El potencial crítico de la comedia queda diluido en Campeonex porque sus chistes nacen de las condiciones materiales de los personajes a los que pretende defender

Javier Fesser repite en Campeonex (2023) la misma fórmula de su antecesora: recurrir a la comedia para denunciar el rechazo hacia las personas con diversidad funcional. En cambio, el envoltorio de esta crítica social diluye su mensaje al señalar, señalar y señalar la diferencia, en vez de incorporarla al relato para que forma y fondo se alineen bajo parámetros de igualdad aún por descubrir en el lenguaje cinematográfico. Porque, tal y como explica la cineasta francesa Céline Sciamma, “en la igualdad hay un nuevo suspense, unas nuevas imágenes, un nuevo cine”.

Sin embargo, la secuela de Campeones (2018) vuelve a construirse según los estándares del cine comercial más básico —product placement incluido—: cámara al servicio del guion, música omnipresente para guiar las emociones del espectador y chistes excusados en el humor negro que contradicen su mensaje de normalización social. La línea entre reírse con alguien y reírse de alguien es delicada, pero traspasarla puede generar el efecto contrario del que se pretende. A este reto se enfrenta la comedia social, y Campeonex fracasa al ejercer la misma violencia que critica, aunque sea sin quererlo. En esta película, los personajes no se ríen de sí mismos y la comedia no está al servicio de la promoción de la igualdad; más bien, la puesta en escena encierra a los protagonistas en la pantalla convirtiéndoles en el motivo de los mismos chistes de los que son víctimas. Porque… ¿dónde nace la risa en la mayoría de los chascarrillos que plantea Fesser?

Fotograma de 'Campeonex' (Javier Fesser, 2023).
Fotograma de Campeonex (Javier Fesser, 2023).

En una escena, un personaje estornuda y se llena la cara de mocos justo cuando deja de sonar la música —un recurso para señalar por contraste que ahí reside el chiste, ya que durante la mayoría del largometraje se escuchan canciones en segundo plano—. Pocos minutos después, aparece otro miembro del equipo explicando a Cecilia que tendrá que “entrenar desde casa” porque tiene asma y es alérgico a los productos de limpieza. Bajo este diálogo se construye esta escena que, al igual que la anterior, apunta con el dedo una particularidad de un personaje con diversidad funcional para reírse de lo aparentemente ridículo, en vez de naturalizar la diferencia. Más adelante, aparece otra escena con la misma intencionalidad, esta vez intentando generar una situación de comicidad basada en el choque entre las prisas de Cecilia por apuntar al equipo a un campeonato y la lentitud del empleado en rellenar la ficha de solicitud; de nuevo, la condición material del personaje es el detonante del humor.

¿Es coherente que una película social, con un explícito propósito moralista, tenga como objeto de sus chistes al mismo colectivo que pretende defender? Excusarse en el humor negro para reírse de acciones naturales, que son las mismas por las que sufren discriminación las personas con diversidad funcional, no es el mensaje rupturista que pretende ser. De hecho, la película presenta esta incongruencia en otro tipo de chistes que insultan a los personajes capacitistas llamándoles “discapacitados”, equiparando al agresor con la víctima. Esto ocurre en dos escenas diferentes: una, cuando Brian habla del marido de su hermana —quien antes se ha referido a él como “subnormalito”— diciendo que “el centro es para personas con discapacidad, pero no tanta”. Y otra, cuando Cecilia critica a su excompañera de clase diciendo que “en el mundo hay dos tipos de personas: las diagnosticadas y las por diagnosticar”. ¿En qué se diferencia esto de llamar “maricón” a los homófobos? ¿De verdad esta es la igualdad que defiende Fesser? ¿Dónde queda el potencial de la comedia para señalar la injusticia en vez de reírse de ella?

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