El director, guionista y productor español Fernando González Molina es uno de los invitados al panel sobre Economía de la atención y la generación Z celebrado el 4 de octubre en El Matadero de Madrid. Comparte la conferencia con otros dos grandes nombres de las series para adolescentes: Carlos Montero (Élite) y Ron Leshem (Euphoria).
Los centennials o generación Z, ese grupo de bebés nacidos entre 1997 y 2012, es el público que más ansían abordar los nuevos contenidos digitales, pero su exigencia está cara: hay que cautivarlos en los primeros segundos para mantener su atención, que se dispersa rápidamente. Fernando González Molina sabe mucho de adolescentes, o como mínimo sabe mucho de cómo crear historias para que se sientan representados. A su espalda tiene títulos tan icónicos en la filmografía española como A tres metros sobre el cielo, Palmeras en la nieve y, más recientemente, Paraíso.
Molina sentencia que existe una gran semejanza entre los jóvenes de hace 10 o 20 años a los de ahora: “Perciben la autenticidad de forma muy fresca”. Por ello, tratar de acercarse a ellos llevando un disfraz de generación Z no funciona. “La impostura es algo que se paga muy cara con el público joven. A la hora de contar una historia, es fundamental la frescura y no ponerte un traje que no te representa“.
Hay formas de evitar caer en esa falsedad, como ser consciente de los límites de cada uno: “No puedo hacer Autodefensa, pero sí puedo hablar de cuando te pierdes, de la identidad sexual, de las cosas que he vivido”, establece. Para ello, elige hacerlo o bien desde la empatía o, sencillamente, “apelando al adolescente que tengo dentro”. Curiosamente, poco hay del personaje de Mario Casas en el director que lo lanzó a la fama. Es más bien todo lo contrario: Molina habla con humor de “vengarte del mundo que te ha dado por saco cuando eras adolescente”. En ello radica, admite, producir “historias de amor que yo no había vivido”.
“Todos los proyectos clave [enfocados a un público joven] en los últimos 25 años tienen que ver con la intensidad emocional“, manifiesta Molina. Esa ebullición, que con los años se diluye, es intrínseca de los adolescentes. La generación Z, a pesar de su aparente pasividad, no está exenta de ella. “Los grandes adolescentes son personajes sin filtro”, declara el director y guionista.
Esa esencia, esa intensidad es precisamente lo que hace que, a su juicio, A tres metros sobre el cielo siga resonando con las nuevas generaciones, y también es la clave del éxito de nuevas películas con un impacto similar, como señala el caso de Culpa mía. Para Molina las similitudes entre ambas son claras: son “iniciativas” y muestran “la intensidad emocional de cuando no te importa nada más que la persona a la que amas”. Ese “brutal” torrente emocional “va a funcionar siempre”, afirma.
Para el Gen Z, con el Gen Z
No hay despotismo ni diferencia entre lo que dice Molina y lo que hace: nada de todo por la generación Z sin la generación Z. El cineasta defiende que “es importante estar en contacto con guionistas que tengan 20 años que nos expliquen cómo es esa generación”. Y cumple con sus palabras, porque desde hace dos años es tutor de The Mediapro Studio Labs, un laboratorio para guionistas emergentes.
En iniciativas de este tipo “se reciben proyectos de cualquier persona, no tiene que ser hijo ni hermano de nadie; al revés, eso está absolutamente penalizado”, asegura. Lo importante es que son proyectos innovadores de gente joven que se estudian y tutorizan, luchando contra el nepotismo de la industria. En 2023, han elegido ocho proyectos para desarrollar.
“Todos son absolutamente diversos”, afirma, desde el tono al formato: “cani”, feminista, queer, thriller, podcast. Sin embargo, todos tienen algo en común: “No tratan de imitar los paradigmas de la ficción anglosajona. Son todos profundamente españoles“. Esa es precisamente la clave de su éxito: “Se agarran mucho a la realidad española, lo cual, paradójicamente, es lo que viaja mejor”, dice Molina. “Cuando tú cuentas algo que rezuma autenticidad, el espectador lo percibe y viaja muy bien. Al final, el tronco de las historias es el amor, es la venganza, es la lucha por tus sueños… Eso lo van a entender en cualquier parte”, defiende. “Pero la forma de contar eso, con personajes singulares y en lugares especiales, hace que al espectador de Sudáfrica, de repente, le interese muchísimo una historia que sucede en El Baztán, en Navarra”.