El sexto largometraje del director de Clímax es una delicada reflexión acerca del duelo y la vejez
El director argentino afincado en Francia Gaspar Noé es reconocido por ganar el premio a mejor película en el Festival de Sitges por Clímax, en 2018. Ha realizado la gran mayoría de sus proyectos en Francia, entre los que destacan: Solo contra todos (1998), Irreversible (2002), Love (2015) y Clímax. Vortex es su sexto largometraje, que viene a ser —en forma—, una continuación del estilo marcado en el mediometraje Lux Æterna (2019). La cinta está protagonizada por el famosísimo director italiano Dario Argento y un rostro clásico del cine francés como lo es Françoise Lebrun. Completa el reparto principal un más que correcto y moderno Alex Lutz.
Vortex se podría decir perfectamente que es una rara avis de su filmografía. Noé viene de comenzar su carrera en el Nuevo Extremismo Francés. Este fue un movimiento cinematográfico de principios del presente siglo caracterizado por un uso exagerado y trasgresor de la violencia explícita, la decadencia y la brutalidad. En esta línea se encuentran sus películas Irreversible, donde vemos en pantalla una violación de 12 minutos sin cortes, Solo contra todos y Enter the Void (2009). Además, parte de su cine se ha visto determinado por la aparición en pantalla de mucho sexo, como en Irreversible, el videoclip Placebo, su cortometraje/anuncio Sodomites (1998) para concienciar sobre el uso del preservativo, o la angustiosamente pornográfica Love.
Si tenemos estos precedentes en cuenta y nos enfrentamos a Lux Æterna, por ejemplo, sí notamos un cambio. En este mediometraje hay un ritmo más pausado, y comienza a usar la pantalla partida para contar una historia mediante dos puntos de vista. Ya nos topamos con un Noé menos violento, aunque igual de incómodo. De esta manera, Vortex sigue el camino de Lux Æterna, haciendo una de las transiciones a pantalla partida más hermosas. A partir de ese momento, Noé está avisando que esta es una cinta distinta. Una cinta más intimista, más calmada, pero incómoda aun así.
Vortex introduce a los espectadores en la íntima cotidianidad de una anciana pareja en el tramo más complicado de su vida; atacados por la demencia y el miedo a perderse, conviviendo con la soledad. Con estos personajes tan entrañables en apariencia, y su problemático aunque preocupado hijo, Noé pone a discutir la realidad con la expectativa. Y lo hace con una dirección de arte muy barroca —barroquismo cultural con pilas de libros, discos y revistas— e interpretaciones fantásticas. El maestro Argento está estupendo en su primer papel protagonista, pero quien se come la pantalla es la increíble Françoise Lebrun.
El montaje es lento y muy similar al de Lux Æterna. La puesta en escena está cuidada al milímetro. La fotografía es bonita, aunque más “realista” que en el resto de su filmografía. Y en ocasiones está rodada de tal manera que parece un documental. Crea constantemente paralelismos visuales aprovechándose de la pantalla partida y nos ofrece hasta metáforas de cara al final. Esto respecto a lo menos literal, porque también nos deja conveniencias muy palpables. Por ejemplo, poniendo a reflexionar y teorizar sobre el duelo, la memoria y la muerte a locutores de radio, de fondo, mientras los ancianos protagonistas comienzan su día.
Al igual que en el mediometraje de 2019, en Vortex los conflictos internos de los personajes son determinantes para llevar a cabo acciones o diálogos que marcan la trayectoria de su destino. Retrata la vejez como esa esclavitud de pastillas y rutinas, hambrienta de cuidados. Y esta vejez, como tema y como detonante, está tratada con tantísima delicadeza, que si no fuera por ciertos aspectos característicos, no parecería una cinta de Noé. Es más, esta es una película que nadie vería si no fuera de Gaspar Noé. Y uno podría preguntarse si se echa en falta la violencia de su cine, y la respuesta sería siempre no. Es posible que a la cinta le sobren quizá 20 minutos, pero se sostiene estupendamente, llegando a ser hipnótica. Y, desde luego, con una resolución de lo más emotiva y dura.