Las plataformas de streaming se lanzan a la guerra de las adaptaciones de novelas, pero la verdadera guerra va más allá, entre el purismo, el conformismo y qué es una buena adaptación
Las generaciones del nuevo siglo (que incluyen, por rango de edad, también a los nacidos en los 90) hemos crecido rodeados de adaptaciones de nuestras sagas de literatura favoritas. Sin ir más lejos, antes de la explosión del Universo Marvel, las colas de los cines estaban repletas de adolescentes pecosos con gafas de culo de vaso, impacientes por ver la nueva entrega de su mago favorito, Harry Potter. Pero no solo el gafotas de Harry llenaba las salas, pues durante la segunda década de los 2000 vimos una inusitada cantidad de adaptaciones cinematográficas de muchas sagas juveniles: Los juegos del hambre (Gary Ross, 2012), Divergente (Neil Burger, 2014), El corredor del laberinto (Wes Ball, 2014)… Un sin fin de novelas que, con mejor o peor suerte, pudimos ver en la gran pantalla.
No quiere decir que antes de los 2000 nadie hubiera adaptado novelas al cine, pero sí es cierto que con la entrada del nuevo siglo se pusieron las pilas. Algo similar pasó con los cómics de Marvel y DC: antes de Spider-Man (Sam Raimi, 2002), ya había películas de superhéroes, pero no habían conformado un género por sí mismo. Este paralelismo con el MCU es bastante revelador, ya que, aunque coincidieron por un tiempo, esa expectación con la que ahora se espera cada nuevo estreno superheroico era la misma con el que miles de adolescentes esperaban la nueva entrega de Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2009) y compañía.
Precisamente, la gran saga cinematográfica que abrió la época dorada de las adaptaciones en los años 2000 fue, sin duda alguna, la trilogía de El Señor de los Anillos (2001, 2002, 2003), dirigida por el neozelandés Peter Jackson, que más tarde también dirigiría otra trilogía en la Tierra Media de Tolkien: El Hobbit (2012, 2013, 2014). Las adaptaciones no han parado, y con la aparición de las grandes plataformas de streaming el fenómeno ha vuelto a estar en boca de todos, ahora también en formato de serie.
La primera gran adaptación televisiva fue Juego de Tronos (Daniel Benioff y D. G. Weiss, 2011-2019) y cosechó, a pesar de las últimas temporadas, un éxito estratosférico que lo convirtió en parte de la cultura pop. Desde entonces, las plataformas han vuelto a la liza con sus nuevas adaptaciones, como es el caso de Prime Video con La rueda del tiempo o, más reciente, Los Anillos de Poder; Netflix y la novela gráfica The Sandman, o la propia HBO y su vuelta a Poniente con La casa del dragón. Incluso Disney+ se ha sumado a esta moda, ya que en 2024 estrenará su serie sobre Percy Jackson y los dioses del Olimpo, la saga escrita por el estadounidense Rick Riordan.
Las Campanas de Guerra
Nos encontramos rodeados de adaptaciones, y es algo que va para largo. No solo Percy Jackson, pues La casa del dragón ya ha confirmado su segunda temporada para 2024. Ahora bien, las adaptaciones siempre dividen al público entre los más puristas y los conformistas. Los primeros, fans de las novelas antes de las películas, y lo segundos, generalmente novicios en los mundos que presentan o lectores que, simplemente, disfrutan de una experiencia en el cine que ponga definitivamente rostro humano a sus historias favoritas. Una especie de punto intermedio entre el fan acérrimo y el espectador promedio.
Miles de veces hemos escuchado eso de que una adaptación es peor que el material original. Una frase que, a veces, puede funcionar como buen ejemplo de gatekeeping; una frase con la que el purista de turno se jerarquiza en lo alto de una pirámide fan que solo existe en su cabeza. Esto, además, le da la percepción de creerse con poder de influir directamente en el proceso creativo a través de las redes sociales. Unas redes sociales con las que el espectador, purista o no, ha llegado a generar campañas de odio en Twitter en contra de algunas adaptaciones, desde la petición de rehacer las últimas temporadas de Juego de Tronos a los ataques racistas a Los Anillos de Poder por el elfo Arondir, al que da vida (de forma magnífica) el actor Ismael Cruz Córdoba.
Y es que justo, en el meollo de toda esta exaltación, Prime Video y HBO han competido durante los últimos dos meses con su particular Guerra de las Adaptaciones. La Tierra Media y Poniente se han enfrentado semana tras semana, intentando alzarse con la corona a la Mejor Adaptación. Lo curioso de este enfrentamiento, sin embargo, ha puesto más en entredicho a Los Anillos de Poder que a su oponente, no solo por el racismo de muchos de sus fans, sino también por ser considerada poco fiel al material original escrito por J. R. R Tolkien. Y justo aquí está lo interesante: ¿escrito por Tolkien?
