¿Cuántas veces hemos dicho que una canción nos gusta por la melodía, por la instrumental o por el ritmo pero la frontera del idioma nos ha privado de conocer su intrahistoria?

Aprender idiomas será siempre una de las grandes inquietudes del ser humano. El gusto por conocer otras maneras de comunicarse, que lleva después a comprender el funcionamiento de culturas diferentes a la propia, choca con la dificultad de entender la arquitectura gramatical y sintáctica y el léxico de una lengua nueva y completamente desconocida. Pero como todo reto o propósito que una persona pueda plantearse, como el tan consabido de apuntarse al gimnasio para mejorar su forma física, se puede —y debe— empezar desde abajo, y de todas las vías que nuestra redactora Marta Míguez planteó para ganar fluidez en un idioma como el inglés, la música seguirá siendo mi preferida a mucha distancia.

Para ampliar: Mejora tu inglés sin estudiar, con poco tiempo y en cualquier lado

Sí, reconozco que produce una cierta pereza dejar de utilizar Spotify para tenerlo de fondo y a poco volumen mientras se estudia o trabaja y, en su lugar, hacer un ejercicio de listening e intentar comprender lo que nos quiere contar tal artista con su composición. Pero reconoce que es mucho más entretenido que esas actividades de inglés en el instituto donde escuchabas la conversación entre dos amigos sobre cómo ha ido su día a través de un viejo radiocasete con una deplorable calidad de sonido, un factor que tenía mucha culpa de que, aspirando al nivel B2, no te enterases de la anécdota que la chica contaba eufórica a su compañero. Ahora es tan sencillo como coger los auriculares y aprovechar el silencio de tu cuarto para empezar a captar, como mínimo, algunas palabras o frases sueltas que te permitan hilar y dar con el sentido original de esa canción.

Las apariencias engañan (a veces)

Un argumento bastante extendido a favor de disfrutar de una composición musical sin reparar en su letra es el que defienden quienes creen que su melodía ayuda a entenderla. De estos instrumentales, especialmente icónico es el de la oda que el cuarteto británico Coldplay creó en 2008 bajo el nombre de Viva La Vida. Un título en español para una canción escrita en inglés que induce a confusión desde el primer momento: es un canto a la vida y a la libertad, sí, pero desde el punto de vista de quien ya no goza de ellas y recuerda grandes momentos pasados.

El título proviene de la inscripción que Frida Kahlo añadió pocos días antes de morir, ya postrada en su cama, a un bodegón pintado por ella, como una manera de aferrarse a la vida cuando la muerte ya es inevitable. Y su instrumental triunfalista tampoco ha de ser tomado como un símbolo de alegría y positividad, pues la historia de Viva La Vida narra las memorias de un rey caído, que bien podría ser el monarca absolutista francés Luis XVI —la carátula del disco que incluye este tema y a cuyo nombre añade la continuación “o la muerte y todos sus amigos” se corresponde al cuadro La Libertad guiando al pueblo de Delacroix—, en los tiempos en que “gobernaba el mundo”“and that was when I ruled the world”—.

Naturaleza muerta: viva la vida (1952-1954) de Frida Kahlo.
Naturaleza muerta: viva la vida (1952-1954) de Frida Kahlo.

En las grandes baladas tenemos el ejemplo de que una canción lenta y muy profunda no tiene por qué ser solo de desamor, sino también de todo lo contrario. Perfect, de Ed Sheeran; All Of Me, de John Legend o Say You Won’t Let Go, de James Arthur, son solo tres composiciones cuyas características las convierten en bandas sonoras típicas para una boda. Y a estas tres canciones hemos de añadir una cuarta, muy a pesar de su autor: You’re Beautiful, de James Blunt. De nuevo, un título que parece idóneo para una bonita declaración de intenciones hacia el amor de tu vida, pero tras el que se encuentra el derrumbamiento del artista al encontrarse a su expareja en el metro y descubrir que había iniciado una relación con otro hombre.

Pero también puede suceder al revés, y que una canción rítmicamente animada esconda una historia desoladora. Al inicio de su carrera artística, Dua Lipa acuñó el término dance-crying —algo así como “llorera bailable”— para referirse a este tipo de composiciones, muy presentes en algunos de los trabajos más conocidos de la británica, como Break My Heart. Y fue con estos temas para bailar y llorar con los que se ganó al público y la crítica en primera instancia: antes de reivindicar el empoderamiento de la mujer en Blow Your Mind o la archiconocida New Rules, Dua ya había gritado para escapar de la relación tóxica que narra en Hotter Than Hell. Desgarrador, pero con ritmo.

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