Una tímida reflexión acerca del lenguaje, su uso y otras denuncias actuales

Yo soy de ese porcentaje de personas que se consideran tímidas a primera palabra. Me cuesta mucho, aunque lo disimulo, hablar con facilidad con desconocidos. Especialmente en eventos y situaciones cerradas. Es por ello por lo que también me considero una escritora tímida. No se me dan bien los comienzos ―o, al menos, siempre soy muy crítica con ellos― porque me noto torpe, tanteando el terreno, llamando a la puerta con frases hechas y ridículas. En estos momentos también surge la falta de confianza y la dura autoexigencia. Cuando pasamos a ser un foco comunicativo nos sentimos el centro de las miradas curiosas, que muchas veces solo son eso, curiosas, pero que las interpretamos como juzgadoras. Es por ello por lo que me presento de puntillas y pidiendo permiso en esta revista.

He llegado a la conclusión, después de tanta escucha y lectura, que la palabra es, aun sin quererlo, un espejo que refleja más de lo que pensamos. La gente que maneja el mundo quizá no es porque sean las personas más inteligentes o capaces. Me parece a mí que, por desgracia, convivimos con idiotas. Y lo peor de todo, nos gobiernan y dirigen muchos muchísimos idiotas. No, estas personas lo que saben es venderse, y se venden bien porque escogen buenas palabras. La palabra es, por tanto, el poder más deseado por el ser humano.

En la palabra se halla el engaño, el dobladillo, la perspicacia y la manipulación. La palabra es la carta de presentación y rompe lo físico, lo visual, las apariencias. Quizá mucha gente discrepe en este asunto y yo no puedo más que respetarlo. Sin embargo, me considero una firme defensora de las letras por eso, porque son esenciales para nuestra supervivencia.

Manuscrito original de El cantar de mío Cid. Mónica Miranda

Esto último no me lo he inventado yo. Si queremos ser más puntillosos y específicos, debemos recurrir a la historia y a la ciencia. Creo que uno de los mejores libros que he leído y que mejor concentran mis estudios lingüísticos lo escribió Xurxo Mariño al querer echar una mirada a la evolución de nuestra mente simbólica. Fijaros lo poderosa que es la palabra que ―como defiende Xurxo en el mencionado libro La conquista del lenguaje (2018)nos diferencia como especie. Es por ello por lo que yo aquí tímidamente escribiendo realizo una acción excepcional. Estoy, como seguramente el lector desde el otro extremo, articulando el pensamiento. La palabra es un efecto de nuestro pensamiento simbólico, el lenguaje y la autoconsciencia; triada que nos hace singulares como especie. Y la escritura surge por nuestra necesidad de transmisión útil para nuestra supervivencia.

Xurxo Mariño, experto en neurofisiología. (Diario de Mallorca)

Ahora se podrá puntualizar que hoy casi todo el mundo tiene acceso a la palabra escrita y, por ende, a la cultura. Entonces ¿qué nos dice que algo esté bien dicho o no? Espero de todo corazón que la respuesta que llegue a la mente de los lectores no sea cierta institución que mucha gente toma erróneamente como referencia. La palabra es de todos y para todos.

El problema es, como con todo, cuando se usa como arma para hacer el mal. De ahí los discursos de odio que cada vez se visibilizan más. Aunque lo que más daño causa actualmente, según yo lo veo, es el copia y pega de palabras vacías, de dichos, de frases eventuales, expresiones caducadas que quieren seguir vivas, oraciones tergiversadas… La cuestión no es que los jóvenes, como muchos se esfuerzan en repetir con aire soberbio, hayan dejado de leer. Cosa que no es cierta, pero el pensamiento es tan libre como la ignorancia. El problema es que la palabra quizá ya no nos ayude tanto a sobrevivir como a nuestros antecesores, sino que ahora es un arma contra nuestra propia articulación del pensamiento. Preferimos, en definitiva, repetir las palabras que otros nos han masticado. Y esto, pese a mi timidez, solo puedo escribirlo y señalarlo con rabia.

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