Son muchos los niños, adolescentes y jóvenes adultos que piensan en quitarse la vida. Una vida aún por descubrir. Muchos, como yo entonces, no saben ni siquiera quiénes son como personas. Ojalá poder decirles, mientras yo aún lo hago: date tiempo para descubrirlo, ya verás qué bonito. 

El verano del año que viene se cumplen diez años desde que me intenté quitar la vida. Una década. Me asusta pensarlo; me parece una barbaridad. Ha pasado casi la mitad de los años que tengo (22 para 23) desde uno de los peores días de mi vida (no sé si el peor, y creo que eso va acorde a lo que quiero desarrollar en estas líneas). Entonces era el año 2014 y la palabra “salud mental” no existía, solo “enfermedad” y “trastorno“.

La gente no estaba tan concienciada como ahora. Ahora hay más información. Más apoyos. Más recursos, aunque sigan siendo insuficientes… Pero, por desgracia, eso no se traduce en menos víctimas. De hecho, las cifras aumentan. No me gusta hablar de “cifras”, porque creo que olvidamos lo que hay detrás: personas que se han ido para siempre, dejando mucho dolor a su alrededor. Según el Instituto Nacional de Estadística, las muertes por suicidio aumentaron a 4.097 en 2022. Cuatromil noventa y siete personas se quitaron la vida porque no vieron otra salida.

Podemos culpar a la sociedad exigente, frustrada, sobreestimulada en la que vivimos. Parte de causa hay en ello. Pero no he conocido a una sola persona que pudiera señalar con un dedo una única causa de su malestar. Son muchas cosas, pequeñas y grandes; por eso, la depresión parece inabarcable e insuperable. No lo es. Yo soy prueba de ello. He sobrevivido a ella y ahora vivo.

Tardé años en superar la depresión y la ansiedad. No es lo que la gente quiere oír. Todos, tanto los que la sufrimos como los que nos quieren, queremos que el proceso sea más rápido. El problema es que para superar una depresión se necesita tiempo y, como todas las enfermedades, la depresión juega a contrarreloj. Me he dado cuenta de que para combatirla hay que poder alargar la batalla. Esta es la clave para superar la depresión: ganar tiempo. Y lo que es igualmente difícil: conseguir en ese tiempo los recursos necesarios: medicación, terapia, apoyo, tiempo de descanso.

Cuando estaba deprimida, un minuto era una eternidad. En un minuto, el día podía pasar de parecer esperanzador a convertirse en una espiral de pensamientos negativos. Levantarme de la cama era un esfuerzo superior a cualquier otra cosa. Algunos días, me resultaba imposible. Me agarraba a lo que podía: si llovía, encontraba fuerzas para salir de casa y estar un rato bajo la lluvia, que siempre me ha encantado. En Madrid no llueve mucho. Necesitaba otra razón para levantarme. Lo racional no servía: levantarme “porque me iba a venir mejor”, porque tenía que ir al colegio o porque mis padres me lo suplicaban pocas veces funcionaba. Sí me ayudaba saber que para desayunar me esperaban mis cereales favoritos. Eran una razón para seguir con vida.

Da igual cómo de pequeña sea tu razón para mantenerte con vida unos segundos más, unos minutos más, unas horas más, un día más. Puede ser una comida (en mi caso, esos cereales rellenos de chocolate). Una película (un día vi Breakfast Club tres veces seguidas). Un sueño (ver a tu grupo favorito tocar en vivo). Con estas pequeñas razones, el tiempo va pasando. Creces, y te pasan cosas más allá de tu depresión. Y un día descubres otros cereales que te gustan más, o un nuevo género musical. Y piensas: “Es imposible que haya otro desayuno u otros grupos que me vayan a gustar más”, pero los habrá. Mientras la vida pasa y tú la acompañas. O mientras tú pasas y la vida te acompaña. 

Estuve años levantándome de la cama sin querer levantarme de la cama. Años, que se dice pronto. Y durante ese tiempo, de repente pasaron cosas. Cambié de colegio y estaba estudiando arte. De repente, cumplí los 18 y estaba en la universidad, (¡yo, que no pensaba ni acabar la ESO!). Y celebraba mi aniversario con mi pareja. O viajaba a sitios que nunca pensé que conocería. De repente, tenía el amor, la independencia y libertad que siempre había soñado. Y seguía haciendo lo que más me gustaba de niña: actuar y escribir.

Y de repente han pasado nueve años y un día tonto me encuentro llorando en un banco porque estoy feliz de no haber conseguido quitarme la vida un verano de 2014. Estoy haciendo lo que me gusta. He aprendido a querer y a ser querida. Poco a poco perdono y me reconcilio con la adolescente que fui. Porque nunca dejaré de haber sido esa niña de 13 años que no sabía gestionar el sufrimiento que sentía y que hacía sufrir a sus seres queridos. No puedo olvidarla. Soy ella. Día a día, aprendo a perdonarme, por hacer lo que pude en las circunstancias en las que estaba y con las herramientas que tenía. Y no dejo de preguntarme cuál será mi próximo desayuno favorito.

Líneas de apoyo

En respuesta a la gran movilización por visibilizar el suicidio, se disponen de numerosos recursos para atender a personas con ideación y tentativa suicida y a su entorno:

  • Teléfono 024 para la prevención del suicidio.
  • Teléfono de la Esperanza: 717 003 717 y 914 590 055.
  • Teléfono contra el suicidio: 911 385 385.
  • Fundación Anar, la cual dispone de una línea gratuita y anónima para niños y adolescentes (900 202 010 o anar.org) y otra de apoyo para familias y centros escolares (600 505 152).
  • La asociación sin ánimo de lucro Stop Suicidio también puede ser de interés por su trabajo de divulgación y reivindicación de la atención que merece.
  • Si no vives en España, WhatsApp facilita una lista con números de teléfono de ayuda para cada país.

Nunca dudes en pedir ayuda todas las veces que creas necesario. Mereces sentir apoyo y juntas lo vamos a conseguir.

Sofía Kofoed Alonso

Sofía Kofoed Alonso

Tengo un gato que se llama Amadeus y muchas opiniones.

Un pensamiento en “Me he sobrevivido y ahora vivo

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