Necesitamos dejar de dar altavoz a personas mediocres si queremos mejorar como sociedad
El título de este artículo fue una frase que dije de forma pública en el Homenaje a Domingo Villar que se celebró el pasado 2 de mayo en el Congreso de Novela y Cine Negro en la Universidad de Salamanca. Este congreso recupera el género negro, el cual todavía es considerado de segunda para algunas mentes prietas. Pero, volviendo al contexto de la frase, el lector debe saber que es una intervención que hice aguantando las lágrimas y con la voz tomada por la emoción acerca del gran Domingo Villar.
Este autor de novela negra ha protagonizado mi curso académico a través de una prosa bellísima que, más que una invitación a ahondar en el crimen, es una carta de amor a su terriña: Galicia. A Domingo no llegué a conocerle, pues hace más de un año desde que falleció repentinamente. Sin embargo, tal y como expresé a su mujer con un hilo de voz, he conseguido cogerle un cariño muy especial. En la sala nos acompañaban profesores, amigos, libreros y lectores anónimos. Todos agarraban el micrófono con plena seguridad dando testimonio de haber conocido a un autor humilde, cercano, divertido y, tal y como quiero que conste, muy humano.
Su obra, más allá de los gustos propios, habla mucho de él. No solo cuenta las investigaciones de su inspector Leo Caldas en la ciudad de Vigo, sino que habla de Galicia, de su gente, de lo local y de cuestiones sociales que nos interpelan a nivel nacional y mundial. Sus tres novelas, escritas en gallego y castellano a la par ―Ojos de agua (2006), La playa de los ahogados (2009) y El último barco (2019)―, aventuran a los lectores autóctonos y foráneos en crímenes rodeados de una exaltación cultural, paisajística y folclórica que nos hacen amar Galicia, su historia y sus gentes.
Mi amor por la terriña ya existía, pero desde la pluma de Domingo recorro la ría desde el respeto a la tierra y a las personas que la han trabajado: pescadores, agricultores, mariscadoras, músicos, poetas, mariñeiros y otros tantos. Un amor que también consigue plasmar C. Tangana en su última producción Oliveira dos Cen Anos como nuevo himno del Celta de Vigo, que sé por seguro que le hubiese encantado a Domingo.
En mi pequeña aportación a ese homenaje me dirigí, como los valientes que cogieron el micro antes que yo, a la mujer del escritor. Di las gracias, porque hay que darlas cuando una persona ha conseguido remover tanto el alma y ser ejemplo dentro del gremio literario. Yo no le conocí, no llegué a tiempo, pero qué alegría al sentir que sí lo he hecho. He conocido a Domingo a través de su gran obra y también a través del precioso testimonio de aquellos que cruzaron palabras con él, de su editora, mis profesores, libreros y lectores. No me corté; añadí al final algo que pienso y reafirmo: “Dejemos de hacer famosos a escritores imbéciles”. Hubo alguna risa, pero yo lo decía en serio.
Me cansa la retahíla aprendida de tener que separar autor y obra para disfrutar de la literatura sin remordimientos. Con lo fácil que sería que apremiásemos la humildad, la sencillez, la candidez de autores como Domingo Villar. Y, sí, no debemos perder obras por una censura inquisitorial, pero tenemos que promover el conocimiento con sus contextos, no con omisiones ni blanqueamientos del monstruoso ego que hay detrás de algunas artes.
En nuestra sociedad nos sorprenden los vídeos, las imágenes y acontecimientos viralizados acerca de personas bruscas, inhumanas o mediocres. Parece que poseemos un arma muy peligrosa dentro de Internet que nos permite poner el foco en el ignorante, el malvado o el estúpido. Y esto es peligroso porque, por una parte, no es justo para quien trabaja por mejorar el mundo cada día y, por otro, nos ofrece una perspectiva de la sociedad sesgada. No todos los padres explotan a sus hijos en redes, ni todos los jóvenes son vagos y egoístas. Y tampoco, como dice el refrán, los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos.
Por eso el titular y mi insistencia en el homenaje: “Hay que apostar, leer y apoyar a autores buenos, humanos, humildes y cercanos”. No solo porque lo sean, sino porque su obra parte de una belleza especial, una destreza única para desengranar el alma humana y hablar desde los grises. Por estos motivos, he llegado a una conclusión muy clara conforme a esta reflexión. Enric González decía que quería vivir en una novela de Domingo Villar. Yo, desde mi pequeñez y admiración, lo tengo también muy claro. Yo quiero ser como Domingo Villar.