: No Way-Home como un acontecimiento cultural relevante, yo venía de haber superado hace poco un luto: a finales de septiembre, la plataforma sin ánimo de lucro Zoowoman fue cerrada por exhibir contenidos sobre los que no tenía derechos. La página ofrecía un catálogo de cientos de títulos clásicos, de cine de autor, de culto y de géneros tan de nicho como las artes marciales o el giallo italiano. Acceder a los contenidos de Zoowoman no requería suscripción, ni siquiera registro: cualquier usuario podía entrar en la página web y, sin publicidad, disfrutar de títulos muy difíciles de encontrar ahora que Zoowoman ha caído. Lo que para muchos puede ser una simple página pirata más, para muchos otros era un espacio independiente y autogestionado en el que, al margen de intereses comerciales y actuaciones algorítmicas, cualquier persona podía establecer contacto con propuestas cinematográficas diferentes.
Debido al poder que están adquiriendo las grandes empresas de entretenimiento, y a la sofisticación de las herramientas de vigilancia en Internet, cada vez es más difícil construir estos oasis en los que la cultura no está supeditada a los negocios. Hace cinco años, todos sabíamos cómo piratear una película que queríamos ver, y en pocos minutos éramos capaces de acceder a ella sin demasiadas dificultades. Hoy, bien nuestra actitud ha cambiado, bien el panorama es muy diferente, hemos hipotecado nuestro consumo cultural al olvidarnos casi por completo de Torrent y eMule para confiar en que las suscripciones de Netflix ya no pueden aumentar de precio mucho más.
El Metaverso por venir
La última aportación a esta tendencia neoliberal e hiperconsumista de este fin de los tiempos es el denominado “Metaverso” que abandera Mark Zuckerberg, un proyecto que combina la realidad virtual con el establecimiento de comunidades y negocios virtuales, en un proyecto que mediante la tecnología pretende consolidar la globalización y la desregularización económica más completa. El nombre puede dar lugar a engaños: mientras nos quieren vender el Meta como un “más allá”, se trata más bien de un “Metaverso” que replica las dinámicas del universo que ya disfrutamos y sufrimos.
El creador de Facebook no ha podido escoger un mejor momento para dar luz a este proyecto: al mismo tiempo que limpia su imagen y oculta las causas judiciales abiertas contra su red social, aprovecha un momento de pandemia en el que el miedo todavía sigue presente, en el que nos hemos acostumbrado a relacionarnos aún más a través de las redes. Y está por venir una fuerte crisis energética que ya estamos notando —en el precio de la luz y en el precio de los combustibles—, por la que gran parte de nuestro consumo y nuestro ocio se verá afectado, y en el que quizá no nos quede otra opción que enfundarnos unas gafas de realidad virtual para acercarnos a nuestros amigos y conocidos. En contraposición a un mundo inestable, incierto y caótico, tenemos a nuestra disposición un multiverso de ficción perfectamente funcional, una simulación que hemos aceptado, en el que cientos de personajes juntos y revueltos nos esperan para complementar una vida vaciada desde fuera, que nos hemos permitido vaciar embriagados con la promesa de un multiverso.