Estamos acostumbradas a tratarnos con asco y rechazo. Nos hablamos desde el odio, el rencor, la rabia. ¿Dónde hemos aprendido a arrojar tanta mierda sobre nosotras mismas? ¿Estaremos proyectando en nosotras lo que creemos que la sociedad nos va a penalizar?

Nos han enseñado a convertirnos en nuestras mayores enemigas. Claro que esto es muy bueno para el sistema: cuanto más obsesionadas estemos en intentar cambiar cada parte de nuestro cuerpo, más dinero ganan. Cuanto más inseguras nos sintamos, mayor control podrán ejercer sobre nosotras. Así es como se construye el patriarcado que nos acostumbra a permanecer calladas —no vaya a ser que me llamen histérica— y sumisas —no me vayan a llamar puta— ante un modelo de mujer imposible e irreal.

Desde muy pequeñas empezamos a sentir rechazo hacia las partes de nuestro cuerpo que no se asocian con el canon de belleza de turno. El gran problema es que queremos alcanzar ese ideal, cuando en realidad es una utopía. Lo normal es la diversidad porque cada cuerpo es distinto y cada persona es única. Pero es mucho más fácil hacernos creer que, para ser válidas y encajar, tenemos que cumplir con lo establecido.

Cuidado con lo que dices

También es importante dejar de comentar acerca del cuerpo de otras personas y, mucho menos, hacerlo en su presencia. No somos realmente conscientes del impacto que suponen los comentarios sobre el cuerpo de las demás. Todas tenemos complejos y una historia de miedos e inseguridades a nuestras espaldas, y nuestras valoraciones, aunque pensemos que son positivas, pueden causar mucho daño. Seguro que recuerdas algún comentario de alguien que sigue resonando en tu cabeza.

Es imprescindible que dejemos de creernos con el derecho de comentar sobre el cuerpo de las personas. Es difícil porque vivimos en una sociedad acostumbrada a evaluarlo todo, pero os propongo el siguiente ejercicio: si lo que vas a comentar se puede modificar en unos segundos —en el caso de que la persona tenga un bicho en el pelo, por ejemplo—, hazlo. Si no es así, ahórrate la crítica aunque para ti sea positiva, porque seguramente pueda dañar a la otra persona.

Para intentar aportar un enfoque diferente, en los siguientes artículos dentro de la colección “Querida yo del pasado…” nos adentraremos en las vivencias y sentimientos que nos han generado algunas partes de nuestro cuerpo. Agárrate porque vas a leer muchas de las cosas que has sentido o que sigues sintiendo. Espero que esto te haga darte cuenta de que no merece la pena seguir echándonos mierda y que es posible reconciliarnos con nuestro cuerpo.

Ejercicios

Para empezar, te propongo un ejercicio de autoconocimiento. Busca un bloc de notas o una agenda dedicada solo para tus pensamientos. Escribe en ella una lista con las partes de tu cuerpo que te generaban rechazo en el pasado, pero que ya has aprendido a querer o aceptar, y en cada una de ellas indica los aspectos que hicieron cambiar tu percepción. A continuación, realiza otra lista con aquellas partes del cuerpo que te siguen provocando rechazo y escribe tres motivos por los que te hacen sentir incómoda. Intenta encontrar el origen de ese rechazo, es decir, el primer momento en el que aparecieron las ganas de modificar esa parte de ti y por qué. Analiza patrones en tus respuestas e incorpora aquellas prácticas que te ayudaron a conectar con tu cuerpo.

Al hacer este ejercicio, llegué a la conclusión de que mis complejos no eran innatos, sino que eran debidos a comentarios de las personas de mi entorno y a imágenes irreales de mujeres con cuerpos normativos y retocados. Al repasar los motivos por los que sentía rechazo hacia partes de mi cuerpo, como mi nariz, mis tetas o mi barriga, la mayoría venían provocados por las comparaciones que hacía con los cuerpos que pensaba que eran válidos o por los comentarios que recibía al no cumplir con las normas impuestas, como la depilación. Esto me hizo darme cuenta de que mis inseguridades no habían nacido conmigo, sino que era la sociedad la que las había implantado en mí. Pero es importante que tengamos claro que no tenemos por qué seguir haciéndolas nuestras.

Si quieres, vamos a empezar ahora mismo a cambiar este discurso impuesto. Te adelanto que no va a ser un camino fácil, lineal o rápido, pero te aseguro que merecerá la pena. No te preocupes porque este camino lo vamos a recorrer juntas y, para empezar, te propongo lo siguiente. Busca una foto tuya de pequeña y colócala en el espejo en el que te suelas mirar habitualmente. En el momento en el que empiecen a aparecer pensamientos destructivos hacia tu cuerpo o hacia ti misma, mira la foto y piensa que le estás hablando a esa personita. Mereces el mismo cariño y respeto que la niña de esa foto, esa misma niña que quería jugar y disfrutar y que todavía no estaba contaminada por agentes externos. Escríbete en un papel varios mantras positivos que te hagan sentir mejor y repítetelos siempre que lo necesites:

  • Lo estás haciendo lo mejor posible.
  • Mereces amor y respeto.
  • Mi cuerpo no define mi valía.
  • Gracias cuerpo por permitirme vivir y sentir cosas maravillosas.
  • Perdóname por no valorarte como mereces.

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