La ópera prima de Jaume Claret Muxart convierte su obsesión por el río Danubio en un bello reflejo del deseo homosexual en la adolescencia

Dos adolescentes compiten, en una tensa y silenciosa carrera, para ver quién de los dos consigue ir más rápido. El conflicto entre ellos, motivado por la falta de entendimiento mutuo, se refleja en el agitado movimiento de sus bicicletas. Se trata de una escena de Close (Lukas Dhont, 2022), pero también de Extraño río (2025), el primer largometraje del cineasta catalán Jaume Claret Muxart que se proyectó en el Festival de Venecia y el Festival de San Sebastián antes de llegar a los cines el 3 de octubre. 

Ambas películas indagan en el paso de la infancia a la adolescencia con una lectura queer de fondo, algo que Extraño río propone de manera más explícita que Close al estar protagonizada por Dídac, un joven de 16 años que no le esconde sus deseos a la familia —interpretado por Jan Monter, actor elegido entre 850 candidatos—. “No me gustan los chicos, me gusta Gerard”, le dice a su padre. Ambientada en unas vacaciones de verano por el Danubio, el debut de Claret Muxart pertenece a un cine interesado por lo atmosférico, lo sensitivo; donde la poesía se funde con lo onírico y la fantasía para desarrollar a los personajes desde lo intangible. Así, el despertar sexual se aparece —literal y físicamente— ante Dídac, cuyo rostro se entrelaza con el río en esa tensión carnal tan abstracta todavía para él como las corrientes de agua.

Dídac en un fotograma de 'Extraño río'
Dídac en un fotograma de Extraño río

El deseo surge a través del agua, de las imágenes de una figura masculina sumergida. La atención de la cámara de 16 mm por los cuerpos remite a la directora francesa Claire Denis, citada por Claret Muxart como una inspiración directa. El deseo nace de la naturaleza en zoom, de la música inmersiva, de la parsimonia de los planos, del juego de miradas, del silencio… A medida que Dídac va adentrándose en la experimentación sexual, su ensoñación va haciéndose más tangible hasta que adquiere nombre propio: Alexander.

Un coming-of-age homosexual diferente

Extraño río no es un coming-of-age estándar dentro del cine queer, como podrían serlo Jongens (Mischa Kamp, 2014) o Young Hearts (Anthony Schatteman, 2024). Y no solo por su estética imaginada o la naturalidad con la que se aborda el tema, sino también por la relación entre Dídac y su hermano mediano, Biel, dos años menor que él. Su personaje aparece siempre, como señala el director, en el contraplano: en la mirada externa y extraña. Ellos son los que compiten montados en bicicleta y los que se pelean dentro de su tienda de campaña. “No sé”, responde Dídac cuando la madre le pregunta por qué se enfadan si se quieren tanto. Esa confusión es la que define su vínculo familiar, la que coloca a Biel siempre como un obstáculo entre el protagonista y su deseo. Tal es la relevancia de este personaje que la película incluye un extenso plano detalle de su rostro en el final del metraje —de fondo, suena la hipnótica The Fireman Is Blue (Ryder the Eagle, 2024)—.

En otra escena, dentro de la tienda de campaña, Dídac intenta darle calor a su hermano metiéndose en su saco de dormir en un gesto de cariño que contrasta con la violencia de sus enfrentamientos previos. ¿A qué responde la tensión entre ellos? Al descubrimiento de Dídac, a la incomprensión de Biel… o a la presencia omnipresente de lo socialmente aceptable. ¿Acaso puede tener un niño de 16 años esos actos de amor hacia su familia? En otro momento del filme, el protagonista se quita la mano de su madre cuando ve pasar a dos jóvenes de frente. ¿Qué castigo reciben los actos de amor, ya sean románticos o familiares? Extraño río plantea esta y otras preguntas de manera sutil y abierta a la interpretación, sin subrayados ni sobrexplicaciones. 

La fantasía en Extraño río

Al igual que clásicos del género fantástico como Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988), la ópera prima de Claret Muxart trabaja con lo irreal a través de los sueños, los umbrales, las visiones, los espacios o las historias. El relato del primer amor que vivió la madre de Dídac de joven, ambientado en el mismo viaje que están haciendo ahora ellos, le sirve al protagonista para rememorar este pasado en su presente, pero en el mundo onírico —desde donde, quizás, se pueden entender mejor tus propios sentimientos—. Allí, la barca se convierte en un refugio de los estímulos externos en una secuencia que remite a Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953), aunque bien podría relacionarse con Romería (Carla Simón, 2025). 

El montaje de Extraño río incluye planos imposibles desde una perspectiva material, pues en ellos se unen los dos universos de la película. ¿Acaso Alexander y la huella física que le deja a Dídac pueden compartir espacio con lo real? Así, el no-lugar también funciona como construcción fantástica a través de espacios como el laberinto de calles o la escuela vacía de Ulm (Alemania). Las secuencias en estos entornos incluyen coreografías entre los personajes que resultan inverosímiles desde una perspectiva realista. Movimientos que representan lo confuso y lo maravilloso que resulta desear y ser deseado.

Fotograma de 'Extraño río'
Alexander y Dídac en un fotograma de Extraño río

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