La ópera prima de Elena López Riera apuesta por la poesía y la superstición para sumergirse en la complejidad de sus protagonistas
Una hija, una madre y una abuela. El pasado de las dos últimas sobrevuela el presente de Ana, una chica de 17 años que, mientras vive un típico amor de verano, siente el peligro de una tormenta que se acerca. Esta es la premisa de El agua, el primer largometraje de la directora novel Elena López Riera, que llegará a la cartelera española el próximo viernes 4 de noviembre. Tras su paso por los festivales de Cannes, San Sebastián, Toronto o Toulouse, donde obtuvo el galardón de mejor película, el público general podrá disfrutar de una cinta arriesgada que narra la historia de una inundación personal y social.
Desde hace unos años, el cine español está siendo testigo de una ola de nuevas directoras que proyectan una mirada femenina poco representada en el audiovisual; hasta ahora. El agua, con un estilo artístico propio, tiene el interés por las raíces de Alcarràs (Carla Simón, 2022), la fantasía de Secaderos (Rocío Mesa, 2022) y el misticismo de Destello bravío (Ainhoa Rodríguez, 2021). Estas tres películas, también ubicadas en entornos rurales, son una pequeña muestra de un cine costumbrista y generacional que sitúa en primer plano a los personajes femeninos.
Mujer-agua
Lo especial y único del filme de López Riera es la dualidad mujer-agua que presenta entre la ficción pura y simbólica y el documental sutil e integrado en la narración. Porque el proceso vital de la protagonista es inseparable de la realidad que vive su localidad, Orihuela, que está a punto de sufrir la riada del Segura. Así lo explica la directora: “En mi tierra, la Vega Baja del Segura, los recuerdos de cada catástrofe relacionada con el agua forman parte de nuestra memoria desde hace siglos. En 2019 se produjo una nueva riada. La gente publicaba en las redes sociales las imágenes catastróficas de las inundaciones y toda la mitología de mi infancia volvió a surgir…”.
La mitología que menciona no es otra que las leyendas propias del mundo rural. Leyendas sobre mujeres que desaparecen cada vez que el río se desborda. Leyendas sobre mujeres a las que se les mete el agua dentro. “Me crie en un ambiente dominado por mujeres que pasaban las horas contando estas historias, transmitidas de generación en generación, y que mezclaban siempre hechos reales con elementos fantásticos y tradiciones locales. Hago cine gracias a ellas, porque en su forma de hablar no hacían ninguna diferencia entre historia y poesía“, confiesa López Riera. Por tanto, estamos ante una realizadora con influencias artísticas humildes, cotidianas y, ante todo, humanas y realistas.
La incisiva presencia del agua
El agua se percibe como un peligro inminente por la atmósfera de tensión creada a partir de un gran tratamiento sonoro, musical y fotográfico, que presenta el río como un universo fantástico que puede arrasar con todo en cualquier momento —algo que, de hecho, tiene mucho de realidad—. En la película, este riesgo es una advertencia tanto para la familia protagonista —cuyas habladurías aseguran que está maldita— como para los espectadores: “Parece que viene el agua, abuela”, dice Ana durante los primeros minutos. Se siente atrapada, ahogada. Y no solo por el agua.
En este sentido, la directora aborda temas como el abandono del mundo rural, la misoginia aún latente, el deseo sexual, la contaminación, las inundaciones y sus consecuencias, la fuerza de la tradición… Pero también otros omnipresentes como las relaciones familiares, la amistad o el amor romántico —en este caso, en su forma adolescente—. Y todo esto arrastra a los personajes hacia lo contradictorio del agua. Del agua que riega, que da vida, que limpia. Del agua que destroza, que aísla, que asusta. Ese agua que es víctima y verdugo.
