La película del argentino Iván Fund sobrepasa los límites de lo real para hablar de pérdida, familia y arte

Puede que, después del amor, la muerte sea el tema más abordado por las obras culturales. Tiene un alcance infinito, pues el ser humano poco o nada sabe de ella. El desconocimiento abre un campo de posibilidades artísticas infinitas, y la película argentina Piedra noche (Iván Fund, 2021) aborda una de ellas: la pérdida de un hijo a través del drama y la fantasía. De esta forma, rompe los límites de lo tangible y lo real para dar una nueva perspectiva a una trama mil veces abordada, donde los videojuegos y sus infinitas posibilidades toman las riendas de la narración. Cabe destacar que la dirección de Fund está perfectamente acompañada por la exquisita música de Francisco Cerdán, sin la cual el espectador no podría sumergirse en la película con la misma intensidad.

Piedra noche, tras su recorrido por el Festival de San Sebastián y el Festival de Venecia en 2021, llegará a las salas de cine españolas el 17 de junio con el objetivo de conquistar al público en una hora y media que, en varias ocasiones, se antoja demasiado tiempo para contar la historia. Así, el filme presenta la cotidianidad de una pareja con su hijo durante su estancia en la casa de verano, hasta que una noche el niño desaparece. Sin más explicaciones y pasado un tiempo, llega una amiga de la madre desde la ciudad para ayudar al matrimonio a vender la casa, pero el padre torcerá los planes porque asegura poder comunicarse con su hijo.

Fotograma de 'Piedra noche'.
Fotograma de Piedra noche.

Un guion con deficiencias

La película, que cuenta con la coproducción de Chile y España, acierta en un primer acto introductorio que plantea una atmósfera de misterio y tensión más que interesante. Pero la segunda parte no consigue seguir el mismo rumbo. De los cinco personajes de la película, el guion debería haberse centrado únicamente en la familia, y haber dejado de lado a una amiga que roba minutos a la trama que da sentido a Piedra noche. Este personaje, en vez de ayudar a avanzar la historia, provoca que se estanque en varias ocasiones. De hecho, el transcurso de los acontecimientos principales no se verían alterados en absoluto si la amiga no existiera. Algo parecido ocurre con el hombre de la inmobiliaria, aunque con otro matiz: con este personaje, el guion pretende introducir una figura antagónica y fuente de contexto, pero su presencia plantea incógnitas que confunden sin necesidad.

Por tanto, habría sido un acierto prescindir de ambos personajes para generar una mayor intimidad entre la pareja, la cual constituye el mayor atractivo de Piedra noche. Así, su montaje podría haberse reducido a un mediometraje, aunque otra opción habría sido mejorar y ampliar las escenas entre la familia para crear una obra más unificada y eficaz. Pero, dejando de lado las posibles alternativas para realizar la película, centrémonos en ella tal y como es.

Fotograma de 'Piedra noche'.
Fotograma de Piedra noche.

El aspecto técnico compensa las debilidades de su narración

Como ya se ha comentado, la música es el recurso protagónico de la película. Es responsable de crear un entorno de fantasía, de amenizar planos alargados innecesariamente, de conectar con el espectador y hacerle, incluso, sobresaltarse de la butaca… Es decir, el sonido dirige y ayuda a contar la historia. Por otro lado, cabe mencionar la labor de Gustavo Schiaffino como director de fotografía, pues el trabajo en la iluminación y los movimientos de cámara de ciertas escenas es sobrecogedor. 

Por tanto, Piedra noche es una película con una propuesta técnica de calidad que, sin embargo, no consigue un resultado redondo por los fallos de guion, aunque es de justicia mencionar también sus aciertos. La historia aborda la pérdida y sus efectos sin necesidad de enfrentar a la pareja como elemento de conflicto, sino todo lo contrario: el amor y el cariño de ambos personajes envuelven la obra con ternura y se sitúan en línea con la buena relación que tenían con su hijo, algo que se demuestra en un par de escenas que conmueven y alarman a partes iguales, ya que la música genera un sentimiento agridulce también en los momentos de felicidad. Este contraste funciona y despierta una tensión que desemboca en un final esperable pero necesario. Un final que habla del autoengaño, de la esperanza, del amor incondicional, de la eternidad del arte y de lo imposible.

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