Julia San Miguel Martos nos habla acerca de su última novela, una truculenta historia sobre un grupo de niños que verán de cerca aquello que desde la distancia les parecía tan divertido: la guerra. Una historia que sitúa al lector en una brutal colisión de realidades.
Hablando de literatura: la literatura es una patada al diccionario porque reniega del significado que se le confiere a cada significante. La literatura siempre está insatisfecha, por eso busca maneras de rebasar las definiciones que aparecen en los diccionarios. Una de las armas más poderosas que tiene la literatura es la sensibilidad.
Como la sensibilidad es un lenguaje, parece buena idea pretender transmitir un mensaje a través de lo sensible. Provocar pena y tristeza, rabia e impotencia, también es una forma de comunicación altamente eficiente. La guerra es el punto más álgido de las pasiones negativas, por eso la extrañeza que provoca Trece velas en la recámara es inmensa: no hay nada como mezclar la inocencia suprema (la niñez) con la crudeza suprema (la guerra).
A este interesante experimento se ha dado Julia San Miguel Martos en Trece velas en la recámara (Malas Artes Editorial, 2023), una novela de corte juvenil que narra las aventuras de un grupo de niños que se ven envueltos en una vorágine inesperada de violencia e Historia (con mayúscula). A pesar de que los experimentos suelen conllevar cierto carácter anómalo, el contraste entre la niñez y la guerra —por desgracia— está muy lejos de ser un loco experimento novelesco. La realidad se ha encargado de demostrarnos, especialmente en las últimas semanas, que inocencia y salvajismo se encuentran demasiado a menudo.
Trece velas en la recámara es una buena historia cuyo valor se ha visto incrementado por motivos un tanto lamentables. Aun así, son este tipo de historias las que nos recuerdan que estas situaciones no son tan inverosímiles como creemos, nosotros, en nuestra burbuja. Trece velas en la recámara es un relato duro que grita a los que nos hemos acomodado para que sigamos luchando por un mundo mejor.
Entrevista a la autora, Julia San Miguel
Pregunta: ¿Por qué la temática de la guerra en una novela orientada a un público joven?
Respuesta: Por la fascinación que les provoca y que, en muchos casos, es el reflejo de su pasión por los videojuegos de acción. Aunque el rango es amplio, el porcentaje de los que más juegan a los videojuegos bélicos alcanza el 78 % entre los 11 y 14 años, la edad que tienen los protagonistas de Trece velas en la recámara. Que vivan en primera persona los hechos bélicos que se describen en la novela solo es pretender zarandear conciencias a través de la crudeza contenida de lo que se relata. Es importante resaltar que Trece velas en la recámara es una novela con temática bélica que denuncia lo equivocados que estamos al ensalzar esas gestas.
P: ¿A partir de qué edad crees que se puede leer la novela?
R: Siempre digo que los libros no tienen edad. Nos empeñamos en ponerles etiquetas, que lo único que consiguen es coartar, en muchos casos, la libertad del lector para elegir, para descubrir. Muchas veces, por delimitar las lecturas por edades, censuramos sin ser plenamente conscientes de ello. Hay que dejar al lector que descubra. Al niño, al adolescente. Que se adentren en los libros, que investiguen. Como a cualquier lector adulto, será su momento vital el que les diga si ese libro que cae en sus manos es el correcto para ellos en ese momento. Tal vez con el tiempo volverán a él, y descubrirán otras muchas cosas, muchos otros mensajes. Por eso, Trece velas en la recámara, aunque esté dirigido al público juvenil, es un libro también para los padres, para los profesores… En definitiva, es una novela que solo pretende mostrar un resquicio de la cruda realidad que es la guerra, de la que todos somos víctimas. Para que no nos quedemos ciegos delante de una pantalla que nos invita a no mirar alrededor, a no pensar, a no sentir.
P: ¿Alguna razón para elegir la recreación de esas batallas en concreto?
R: Ilusa de mí, cuando comencé a escribir la novela, busqué un listado de las batallas más cruentas de la Historia. Quería que fueran impactantes para que el mensaje calara más hondo. Creo que fueron diez las batallas más sangrientas que aparecieron, y entre ellas las que se describen en Trece velas en la recámara eran las que destacaban por el mayor número de fallecidos. Pero si volviera de nuevo a escribir sobre la guerra, no buscaría ni ese ni cualquier otro listado. Todas las batallas, por pequeñas que sean, son igual de sangrientas. No pueden medirse por el número de víctimas. Es la vida la que está en juego, ya sea la de una persona o la de miles. Por eso ninguna guerra es justificable. Ninguna muerte. Ni es menos denunciable por estar muy lejos de nosotros, invisible.
P: ¿De dónde viene la idea de hacer protagonistas a niños en una historia acerca de algo tan, en principio, contrapuesto a la inocencia, como es la guerra?
R: Viene de un cúmulo de casualidades y de mucha preocupación, sobre todo como madre. Qué mensajes les llegan a nuestros hijos, no solo en esos videojuegos de acción, sino también a través de nuestro lenguaje, de nuestro cine, de nuestra literatura, de nuestras acciones cotidianas. Hay una agresividad constante, y todos nos deberíamos plantear por qué somos tan permisibles ante ella, tan indulgentes. Ver a nuestros hijos sentados delante de la pantalla horas y horas gritando, exaltándose y considerando la violencia como algo positivo, asusta. Porque aunque todo sea un juego, necesario en ese intercambio de roles como aprendizaje para la vida, no debe hacernos olvidar dónde están los límites, hasta dónde puede llegar la manipulación.
P: ¿Por qué crees que existe esa fascinación en la infancia, sobre todo en la masculina, por todo lo belicista?
R: La sociedad está configurada para que así sea. Por mucho que nos empeñemos en cambiar, hay tradiciones que se llevan impresas a fuego, como seguir asociando el rosa para las niñas y el azul para los niños. En ese acervo cultural, en la figura masculina, los cánones que imperan son la fuerza, la agresividad… Y se prima una heroicidad mal entendida.
P: ¿Crees que hay algo de concepto de juego en la visión de la guerra de hoy en día?
R: Hace unos años, sí lo había, más que ahora. Imperaba el efecto casi de videojuego en las imágenes que nos llegaban de la guerra. Y sí, daba la sensación de que no era real lo que veíamos. Fuegos de artificio que formaban parte de un espectáculo. También nos pillaba muy lejos y no había de qué preocuparse, ¿verdad? Ahora las cosas han cambiado. Y, efectivamente, las cámaras se acercan para mostrar los escombros, el dolor de las víctimas, el desgarro de la muerte. La insensatez, al fin y al cabo, de una violencia que no tiene justificación.