El Silmarillion, los Cuentos inconclusos y demás trozos de servilleta
Hay una verdad que duele a todo fan acérrimo de la Tierra Media: Tolkien solo escribió dos libros. El Señor de los Anillos (1954), dividido en los tres tomos homónimos a los títulos de las películas, y El Hobbit (1937). No obstante, tras la muerte del escritor inglés, su hijo Christopher se ocupó de recopilar apuntes y cartas que su padre tenía escondidos en un cajón y publicarlos, no sin antes dar una visión particular de los mismos. Entonces, aparecieron libros repletos de cuentos e historias incompletas, cartas donde el propio Tolkien se contradecía y manuscritos que nunca se atrevió a publicar. Un mundo extenso y muy completo que, sin embargo, es poco más que una cortina de humo; aunque, eso sí, una cortina de humo con la que los descendientes de Tolkien se han hecho de oro.
Amazon se gastó 500 millones de dólares solo en los derechos de las historias de la Tierra Media, y ni siquiera en todas: he aquí uno de los problemas. Muchos fans consideran que Los Anillos de Poder adapta historias recogidas en libros como el Silmarillion, los Cuentos inconclusos y demás obras póstumas de Tolkien, cuando ninguna de esas obras está incluida en lo que Amazon posee. Los Anillos de Poder se basa principalmente en apéndices y en los libros originales, que poca luz ofrecen sobre todo lo que debería relatarse. Ignorando esto, muchos de los puristas se han lanzado al cuello (no de Amazon, claro) de guionistas e incluso actores, como si hubieran mancillado un tesoro que, en realidad, no tienen, y que es poco más que un par de apuntes en una servilleta.
Que sí, Tolkien es el padre de la literatura fantástica moderna y sin él y todos sus libros (originales y póstumos) no habría Poniente, ni Dune (Frank Herbert, 1965) ni muchas de las obras cumbre de este género. Pero el cine y la literatura no siguen las mismas normas, y recrear los soporíferos apuntes de Tolkien repartidos en cientos de años no genera la tensión suficiente que necesita una serie para funcionar. Muchos han criticado Los Anillos de Poder argumentando que parece más una adaptación continuista de las películas de Jackson que de los libros de Tolkien, pero lo cierto es que la trilogía de El Señor de los Anillos fue lo que introdujo a muchos a la Tierra Media. Una trilogía que, en sus inicios, ya fue acusada de destrozar el libro, según el propio Christopher Tolkien, y que ahora es considerada una obra maestra del cine y referente de muchos fans de los libros.
La casa del dragón vs. Los Anillos de Poder
Ambas series han aprobado con nota alta en la valoración general de la crítica especializada, si bien es cierto que La casa del dragón no se vio envuelta en una campaña racista por los cambios de sus personajes, como sí ocurrió con Los Anillos de Poder y que obligó a Amazon a desactivar los comentarios para evitar (sin éxito) su temido review bombing. Aun así, parece que la serie de HBO se ha impuesto sobre su competidora. No obstante, en esta guerra de adaptaciones, el campeón solo importa para los que hacen caja (algo en lo que Amazon ha probado estar bastante por encima).
HBO se ha centrado en una historia más sencilla de adaptar, como también ayuda tener vivo al escritor como fuente de referencia constante y acceso al material completo de lo que tienes que adaptar. En este caso, los creadores de Los Anillos de Poder han jugado con cierta desventaja, no solo porque Tolkien lleve muerto casi medio siglo, sino también porque el material original peca de dilatado en el tiempo, además de escueto, por lo que se han visto obligados a tomarse bastantes más licencias creativas. También es cierto que el presupuesto de Amazon barre con La casa del dragón, siendo la adaptación de Tolkien la serie más cara de la historia: casi 1.000 millones entre derechos y producción. En cualquier caso, y dejando de lado el absurdo desembolso de dinero (que seguramente deleite a los herederos de Tolkien), ¿acaso importa quién gane una guerra entre adaptaciones?
La verdad detrás de toda esta gran histeria es que, por mucho que les pese a los puristas de la Tierra Media, Los Anillos de Poder no es una mala serie. Pese a muchos de sus fallos, la mayoría de decisiones creativas que han tomado sus guionistas son acertadas, especialmente teniendo en cuenta que el objetivo es generar tensión con un material original que carece de ella. Abrir diferentes tramas y crear personajes que no existían (como Arondir) es, no solo una licencia creativa, sino una forma de que escribir una adaptación sea también algo divertido para el que adapta. Esto también se aplica a la idea de mantener la incógnita de quién es Sauron o la trama de los Peludos (una especie de prehobbits). Dedicarse simplemente a copiar lo que otro ha escrito es aburrido y le arranca el alma a cualquier producto cultural. Está lejos de ser una serie perfecta y, en mi opinión, La casa del dragón es ampliamente superior en casi todos los aspectos, pero no por ello Los Anillos de Poder es una serie que no se disfrute, por mucho que los puristas quieran hacer que sientas eso.
Lo importante es que, al final del día, muchos y nuevos espectadores se han adentrado en la Tierra Media (y Poniente). Algo que ya consiguió la trilogía de El Señor de los Anillos hace dos décadas y que fomenta que sigan investigando estos mundos y que decidan qué les gusta más, ya que la literatura o el cine no proponen verdades absolutas e invariables en muchos casos. Nadie, por purista que se crea, puede decidir cómo alguien se adentra en un nuevo mundo, ni tampoco si esa forma es mejor o peor. Tan solo queda disfrutar de la forma con la que más te identifiques.