Apagón llega a nuestras pantallas el 29 de septiembre de la mano de Movistar Plus+ con una propuesta innovadora en nuestra ficción que no escatima ni en medios ni en ideas
Apagón trae consigo una premisa sencilla: la electricidad ha desaparecido en España debido a la llegada de unas descargas solares. Sin embargo, tras este supuesto, la serie esconde un enorme abanico de ideas que, durante sus cinco capítulos (de casi 50 minutos de duración), abarca diferentes escenarios en los que este argumento afecta de manera importante.
Estos cinco capítulos cuentan con una factura técnica impecable de la mano de cinco figuras de importancia vital en el audiovisual actual de este país. Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo, Isa Campo, Alberto Rodríguez e Isaki Lacuesta se encargan de estos cinco episodios respectivamente. Mientras, delante de la pantalla, cuentan con unas actuaciones de primer nivel como Luis Calleja, Jesús Carroza o Ainhoa Santamaría.
La sinopsis trae reminiscencias de la magnífica serie francesa El colapso (2019), pero, en el fondo, estamos ante dos series muy diferentes, tanto a nivel formal como narrativo. Ambas coinciden en la independencia de sus episodios, así como en el ingenio para contar historias herméticas que girasen en torno a un concepto. Sin embargo, la francesa buscaba asfixiar al espectador ayudada del trabajo de cámara, siendo rodada en plano secuencia, y haciendo alarde de un método deductivo que le llevase de lo general a lo particular. La española cambia de tercio e intenta abrir mucho más su campo de visión para trabajar la idea mediante la inducción. Haciendo así que desde situaciones “cotidianas” nos hagamos una idea global del problema.
Sorogoyen a los mandos
Como todo buen piloto que se precie, necesita un autor que marque la línea a seguir por la serie desde el principio. Y, por suerte para el espectador, esta figura se encuentra en Rodrigo Sorogoyen. Uno de nuestros más laureados directores se anima con esta odisea marcando los ritmos tanto a nivel audiovisual como ontológico. Todo ello le lleva a firmar un excepcional primer capítulo lleno de tensión en un “drama de despachos” que emula a los grandes maestros. Todo ello teniendo como punto arquimédico a un estratosférico Luis Calleja, que es capaz de llenar la pantalla con su carisma. Consigue que un argumento que podría haber caído fácilmente en la desidia consiga, gracias a ambos, tornarse en frenético, aumentando la tensión del espectador con el paso de los minutos a pesar de conocer lo que va a pasar.
La sencillez de su premisa consigue dos cosas. Por una parte, colocarnos en una situación que parece bastante real a lo que podría suceder realmente, sin ningún tipo de giro de guion, con un desarrollo natural y sin sobresaltos. Y, por otra, es capaz de manejar la tensión de tal manera que hace, por sí mismo, que los demás episodios se vean aún mejores.
Por otra parte, si en algo destaca, sobre todo su primer episodio, es en la crítica a las instituciones. A una burocracia arcaica de un poder que no arriesgaría el estado de las cosas por nada en el mundo. Una irónica cobardía de aquellos que tienen que tomar valientes decisiones y que no escucharían a nadie que pusiese su dominación sobre las cuerdas. Sorogoyen hace aquí una analogía con el período inminentemente prepandémico de manera poco sutil, pero que cuadra perfectamente con lo que quiere transmitir.
Las particularidades de un mundo particular
A partir de aquí, Apagón desarrolla, durante todos sus episodios, la misma estructura eidética, mostrando en todos ellos la presencia de los mismos conflictos, pero contados de diferentes maneras. La supervivencia, el egoísmo, la insolidaridad y sus antítesis están muy presentes durante sus cuatro horas de duración. Esto, en ocasiones, da una sensación de reiteración que no es molesta. Esto se debe a que las situaciones que se viven en pantalla son tan diversas y tan detalladas que no causará problema alguno al espectador (pero que agradecerá que solo sean cinco capítulos).
Su segundo episodio, también de claras influencias pandémicas, nos lleva a un caos hospitalario dándonos los conflictos morales y éticos, a mi parecer, más importantes de la serie. La falta de energía trae con ella una importante falta de recursos auxiliares que desembocan inevitablemente en la muerte de parte de la población. Por ello, los médicos tienen que tomar unas decisiones que no les corresponden sobre quién debe vivir y quién debe morir. De nuevo, la crítica al poder y su falta de ejercicio es objeto de reflexión en este episodio, que tampoco deja títere sin cabeza. Raúl Arévalo se encarga de dirigir este episodio con gran pericia tras las cámaras, dotando de máxima tensión a ciertas escenas rodadas cámara en mano y en lugares oscuros por necesidad.
Menos es más
El resto de episodios de Apagón se trasladan hacia conceptos más particulares. El tercer capítulo enseña a una familia de clase acomodada que convive en paz con sus vecinos, ayudándose mutuamente con el fin de sobrevivir. Sin embargo, es en este episodio donde entra la crítica social a un nivel más “raso”. La diferencia de clases está muy presente dibujando de manera extrema (pero realista en esa situación) la línea tanto física como social entre el barrio burgués cercado ante la presencia de la clase baja fuera de estas vallas. Una clase baja a la que temen y a la que nadie parece querer ayudar.
El cuarto capítulo llamado directamente Supervivencia trae, de la mano de Alberto Rodríguez (La isla mínima), un argumento aún más privado que los anteriores. Sitúa al espectador en un inhóspito invierno, en un bosque del norte de España, donde el silencio y la tranquilidad es lo más importante en esta situación. Y, a pesar de ello, esto no durará mucho cuando el hombre tranquilo, interpretado hermética y magistralmente por Jesús Carroza, vea perturbada esa tranquilidad cuando unos supervivientes lleguen a sacudir su relativa zona de confort.
Por último, en el último episodio observamos un giro radical. Su final está protagonizado por la solidaridad entre los seres humanos y, sobre todo, por la esperanza. Dando un rayo de luz a una serie oscura, intensa y, en ocasiones, dura.
Apagón no necesita demasiado para brillar
La tensión parece ser el objetivo final de Apagón. La serie pretende llevarnos de la mano desde el principio del conflicto e intenta captar de manera global todos los problemas posibles para que el espectador se sumerja por completo en la experiencia. Una serie que va de lo particular a lo general. Y que, gracias a sus guiones y la calidad de sus directores, promueve un batiburrillo de sensaciones que casan perfectamente entre ellas.
La pausa con la que se toma el desarrollo de las historias está lejos de incapacitar a su público. Pero, además, consigue todo lo contrario. El público ansiará que el episodio finalice, pero no por aburrimiento, sino por el deseo de saber el destino de los personajes y qué será lo que nos muestre el siguiente episodio. Su mayor virtud es la búsqueda del realismo en una situación no tan descabelladamente imposible. Consigue que nos metamos en la piel de los protagonistas, ya que viven unas situaciones que nos inquietan como seres humanos.
Por tanto, Apagón logra ser una experiencia inmersiva y muy completa. E intenta hacernos vivir en primera persona un hipotético problema que todos, en alguna ocasión, hemos considerado. Una serie más que recomendable y que se ve en una tarde. Y, sobre todo, que cumple el propósito de hacernos reflexionar sobre la naturaleza humana en multitud de vertientes.