La reina de Egipto más famosa de todos los tiempos es, a su vez, una gran desconocida
Yo conocí a Cleopatra con cuatro años. Siempre lo cuento así. En 1965, el guionista René Goscinny y el artista Albert Uderzo deleitaron al mundo con su sexto tomo de historietas Astérix y Cleopatra. Una historieta que se llevó a la gran pantalla tres años más tarde bajo la dirección de ambos y que llegó, como otras películas entrañables de Astérix y Obelix, a mi comprensión del mundo confeccionado en el espacio del salón de mi casa. Aquella cinta era mi favorita de entre todas y tenía muy claro cuál era la razón: ella, aquella reina de Egipto.
El dibujo francés la representaba como una mujer con carácter, que tuteaba a Julio César y le retaba sin miedo. Además, esa Cleopatra cantaba mientras se bañaba en leche de burra, tenía las cosas claras, sabía pedir perdón y le paraba los pies a uno de los imperios más grandes que han existido cuando se pasaban de injustos.
Desde entonces, hemos sido amigas culturales. Cleopatra siempre ha despertado en mí y en muchas personas una atracción distintiva al resto de mujeres de la historia. Sin embargo, la información que ha llegado hasta nuestros días de su figura histórica ha sido mancillada en muchos aspectos y sigue siendo controversial en nuestros días. Solo hace falta entrar en Netflix para descubrir el lanzamiento de un documental de una Cleopatra que afirman y reiteran que fue negra. Yo no pretendo dar argumentos a los aferrados racistas ni negar las evidencias históricas de la dinastía Ptolemaica. Tan solo quiero que el lector se acerque a una mujer famosa donde las haya, pero que, como muchos otros, ha sido víctima de su propia leyenda.
Conociendo a Cleopatra con algo de historia
Cleopatra VII Thea Filopátor fue la última gobernante de la dinastía de los Ptolomeos o Lágidas, fundada por un general de Alejandro Magno llamado Ptolomeo Lágida. Cuando Magno falleció, su imperio se distribuyó entre sus generales y Ptolomeo se quedó con Egipto, se proclamó rey y estableció la capital en Alejandría. Sin embargo, la realidad de Cleopatra era muy distinta cuando ascendió al trono, ya que Egipto era un Estado debilitado y muy alejado de aquella leyenda de siglos de faraones, guerreros y ostentosidad.
Cleopatra significa “gloria de su padre” y así lo fue. Desde pequeña creció sin la presencia de su madre, ya que falleció mucho antes- Su padre, Ptolomeo XII, la crio con sumo afecto. La reina egipcia sufrió desde pequeña estrategias, asesinatos y trifulcas entre sus hermanas mayores y su padre. Además de no terminar de entenderse con sus hermanos menores, dos chicos con los que fue casada ―una tradición de la que la propia Cleopatra se libró tras el asesinato de ambos―. Estos últimos también la enfrentaron y fueron la razón por la que Cleopatra acabó enrollada en una alfombra para “seducir” a Julio César.
Mucho más tarde, cuando César es asesinado, el amor surge entre ella y el famoso Marco Antonio. Una relación que ha servido a los romanticistas y también a Shakespeare como ejemplo de final trágico de una pasión que ha influenciado la literatura, el arte y el cine.
Ahora bien, en cuanto al aspecto de Cleopatra debemos subrayar su permanente misterio. No se han hallado todavía los restos de la reina, por lo que su físico sigue siendo un enigma. Sin embargo, debe el lector entender que la apariencia de Cleopatra es lo menos interesante de ella. Por aquella época, los retratos, los grabados, las pinturas, los bustos y las monedas reflejan diferentes Cleopatras de muchas etnias, estilos y disfraces. Por lo que asegurar que esta figura fue negra por encontrarse en África, caucásica por provenir de una dinastía griega o una mezcla de las dos es del todo arriesgado e, incluso me atrevo a añadir, ridículo. Casi tanto como hablar de su belleza o fealdad.
La leyenda de Cleopatra
El profesor de Historia Antigua Antonio Aguilera de la Universidad de Barcelona advierte en su interesantísimo artículo para la revista de National Geographic Grandes mujeres: las reinas que cambiaron la historia que el mito de Cleopatra se originó ya en vida gracias a la propaganda de su eterno rival Octavio, futuro emperador Augusto. Un tipo de propaganda parecida a la que señalé en mi artículo sobre Nerón, donde los historiadores no eran parciales ni justos y mucho menos lo iban a ser con una mujer extranjera.
Su destreza intelectual, su estrategia naval y su dirigencia política eran las principales razones por las que nos ha llegado ese rumor tan misógino de la femme fatale. Un concepto que parece haberse centrado en la vida sexual de Cleopatra y su supuesta manipulación a grandes generales para enfrentar a Roma. Una injusticia que también han padecido en sus contextos Ana Bolena o Mesalina, entre muchas otras y que, por suerte, los nuevos estudios descartan y se atreven a mirar más allá.
Cleopatra fue, desde luego, estratega, pero no más malévola que los hombres de su tiempo. Su principal objetivo fue elevar Egipto y protegerlo bajo el amparo de Roma. La lealtad con su pueblo puede probarse en su respeto a la tradición egipcia, a su gobierno y a su lengua ―fue la primera gobernante ptolemaica en aprender el egipcio―. Pese a terminar su vida con el famoso mordisco de serpiente que también roza el mito, Cleopatra fue fiel a sus principios y ambiciones y no quiso que Roma usurpara su reino ni su pueblo en su beneficio.
Mi Cleopatra
Uno de mis libros favoritos y de los mejores que he podido leer en mi corta existencia, baraja esta nueva perspectiva histórica sobre la última reina de Egipto. Memorias de Cleopatra (1997) de Margaret George es un libro exquisito en muchos sentidos que recomiendo encarecidamente al lector. Quien haya podido leer a esta autora se encuentra con una pluma rigurosa a la par que atractiva que recoge aspectos biográficos, detalles, fulgores y anécdotas de personajes normalmente malinterpretados por la crueldad histórica.
En esta novela, Cleopatra es algo más compleja que en la historieta de Astérix; se muestra su inexperiencia, su aprendizaje, sus amistades, sus reflexiones en torno a la maternidad y el amor o su deber para con Egipto. Yo me quedo con esta Cleopatra: una mujer grande de la historia, pero que, en algún momento, como todos, fue muy pequeña.
Por estos motivos, me animo a defender su imagen, pese a no conocer su rostro ni carácter real. Ya que no solo ha significado una irrupción histórica en nuestra cultura, sino una referente para aquella Mónica que pegaba su nariz a la pantalla y sonreía ante sus encantos pictóricos. Una mujer, como muchas más, que estamos empezando a descubrir y a conocer con propiedad.