Aunque sea difícil de aceptar, la tuya no es la mejor historia de amor. Al menos, no la mejor historia de amor jamás contada. Ese premio lo ostenta una pareja medieval que, con ayuda de Dante, consiguió el amor eterno. Allá va el porqué.

La Comedia, de Dante Alighieri —lo de “divina” se lo añadió más tarde un tal Boccaccio—, es una obra maestra de la literatura. Es una afirmación. Y lo afirmo tan vehementemente, casi como declaración de intenciones, porque también lo afirman aquellos que dicen entender de literatura. Los Entendidos. Yo no soy ningún Entendido, claro, así que no te puedo explicar por qué la Divina Comedia es una de las mejores obras literarias de la historia. Pero, con tu permiso, voy a intentar argumentar cómo dos de sus personajes, Francesca y Paolo, consiguieron el amor eterno. Y, además, intentaré argumentar por qué es la mejor historia de amor de entre todas las que he escuchado.

Obra

El quinto canto de la Divina Comedia narra la entrada de Dante y Virgilio en el segundo círculo del infierno. Dicha zona está reservada para los lujuriosos y todos aquellos que, no necesariamente de una forma sensual, dejaron prevalecer la pasión sobre la razón. 

Virgilio y Dante se encuentran primeramente con Minos, el juez infernal que decide dónde debe ir cada pecador —¿patrón de Twitter?—. Este muestra su sentencia enroscando su cola alrededor de su cuerpo. Si, por ejemplo, la cola le da tres vueltas, el condenado tendrá que irse al tercer círculo.

Ilustración del juez Infernal Minos. Gustave Doré
Ilustración del juez Infernal Minos. Gustave Doré

Tras aclarar unos asuntos con él, nada grave, observan desde la distancia a una serie de figuras históricas como Cleopatra, Aquiles y Paris. El poeta florentino parece impresionado, pero hay algo muy concreto que acapara su atención. Todos los condenados undulan solitariamente en los torbellinos infernales. Todos excepto una mujer y un hombre. Ellos se permiten el lujo de ir juntos. ¿Cómo puede ser que algunos tengan privilegios hasta en el mismísimo Infierno?

Sea como sea, Dante ha puesto su atención en ellos. Dice el florentino, con el sosiego que le atribuyo en mis adentros: “Con placer conversaría con esos dos, que van juntos y al viento tan ligeros parecen”. Se refiere, ni más ni menos, que a Francesca de Rímini y Paolo Malatesta “il Bello”. Ella, noble hija del príncipe de Rávena, fue forzada a casarse con Gianciotto Malatesta, un rico mercenario nacido cojo. El hermano de Gianciotto era Paolo, quien, por aquel entonces, ya era un reconocido político.

Se dice, aunque esto nunca se ha podido confirmar, que Francesca se casó porque fue engañada: le dijeron que Giancotto era Paolo para que no rehusase de casarse con una persona tan, ciertamente, monstruosa. Aunque esto no fuese cierto, pronto Francesca y el romántico de Paolo se hicieron amantes y vivieron su amorío (idílico, quiero pensar), hasta que, un día olvidado entre el 1283 y el 1285, Giancotto pilló in fraganti a su hermano con su esposa y les asesinó en el acto. Dante, que posiblemente llegó a conocer a Francesca, pues fue amigo de su padre, rinde homenaje a esta pareja al conversar con ella en el famoso canto V de su Comedia.

Los Amantes Paolo y Francesca. William Blake

A la vista del poeta parecen ser “demasiado ligeros”, casi como pájaros. Pide permiso a Virgilio para reclamar su presencia y consigue que se acerquen. Comienzan a hablar. Las preguntas de Dante solo pueden ser contestadas por Francesca, pues Paolo ha sido condenado a la eterna mudez, ya que fue el primero en confesar verbalmente su amor prohibido. Por si las llamas infernales fuesen poca penitencia, también sufren la perpetua imposibilidad de la comunicación.

