Aunque puedan existir ciertas lagunas a la hora de definir estilísticamente la música pop, entre sus denominadores comunes están unas melodías pegadizas y ritmos más o menos movidos. Sin embargo, son muchos los artistas que se han atrevido a disminuir el tempo y, con ello, seguir triunfando entre el público.

Etimológicamente, la palabra lentofobia es el “miedo a lo lento”. Como ya sucede con otros vocablos compuestos por este sufijo, procedente del griego phóbos, el sentimiento suscitado no es tanto miedo, sino una cierta aversión o rechazo hacia aquello de lo que se habla. Respecto a “lo lento”, en un contexto musical podemos definirlo como todo estilo que presente un ritmo más o menos decelerado, algo tradicionalmente relacionado con las baladas —de carácter romántico—, pero que también incluye otras corrientes musicales como el jazz, el blues o el soul.

A priori, todos estos estilos se alejan de lo que una persona tipo consideraría música pop, comercial o mainstream. Cuando encendemos la radio, abrimos Spotify o miramos una lista de éxitos, nos encontramos canciones que cuentan con una serie de características comunes en todas ellas: una base contundente, una composición que busca atraer al oyente —convertido en consumidor de un producto que conforma la propia canción— y una duración que haga asequible su consumo, generalmente no superior a los cuatro minutos.

Variaciones constantes en el tempo

La realidad, sin embargo, es que el conjunto de los grandes éxitos musicales de cada año presenta unos compases muy variables. De acuerdo con un análisis realizado por la BBC, la media de las 20 canciones más importantes en Reino Unido durante la primera mitad de 2020 se sitúa en 122 BPM —pulsaciones por minuto, del inglés beats per minute—, lo cual constituye un récord al alza desde el año 2009. Por contra, el tempo mínimo de la última década lo encontramos tan solo tres años atrás, en 2017, momento en que cayó hasta una cifra cercana a los 105 BPM. Cabe destacar, además, que la gran triunfadora de aquella temporada en todo el mundo —Despacito, de Luis Fonsi y Daddy Yankee— se encontraba por debajo de los 90 BPM, es decir, presenta un ritmo notablemente lento a pesar de que su percusión o dembow invita a bailarla.

Datos aparte, la progresiva disminución en las pulsaciones durante los últimos años ha sido especialmente palpable en el house. A mediados de la pasada década, asistimos al auge de una nueva ola de música electrónica muy diferente al sonido de Avicii o David Guetta. Lo que se dio en llamar tropical house, término con connotaciones inicialmente despectivas, ha marcado en buena parte la hoja de ruta y servido de catapulta para una nueva generación capitaneada por productores como Robin Schulz, Jonas Blue y, en especial, Kygo.

Artistas pop y sonidos… no tan pop

En este 2020 tan diferente en todos los sentidos, una de las superestrellas del pop a nivel mundial ha sorprendido lanzando un trabajo muy alejado de su sonido habitual. Taylor Swift, artista que cosechó sus primeros éxitos con canciones como Love Story (2008), de estilo country, aprovechó los meses de confinamiento por la pandemia de la COVID-19 para plasmar lo que ella misma definió como sus “caprichos, sueños, miedos y reflexiones” en un álbum llamado Folklore, en referencia al sonido indie folk que lo compone. Canciones como Cardigan, The 1 o la colaboración con el grupo Bon Iver en Exile continúan dentro de las listas de éxitos más importantes de todo el mundo, algo que sorprende por el contraste de sonidos respecto al resto de temas presentes en ellas, y también si los comparamos con los anteriores discos de Taylor.

Para ampliar: Taylor Swift vuelve a reinventarse con ‘folklore’, su disco más alternativo

Pero si hay un nombre que ha acaparado toda la atención de la crítica en el último año, este es el de Billie Eilish. La artista más premiada en los Grammy 2020 es conocida entre el público por su canción más bailable y comercial, Bad Guy (2019), aunque es la profundidad de las composiciones lo que más caracteriza a su sonido. Tras la publicación de When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, el disco que la puso en órbita, también entraron en las listas de éxitos algunas canciones anteriores como Come Out And Play o Idontwannabeyouanymore, mientras que su último sencillo hasta la fecha, My Future —compuesto también durante el confinamiento y claramente influenciado por el soul de Amy Winehouse—, se ha colado entre las diez primeras de Billboard, la lista de referencia en Estados Unidos.

Baladas que no pasan de moda

Para finalizar este análisis de los temas lentos de mayor éxito, no podemos olvidarnos de otros grandes cantantes especialmente conocidos por sus composiciones más melódicas. A principios de la pasada década y después de triunfar con Rolling In The Deep (2010), Adele cantaba al desamor y rompía todos los récords gracias a Someone Like You (2011), un fenómeno que se repetiría pocos años después de forma aún más virulenta con Hello (2015), que llegó a coronar las listas de cerca de 40 países. El también británico Ed Sheeran comenzó en la música componiendo únicamente con su guitarra, y ya tras sus lanzamientos más comerciales —los discos Multiply y Divide, y canciones pop como la multipremiada Shape Of You (2017)— cosechó una enorme notoriedad con sus baladas Thinking Out Loud (2015) y Perfect (2017). Tal fue el éxito de esta última que, 140 semanas después de su entrada en la lista del Reino Unido, continúa siendo una de las canciones más escuchadas actualmente en el país.

3 comentarios en “La ‘lentofobia’ o cómo el pop no siempre es bailable

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