La nueva producción de Bestiario Creación y Sala Bululú2120, basada en los textos del Siglo de Oro Los cabellos de Absalón de Calderón de la Barca y La venganza de Tamar de Tirso de Molina, despieza nuestras raíces y las saca a juicio hasta ruborizarlas
Una sala de despiece, iluminada por halógenos, nos recibe en el transcurso de esta obra. En este no-lugar, completamente atemporal, anacrónico, tendrá lugar una autopsia: la de nuestra civilización y sus valores. Jerusalén en llamas funciona como un gran artefacto teatral en el que se nos habla directamente y desde la misma raíz de los problemas que tiene nuestra sociedad como relato. Y qué mejor forma de hablar sobre nuestro relato que desde nuestro mito fundacional como sociedad: la Biblia. Para ello, este grupo de autores totales —directores, actores, coreógrafos e incluso técnicos de Bestiario Creación— usa el pasaje en el cual la corona del Rey David, una suerte de Rey Lear, se ve en disputa entre sus hijos Amón y Absalón.
Brillantemente, se valen de dos textos del Siglo de Oro que cubren este pasaje desde perspectivas diferentes pero complementarias: Los cabellos de Absalón, de Calderón de la Barca, y La venganza de Tamar, de Tirso de Molina. De alguna manera, la gracilidad del verso barroco de estos autores crea una disonancia al entrar en contacto con la fisicidad absoluta de la puesta en escena y con lo disruptivo de la propuesta.
El Siglo de Oro en conversación con Call of Duty
A los pasajes de texto del Siglo de Oro les suceden otros que juegan con total libertad con el medio con el que están trabajando, y que proponen un diálogo actual, renovado y fresco con estos autores. A ritmo de techno, nos proponen un baile de personajes bíblicos que explora lo físico desde lo sensual en todos los sentidos de la palabra. El espectador pone cada uno de sus sentidos en la obra: las texturas, la música, las luces… Todo se pone al servicio del cuerpo. Esto crea un ritmo frenético en el que el espectador se ve zarandeado por unos cambios bruscos en el tono de la obra, balanceándose entre la densidad y la ligereza. Y Jerusalén en llamas usa este zarandeo, dejándonos medio noqueados, para en ese momento parar y sentarnos frente a frente contra nosotros mismos.
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La obra nos pone en tela de juicio. A nosotros. Nos sienta y nos pone un foco en la cara. Porque si hay problemas, hay que identificarlos desde la raíz. Corrupción, guerra, violencia, maltrato… Esas son las partes del despiece del cuerpo del que se está haciendo esta autopsia. Autopsia que, hacia el final de la obra, se va haciendo cada vez más literal, pues nos vamos enfrentando a la muerte tanto en la ficción como de manera directa, escupida contra nosotros como espectadores.
Con una crudeza venenosa, a modo de intertextos, se suceden testimonios de casos de violencia de género reales. Colocados con atino en la danza entre ligereza y densidad en la que se mece la obra, se sienten como puñetazos directos al estómago. Con una luz halógena dándote en la cara como única fuente de iluminación en toda la habitación, quedan expuestas nuestras vergüenzas como sociedad.
Ya la gran Jerusalén // hoy supeditada tienes; // si sacas la gente della // habrá dos inconvenientes: // uno, que al mirar que hay menos // que la guarden, que la cerquen, (…) // otro, que si por ventura // el que hoy a David siguiere // en lo encumbrado del monte // un solo soldado pierde, // desmayarán los demás
Los cabellos de Absalón (Calderón de la Barca, 1633)
Las obras clásicas tienen algo que las diferencia del resto: la capacidad de hablar en tiempos que no son los suyos. Por eso, y refiriéndome a los mismos autores de la obra, con los que tuve la oportunidad de charlar después de ella; el Siglo de Oro nos habla directamente a nosotros. Lo mismo pasa con esta obra: las circunstancias concretas la han superado. Cuando se pensó esta obra, el conflicto Israel-Palestina no tenía las implicaciones que tiene en nuestro contexto social más directo. Se le añade así a la misma obra una capa más: es actual, y quisiese o no, tiene algo que decir.
Now I’ve heard there was a secret chord // That David played, and it pleased the Lord // But you don’t really care for music, do you?
Hallelujah (Leonard Cohen, 1984)
Y es en este diálogo con la actualidad donde la obra se hace fuerte, sin haceros más spoiler, el baile de reyes de David como el de la canción de la cita juega en favor de lo heterogéneo de la obra y nos da alguno de sus momentos más divertidos. Lo único que se le puede achacar es que habrá a quien este baile entre tonos y temas, quizá demasiados, pueda provocarle algún mareo. Pero nada que no se pueda pasar en unos minutos. Os espera el Rey David para sacaros los colores a todos.