Una de las primeras cosas que hace Francesca es poner el foco sobre la evidente conmoción de Dante. Le dice la de Rímini al florentino: “[…] Si el Rey del Universo nos quisiera, tu salvación a él le pediríamos, ya que nuestras desdichas te conmueven”. Esta es la primera vez que se hace hincapié en la piedad de Dante. Poco después de presentarse, Francesca dice: “Amor, que a todo amado a amar le obliga, de su belleza me apresó tan fuerte que, como ves, aún no me abandona”. Que a todo amado a amar le obliga… Es decir, que quien es amado podrá dar amor, pues amor con amor se paga. Pero, claro, no siempre quien da el amor lo recibe de la persona a quien se lo ha dado. Esta vez sí. Estaban predestinados a amarse y a pasar la eternidad juntos. Lo han conseguido, pero no de la forma que querían. Tras oír esto, Alighieri da su segunda muestra de piedad: “Oyendo a aquellas almas pesarosas bajé los ojos, y los tuve bajos […]. ¡Qué pena ––le dije a Virgilio–– cuán dulces pensamientos, cuánto anhelo, al trance doloroso los condujo!”. 

Tras esto, no contento el poeta con hacerles recordar aquello que les mortifica, pregunta cómo el Amor les permitió descubrir sus deseos. Francesca, entonces, cuenta que un día Paolo y ella estuvieron leyendo juntos una famosa novela francesa del siglo XII que narraba el amorío entre Lancelot, caballero, y la princesa Ginebra, esposa del famoso Rey Arturo. Dice: “Los ojos muchas veces la lectura interrumpían, y palidecíamos, mas solamente un punto nos venció. Leyendo que la risa deseada era besada por tan noble amante, éste, que nunca apartarán de mí, la boca me besó, todo él temblando. […] El día aquel leyendo no seguimos”. En cuanto Francesca termina de hablar, ocurre algo sin igual en toda la Comedia. Algo sin parangón. Dante se desmaya. La conmoción es plena.

Interpretación

Ahora expliquemos por qué esta es la GOAT (Greatest Of All Time) de las narraciones amorosas. El primer punto destacable es el asunto de la comunicación. Lo más preciado del humano, la expresión de nuestro ser en tanto que animales pensantes, le ha sido negada a Paolo. Por el simple hecho de amar, Francesca y Paolo han sido castigados por los siglos de los siglos a estar pegados el uno a la otra sin poder dialogar. Solo el tacto de sus almas, si es que algo así es posible, puede ser consuelo. Dante pregunta por el privilegio de conversar con ellos y se lo conceden, pues él aún no está condenado. Pero para ellos es demasiado tarde.

Por otro lado, está el tema del arrepentimiento. En el Infierno no existe esa opción; está prohibido arrepentirse, si no sería incongruente, según la doctrina cristiana, que continuasen siendo castigados. Sea como sea, Francesca sigue enamorada de Paolo y acepta su destino por lo que hizo en vida. “Éste, que nunca apartarán de mí […]”, dice Francesca. Nunca le apartarán y nunca querrá que lo aparten de ella. Aunque ni siquiera puedan hablar, la presencia del amado es suficiente como para aguantar la eterna condena.

Ahora pasemos a algo mucho más trascendental: la piedad de Dante. Si echamos mano del contexto, nos daremos cuenta de que por aquel entonces había una sola doctrina de Dios y que el resto eran consideradas herejías. Imperaba la ley de la hoguera: si lo que dices no coincide con lo establecido, te quemamos. Las críticas, si es que llegaban a darse, tenían que ser lo suficientemente sutiles como para no llamar la atención.

Ilustración de Francesca y Paol. Gustave Doré

Entonces, el acometimiento de un solo pecado capital era suficiente para pasar la eternidad en el Infierno. De hecho, Dante Alighieri utiliza la técnica de la sinécdoque —la designación del todo mediante la parte— con todas las personas que aparecen en su Comedia. Paolo y Francesca no son nada más que lujuriosos y solo por ello son recordados. Y Dante, por lo general, es un mero observador y buen conocedor de que juez solo hay uno, el juez supremo, y que él no entiende lo suficiente como para juzgar. Sería un sacrilegio cuestionarse las maneras de Dios. Pero es innegable que con esta pareja hay un juicio implícito. Dante cree que Dios es infinitamente justo y misericordioso. Dante sabe que Dios es infinitamente justo y misericordioso. De eso no hay duda. Entonces, ¿por qué siente tal dolor al ver el sufrimiento de Paolo y Francesca si conoce que el castigo es justo?

