Tan poca vida de Hanya Yanagihara es un libro sobre el dolor, el miedo, el amor y la familia, pero sobre todo es una novela sobre la amistad

La escritora narra la historia de vida de cuatro amigos que viven en Nueva York y desgrana sus recuerdos, desvelos, desencantos, relaciones y trabajos. Este libro, cuyo título original es A Little Life (2015), cuenta al detalle la relación de amistad que une a los cuatro protagonistas. Los celos y la rivalidad que surgen entre ellos, pero también la lealtad y los cuidados que se profesan.

Hanya Yanagihara es capaz de describir los gestos sutiles que hacemos cuando alguien nos importa lo suficiente y queremos expresarlo, aunque también tiene la capacidad de explicar cómo una gran amistad puede dejar de serlo. Cómo la distancia puede instaurarse en el centro de las relaciones más cercanas. Mientras leía Tan poca vida fue inevitable no pensar en mis propios amigos, en qué hago para tenerlos cerca aunque estén lejos, y en todos los amigos que he tenido y ya no tengo.

Portada de Tan poca vida.

Intentando entender

Simone Weil escribió: “Amar al prójimo como a sí mismo no significa amar todos los modos de vida por igual, porque tampoco amo todo lo que hay en mí. No niego el sufrimiento de los otros porque tampoco lo niego en mí”. Es decir, mis amigos son personas con las mismas contradicciones que yo y, aunque a mí no me gusten todas ellas, no niego su existencia, porque tampoco entiendo ni quiero todo lo que hay en mí. Mi padre siempre ha dicho que a los amigos nunca hay que juzgarlos. Hay que quererlos con todo lo que llevan consigo y aceptarlos así, igual que ellos lo hacen con nosotros

Las personas que queremos no son seres celestiales y perfectos que están ahí para atender nuestras exigencias. A veces, con esta corriente de pensamiento individualista que impera en los vídeos sobre psicología de TikTok, se nos instruye en la importancia de desechar una amistad si no nos “llena” y de priorizarse siempre a uno mismo. Es importante reclamar necesidades dentro de las relaciones y marcar ciertos límites. Sin embargo, todas estas concepciones solo se centran en el yo, no en la relación con la otra persona. Presentan al otro como una figura que nos tiene que proveer de algo porque de lo contrario no sirve.

La realidad es que el otro existe más allá del yo, de lo que nos hace sentir, de lo que percibimos; cuando nos pregunten qué es lo que te gusta de esta persona, que no todas las respuestas sean “que me hace reír”, “que me cuida”, como si el individuo solo adquierera valor para nosotros cuando nos ofrece algo. Incluso peor, como si no conociéramos lo suficiente a la persona como para decir algo de ella sin remitirnos a nosotros mismos

Querer es intentar entender; no significa hacerlo del todo, pero sí hacer el esfuerzo. Centrarnos solo en lo que es beneficioso para nosotros nos incapacita para querer o acabar haciéndolo de manera superficial. Escribo esto reconociendo que, aunque la teoría sea clara, no siempre lo hacemos de la mejor manera. Cometer errores es parte del proceso de aprendizaje que todos transitamos.

Esto es para mis amigos

El otro día caminando por una calle pensé en todas las veces que he andado por ahí con una de mis amigas. Todas las conversaciones sobre miedos, amor o banalidades que hemos mantenido mientras pasábamos por esa misma calle a lo largo de todos los años. Miro los bancos, las esquinas… Los recuerdos son incontables, pero en todos ellos hemos sido amigas. Me pregunto cuántos lugares más quedan por conocer que me acabarán recordando a ella y a lo que hemos vivido juntas. Me pregunto cuántas personas conoceré a las que ella nunca pondrá cara, pero que saldrán en conversaciones y asentirá diciendo “sí, ya sé quién dices”. Sin embargo, las preocupaciones, los miedos o las ilusiones siempre los conocerá; siempre los ha conocido.

Pienso en lo difícil que es llegar a conocer a alguien de verdad y no solo por lo que habla, sino también por aquello que calla. A veces, podría leer su mente si me lo pidiera y sabría aquello que está pensando; no por predecible, sino porque, como un río cuando se seca, los surcos en la tierra que deja están en mí. No necesito llenarlos, sé por dónde pasa el agua, sé por dónde piensa y siente.

Mis amigos cuando lo he necesitado no solo han actuado como salvavidas, sino que han entrelazado las manos y me han ido llevando en volandas hasta que lo he necesitado, incluso sin ellos saberlo. Al mismo tiempo, he entrelazado mis manos por si alguien lo necesitaba. Al final, el mundo es un lugar hostil y frío si no tenemos a unas pocas personas que nos quieren, que dicen entendernos aunque a veces no lo hagan, que nos hacen sentir en casa y como si la luz inundara un poco todas las esquinas hasta sacar lo oscuro. A veces, todo merece un poco la pena solo por eso. Esto no pretendía ser un texto cursi sobre la amistad, aunque no pasa nada por que lo sea. Quería que fuera una reflexión sobre los afectos, sobre dónde van y cómo los damos. 

Conclusión

No siempre tuve claro que tendría amigos, y desde luego no los amigos que tengo. A veces me pregunto qué será de nosotros, como con los personajes de Tan poca vida. Cómo nos tratarán los años, quiénes seguiremos siendo amigos o quiénes serán solo personas que estuvieron en nuestra vida en algún punto, pero a las que guardamos cariño. Me inquieta porque siempre quiero saber antes de tiempo; la impaciencia de saber para luego estar más tranquila. Mis amigos me recuerdan que todos merecemos ser queridos. Todos mis amigos, incluso aquellos que ya no lo son, están en mí de alguna forma, en algunos gustos, en los recuerdos e incluso en mi forma de hablar. Mis amistades son producto del azar, pero tengo pedazos de todos ellos en mí.

De Tan poca vida: “Cuando tenía veinte años había períodos en que miraba a sus amigos y le invadía una alegría tan profunda y pura que deseaba que el mundo se detuviera, que ninguno de ellos truncara ese momento […]. Pero, claro está, no era posible, todo cambiaba enseguida y el momento se desvanecía en silencio”.

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