La nueva sensación del thriller noruego llega a Filmin buscando analizar el problema de la radicalización de pensamiento en Europa

En un contexto sociopolítico europeo donde la ultraderecha está cada vez más presente, llega de la mano de Filmin un nuevo thriller noruego con un escueto pero sugerente nombre, Furia. En un país concienciado en contra del auge de la intolerancia y con el recuerdo aún fresco de los atentados del 22 de julio de 2011 perpetrados por esta facción en alza que se saldaron con decenas de muertos, se ve ahora más que nunca cómo vuelven estos fantasmas surgiendo así la oportunidad perfecta para tratar en el audiovisual un tema tan delicado y complejo.

De la mano de Gjermund Eriksen, ganador de un Emmy internacional por otro thriller nacido del frío como Mammon (2014), Furia nos relata la historia de Asgeir, un policía que, junto a su hija, llega a un pueblo noruego huyendo de la mafia rusa, pero que, lejos de mantenerse fuera de problemas, se encuentra ante una comunidad donde han llegado unos refugiados que no son bienvenidos por los lugareños, los cuales han abrazado la radicalización y muestran un racismo violento contra los migrantes. Paralelamente, tenemos el contrapunto en Ragna, la protagonista femenina colmada de problemas tanto en lo personal como en lo profesional, mientras trabaja de infiltrada, con ayuda de altos cargos políticos, en un grupo terrorista de extrema derecha que ha surgido en el pueblo, un grupo con más influencia a nivel europeo del que se cree.

Furia y la actualidad de occidente

Desde el comienzo se muestra que la serie va a ser hija del momento histórico que vivimos, pues nos vamos a encontrar con diferentes temas que han calado hondo dentro de nosotros y están otorgando una nueva identidad al pueblo occidental y su pensamiento. Si bien principalmente nos viene una y otra vez la idea de las actuales teorías de la conspiración, sobre todo la conocida como “Plan Kalergi” según la cual grupúsculos de extrema derecha consideran que se pretende acabar con la raza blanca mediante la mezcla de razas producida por los movimientos migratorios, nos encontramos también con otras cuestiones tales como el uso de las criptomonedas, las fake news o la islamofobia; todo ello jugando con la subjetividad de la verdad como instrumento de poder, pero dejando bien claro en todo momento quiénes son los villanos de la función.

La trama de los ocho episodios está dividida claramente en dos bloques. Una parte sucede en Noruega y otra nos traslada a Berlín, todo ello siguiendo a este grupo terrorista y su objetivo de sembrar el pánico como instrumento de control en la población europea. Lo que vemos que empieza como una pequeña historia a nivel local en un pueblo noruego, rápidamente se convierte en una conspiración que se extiende por toda Europa con un plan mucho más complejo.

El miedo como eje articulador de la trama

Esta serie bebe de varios referentes del género del espionaje y el terrorismo. Contemplamos así cómo la trama de la agente encubierta recuerda en ciertos momentos al juego del ratón y el gato que hay en películas como Infiltrados (2006), pero con la novedad de que ahora encontramos un punto de vista femenino que navega en un mundo lleno de testosterona en un tipo de historia que antaño había sido predominantemente masculina. En cuanto la trama comienza a adquirir mayor extensión a nivel geopolítico, encontramos una suerte de Homeland (2011-2020) en una comparación en la que acaba claramente derrotada, pues en ningún momento llega a las cotas de tensión y ritmo a las que sí llegaba la serie estadounidense.

Dentro de la trama existe un ritmo agradable, que no da pie a mirar el reloj, pero que no consigue agarrar al espectador del todo porque no existe un nervio tras las cámaras que eleve la serie más allá de su concepto, el cual es tan actual que atrae lo suficiente para devorar los ocho episodios, pero no para que siente un precedente como serie a la vanguardia del thriller sociopolítico actual, puesto que no hay nada nuevo en ella.

Si bien, como ya se ha dicho, la historia es el punto fuerte de la serie, hay otros lugares en los cuales palidece, como en el desarrollo de unos personajes ya mil veces vistos y que únicamente se encuentran al servicio del desarrollo de la trama. Además, durante los primeros episodios se visualiza una estética de telefilme que a veces puede desubicar al espectador, pero que, por suerte, va mejorando con el paso de los episodios hasta llegar a un último episodio que se eleva sobre los demás, tanto en cuestiones técnicas como visuales, dejándonos escenas donde demuestra que la serie no le tiene miedo a nada y que su objetivo nunca fue la medianía. Sin ningún tipo de reparo, es capaz de mostrar cierto tipo de violencia que, de alguna manera, era necesaria para que el relato no diese tumbos en tierra de nadie. Y si hubiese que poner algún pero a este último capítulo, sería que en los últimos minutos muestra un final acelerado con el fin de dejar a los personajes en el limbo en vistas a una segunda temporada.

En conclusión, Furia es un viaje por la actualidad europea, una serie oportunista (no entendida desde el mal sentido de la palabra) y un estudio del terror impuesto por motivos políticos que no hace perder el tiempo al espectador, pero que sí deja un regusto amargo. La serie pedía a gritos un enfoque más innovador y una mayor pericia tras las cámaras si su objetivo principal era el de dejar huella en la memoria del espectador y dejar en él una reflexión sobre el mundo en el que vivimos.

Un pensamiento en “‘Furia’, la serie en Filmin que hace de la actualidad su aliada

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