Estamos hablando de poner en duda los designios de Dios en pleno siglo XIV. Ni más ni menos. Quizás la justicia que se concebía por aquel entonces, en las antípodas de la de hoy, estaba totalmente separada del sentimentalismo. Él sabe que siente pena, pero no sabe si su pena está justificada. Dios es justo y razonable antes que sentimental y bueno. Sin embargo, ¿cómo se pone esto en coherencia con la eterna misericordia divina? Puede, y solo es una hipótesis, que haya en este canto una especie de crítica velada a la justicia divina. Dante es un poeta y sabe que solo mediante el sentimiento podrá mostrar la ausencia de razón en algunos aspectos de la doctrina teológica. No sirve de nada explicarlo si ha de ser tan sutil: tiene que hacerlo sentir. Pero solo es una hipótesis; lo más probable es que él secundase el castigo eterno de la “lujuria”. Lo que no sabemos es si llegó a suscitar este debate en la conciencia de algún coetáneo suyo.

Por fin, devenimos en el último punto. Ya hemos dicho que estas personas se definen por un solo pecado, es decir, por un momento concreto de su vida que marcó y marcará su memoria. La eternidad de Paolo no la definirá aquel día en que salvó a un gato, ni la eternidad de Francesca la definirá aquella mañana en que dio de comer a un niño pobre. No, la fatídica eternidad de ambos quedó definida por un solo instante, el instante más bello de sus vidas. Por él murieron, por él fueron condenados, pero aquel instante fue tan feliz que en él se coló una eternidad de salvación, es decir, esa que equilibra aquella otra de penitencia.

Cómo no, hablo del instante en que estaban juntos leyendo el mismo pasaje de amor. Puede ser que Dante pretenda establecer una crítica de esas novelas caballerescas como una entrada al pecado, pero el milagro de la interpretación nos deja conocer el allende del pasaje. Se encuentran, entre miradas furtivas y vergonzosas —la tensión amorosa es palpable, visible, audible, gustable y odorable—, leyendo exactamente lo mismo. Ambos saben lo que quieren, pero les falta valentía para enfrentarse a las consecuencias. Y normal, porque qué consecuencias. Solo hay una forma de que acepten los términos: sus pensamientos necesitan conectar. Entonces, el libro se convierte en un objeto sagrado que puede dar lugar a un espacio único, un refugio, un objeto depositario… Como una burbuja invisible, de conexión. Si el texto les hace pensar y sentir exactamente lo mismo, la conexión será lo suficientemente fuerte como para dar el paso. Un instante de conexión completa por una eternidad de penosa convivencia. Ahí está el dilema. El resto es historia.

El beso, de Rodin, es un homenaje a Francesca y Paolo.

Sinceramente, creo que es una historia de amor muy bonita y, sobre todo, muy aprovechable. Sin embargo, creo que me he expresado mal anteriormente y en el título. Mis disculpas. Esta no es la mejor historia de amor. Malo sería que la mejor historia de amor de todos los tiempos implique tener que sacrificarlo todo por el amado o amada; la vida terrenal y la vida eterna. Esta no es la mejor historia de amor, sino que esta es la mejor narración de una historia de amor. Una cualquiera, prácticamente. No solo por cómo Dante teoriza escueta y a su vez infinitamente, en menos de seis páginas de versos, acerca del privilegio de la comunicación, el arrepentimiento, la literatura como catalizadora de las pasiones, el debate acerca de la justicia divina, el instante como vida eterna… Sino también porque devuelve el honor terrenal a dos personas que vivieron la injusticia del contexto histórico, que fueron asesinadas y posteriormente difamadas post mortem.

Dante da la cara frente a sus coetáneos por dos personas que murieron en pecado mortal. No intenta justificarlos, tan solo se dedica a hacer sentir al resto la pena que merecen, esa que ellos vivieron. Dios les castiga, la sociedad también, pero Dante crea toda una eternidad para ellos solos en la cual los lectores, nosotros y los de su tiempo, podemos comprender, ensalzar y, ante todo, amar a Paolo y a Francesca. Ante la falta de justicia terrenal y divina, Justicia Poética.

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